El arribo de Maximiliano (Segunda y última parte)

  • José Alarcón Hernández
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Ahora, en esta segunda parte, le comparto la crónica que la autora Paula Kolonitz, acompañante del séquito escribió en su libro “Un viaje a México en 1864”. 

“A las diez de la mañana llegamos a Orizaba…”

“Fuimos recibidos con la más grande fiesta… y nos agradecieron el haber llevado a la pareja imperial”.

“El sonido de los cañones se oía por todos lados… fuimos cortésmente recibidos por varias señoras que querían llevarnos a ver la sala que habían preparado para recibir a los emperadores”.

“Con la máxima cordialidad nos fue servido un abundante almuerzo”.

“Además de la belleza del lugar nos alegraba  la gran hospitalidad con que se nos acogía en todas partes”.

“No podíamos sino expresar nuestra admiración y nuestra gratitud… ya que los franceses eran pródigos en desprecios y ultrajes…”

“Fue breve nuestra estancia en Orizaba porque era necesario llegar a Palmar…” “…Supimos cómo había llegado la noticia de que Díaz [Porfirio], un jefe guerrillero, se ocultaba en una hacienda por la cual debíamos pasar y donde pretendía asaltar al emperador”.

“…Pero antes de llegar a la peligrosa hacienda encontramos al general francés Braincourt, el cual, previsor y cortés, vino a nuestra carroza para saludarnos…”.

“Subimos la cadena de las cordilleras que llaman Cumbres [de Acultzingo]…”.

“El aire era friísimo,… nos envolvimos bien en nuestras mantas y chales”.

“… Pero los cocheros mexicanos, con sus maravillosas bestias, no saben de temores porque su inteligencia, su habilidad y su constancia superan y vencen todas las dificultades”.

“Estábamos cansados; habíamos llegado al pequeño pueblo de La Cañada, pero Palmar quedaba todavía a varias horas de camino... Pocos días después, el hospedero que nos dio posada fue asaltado y asesinado por los bandos de los liberales”.      

“Llegamos a Palmar, que es un horrendo lugarcillo y allí almorzamos”.

“El lugar es tristísimo y feo”.

“…Aquí lo único que se cultiva es el maguey…De esa planta se obtiene el pulque, la bebida predilecta de los mexicanos”.

“…Con sus hojas cubrían las casas y cocinaban… El maguey satisfacía casi todas las necesidades del hombre pobre”.

“… Habíamos llegado al planalto de Puebla… y forma parte del territorio más productivo y mejor cultivado del país. Aquí se  extienden campos desmesurados de maíz,  cebada y trigo. Se ven, sin embargo, las trazas de las devastaciones que una guerra civil de varios decenios ha ocasionado, así como las del sitio de Puebla, hace un año”.

“Finalmente, he aquí Puebla de los Ángeles, con sus innumerables cúpulas, con sus infinitos campanarios, con sus casas, aquí también sin tejado, muy sobresalientes”.

“Ya cerca de la ciudad encontramos una numerosa caravana de jinetes vestidos a la extraña y pintoresca usanza del país…las sillas y los arreos estaban recamados de oro y adornados con cordones de seda de los más vivos colores. Venían padres con sus pequeños hijos…cabalgando alegremente”.

“Así llegamos a la ciudad, cuya entrada no ofrece sino ruinas”.

“Cada calle tiene un canal recubierto de grandes piedras por donde escurren las aguas que se precipitan en la estación de las lluvias”.

“Puebla es una ciudad que atrae. Su arquitectura es más hermosa y más original que la de la ciudad de México”.

“Las casas son más altas, menos aplastadas, y los poblanos no tienen la manía de pintarlas de ese color amarillento que las hace a todas iguales, como en la ciudad de México. La vivacidad y el calor”.

“La casa donde paramos estaba estucada de rojo y recubierta con mosaicos de porcelana blancos y celestes, lo que es tan original como gracioso; encontramos otras iguales por las calles de la ciudad”.

“La acogida fue festiva”.

“Por fin, terminada la cena, quedaban sentados uno frente a otro sin que la sociedad pareciese dispuesta a separarse”.

“Mi mayor placer era ir a los Portales, como hice después en la ciudad de México, vagando por los vastos peristilos que circundan la plaza principal y donde los indios acurrucados por todos lados traen a vender sus productos”.

“Aquí surgían arcos de triunfo, allá se decoraban las iglesias y las casas, se hacían preparativos en todas las calles”.

“Todos se decían gratísimos, reconocidos porque el emperador y la emperatriz habían abandonado su país natal, la familia, y atravesado los mares en un larguísimo viaje para reinar en una nación que una serie de desventuras, de guerras civiles, de cadenas de engaños, de codicia y de avidez, habían precipitado en la más profunda corrupción; donde los habitantes habían perdido no solamente las virtudes morales sino hasta el concepto de las buenas costumbres y la honestidad”.

“La población de Puebla asciende a 70 000 habitantes y está muy adelante de la ciudad de México en el número y la perfección de sus institutos y su actividad industrial y comercial; casi se diría que sus habitantes son más trabajadores, más inteligentes y menos degradados moralmente que los de la capital”.

“El segundo día visitamos el Fuerte de Guadalupe”.

“El espectáculo es soberbio e impresionantísimo, su belleza resalta por la admirable pureza del aire que acerca las cosas más lejanas”.

“Al día siguiente, a las ocho de la mañana, abandonamos Puebla”.

“Nos desviamos del camino real para entrar a Cholula, ciudad poderosa bajo la dominación azteca, que llegó a albergar a una población de 160 mil habitantes y que ahora ha caído en tal decadencia que no parece sino un miserable pueblito”.

“Aún no entrábamos a la ciudad y ya nos esperaban todas las autoridades que nos saludaron con un ampuloso discurso; las niñas nos obsequiaban con lindos ramos de flores; por todos lados sonaban las campanas y numerosos cañonazos anunciaban nuestra llegada; nos presentaron armas, redoblaban los tambores y sonaban las fanfarrias y las trompetas de modo ensordecedor”.

“Pero Quetzalcóatl era enemigo de la guerra y cuando oía hablar de ella se tapaba los oídos, lo que provocó la ira de otra divinidad poderosísima y se vio obligado a huir; se detuvo en Cholula donde se levantó en su honor una pirámide con un teocali maravilloso. De allí Quetzalcóatl prosiguió su viaje hasta el mar y cuando llegó al Golfo se despidió de sus discípulos y amigos prometiéndoles que regresaría. Subió a una barca hecha de pieles de serpiente y navegó hacia el oriente, por donde sale el sol. Era un gran sabio y se dice que tenía una larga barba. Los indios aún lo esperan porque con él retornará la felicidad, la riqueza, y bajo su domino resurgirá la bella era de los toltecas”.

“…En Cholula, donde el perfume de las flores había embriagado el corazón gentil de Quetzalcóatl, se inmolaban hombres”.      

“Llegamos a San Martín antes de oscurecer, pero aquí debíamos detenernos porque más adelante no había mesón y la ciudad de México estaba demasiado lejos para poder llegar a ella esa misma noche”.

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José Alarcón Hernández

Lic. en economía, con mención honorífica. Diputado Local dos veces y diputado federal dos ocasiones. Subsecretario de Educación Superior de la Entidad y Subsecretario de gobernación del Estado. Autor de 8 libros publicados por la Editorial Porrúa. Delegado de la SEP Federal en el Estado. Actualmente Presidente del Colegio de Puebla. A.C.