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Conquistador, el toro; conquistador el torero
A las 5:34 de la tarde, se anunciaba en un pizarrón el toro de la despedida del El Pana: “Conquistador”, marcado con el número 49, un cárdeno bragado de la ganadería de Garfias. Rodolfo no logra hacerle nada con el capote; pide los palos para banderillear, logra dos cuarteos exponiendo y con el par de Calafia, que le salió extraordinario, termina el tercio.
Las manos y la plaza echan humo de tanta ovación, una Diana baja de las alturas y El Pana se arranca a dar una vuelta al ruedo, festejada por la afición. Termina el recorrido, con señas le pide al maestro de la banda de música que le toque otra Diana, no responden los filarmónicos. El Pana les hace una seña diciéndoles tacaños, se dirige al burladero a recoger la muleta, entonces suena la Diana. El Pana lo agradece al director de la banda de música.
Aquel domingo 7 de enero de 2007, brinda por segunda vez al público va a la zona de tablas y ante micrófonos de radio y televisión expresa: “Quiero brindar este toro, el último toro de mi vida de torero en esta plaza, a todas las gaifas, mesalinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas, a todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando “El Pana” no era nadie, que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, base de mis soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto. ¡Va por ustedes!”.
Ya el toro anterior lo había brindado al público yendo a los mismos micrófonos, para brindar a todos esos toreros de la legua que nunca tuvieron una oportunidad en la plaza México.
El Pana empezó a torear muy bien a ese último toro. Justo a las 5:53 de la tarde, empiezan a sonar Las Golondrinas, la piel se eriza, los olés tienen otro sabor, sabrá Dios qué pasaba por la cabeza de Rodolfo Rodríguez González, estaba inspirado, toreando maravillosamente, llevando al clímax a los aficionados; sus trincherazos, los pases con ambas manos, sus molinetes, todo con hondura, con sabor, realizados de forma peculiar. Algunos aficionados llegaron hasta las lágrimas.
A las 6:04 de la tarde doblaba Conquistador, habían transcurrido 18 minutos desde el inicio de la faena y el juez, acertadamente, no le sonó el aviso. Se conceden las dos orejas, la gente las avala ovacionando con mucha fuerza.
Rodolfo da la vuelta al ruedo, otra con el ganadero, luego otra más, rapidilla y de pronto se lanza dar la cuarta vuelta a toda velocidad, enseñando que tiene facultades físicas.
En total dio ocho vueltas al ruedo. La última fue en hombros al final del festejo y, así, en hombros lo llevaron hasta el hotel en el que se vistió.
Quien no podía faltar a la plaza era Doña Nieves, la más fiel seguidora de El Pana, la del famoso grito: “y arriba El Pana”; cansada, con muchos calendarios a cuestas, con su infaltable sombrero cordobés, estaba sentada en la última fila de sombra, cuando ella siempre fue de la localidad de sol, pero su salud le impidió desplazarse hasta el lado asoleado de la plaza.
El siete del siete, resultó ser la tarde de El Pana, una tarde de despedida, que no fue tal, al contrario, de ser un torero ignorado, a punto de retirarse, pasó de golpe y porrazo a ser figura del toreo.
No es exageración, a partir de ese domingo lo contrataron en plazas en las que nunca había toreado a lo largo de 28 años de matador de toros, incluyendo cosos extranjeros.
Lo que son las cosas, el domingo antes de las cuatro de la tarde, Rodolfo era un torero relegado, dos faenas y la vida le cambió.
Conquistador era el toro de la despedida, conquistador fue el torero.
Foto: Archivo / Jaime Oaxaca