Dos mundos y realidades tan distantes y tan cercanas las podemos hallar en múltiples historias de la cotidianidad, que nos hacen recordar la débil línea que divide la egolatría de la humildad,  la riqueza de la miseria, el poder de la indefensión.

Cuánto despilfarro pueden ejercer los séquitos del poder vigente, cuando se trata de enaltecer la imagen y el culto a la personalidad de quienes lo ostentan con fines muy diferentes a los que prometieron tanto.

Es el estilo de vendernos lo que por derecho estamos obligados a exigir, la expedita rendición de cuentas de quienes nos gobiernan, debería ser exactamente un informe, detallado, mesurado, congruente, libre de fantochería y capítulos desgastados que impulsen las odas al poder.

Es desgastante escuchar la palabrería rebuscada y ensayada, plagada con matices de egocentrismo y poca humildad, con la que muchos gobernantes enarbolan acciones y logros no a favor de los ciudadanos, sino en torno a su propia personalidad.

Sin duda, nos hacen recordar esas temibles dictaduras donde todo gira en torno a la personalidad del ungido.

Actos ensayados y repletos de los aliados y beneficiarios de la corte del Rey vigente, donde la ausencia de los gobernados es tan grande, que en ese gran vacío retumban una a una, las frases y promesas que se difuminan con la injuria de gobernar para sí mismo.

Los ritos interminables de una clase política que sin importar colores, marcas y doctrinas repite una y otra vez, las grotescas maniobras de usar el dinero público en beneficio propio y de los grupos que alaban palabrería y no acciones.

Son los montajes hechos para la mercadotecnia del poder; como si con la imagen, fotos, espectaculares, videos, discursitos y carretadas de convenios, se nos olvidara que en la elite de los reyes, los cortesanos no tienen derecho a la palabra.

Como en una verdadera historia de terror, estos personajes se reinventan y hallan la finalidad de su mandato en el culto a sí mismos; narcicismo absoluto de sus recónditas debilidades que llevan a impulsar locura, cerrazón y obsesión por escalar hacia la ruta de los dioses, donde el poder se saborea con la demencia de la fragilidad secreta de una soledad sombría.

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