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Narran en la IBERO experiencias de mujeres en la academia

  • Redacción e-consulta
Cada mujer dedicada a la generación de conocimiento lleva consigo un historial de obstáculos librados
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Ser mujer en un mundo patriarcal es un condicionante de vida; ser académica en un entorno igualmente masculinizado es derribar barreras desde el intelecto. El Departamento de Ciencias Sociales de la IBERO Puebla celebró un seminario donde dos catedráticas compartieron su caminar feminista desde la praxis investigativa. “Este espacio es nodal para la formación de nuestras y nuestros estudiantes”, aseguró su directora, la Dra. Nadia Castillo Romero

Gisela Espinoza Damián tuvo lo que denomina una “infancia pueblerina” llena de contrastes. Creció rodeada de mujeres de diferentes edades que la marcaron desde sus primeros años en una pequeña comunidad de Michoacán; su padre, en cambio, fue una presencia intermitente.

Mientras que su seno familiar era encabezado por una madre que le inculcó el espíritu crítico, la hoy investigadora de la UAM Xochimilco tuvo una interacción directa con la ruralidad como un entorno conflictivo y cotidianamente machista. “Viví el patriarcado y un contrapeso matriarcal. Las dos cuestiones han marcado mis intereses vitales en la investigación”.

El inicio de su vida profesional se vio marcado por una participación activa en organizaciones civiles de izquierda, donde las prácticas opresivas de género también eran la norma. Fueron todas estas experiencias las que la condujeron al quehacer académico, donde transformó en problemas de investigación sus vivencias de activismo y el rifirrafe matriarcal y patriarcal de su niñez.

Caso opuesto fue el de Emilia Velázquez Hernández, quien se acercó a la academia de rigor desde el inicio de sus estudios en antropología. Según relató a la IBERO Puebla, comenzó su ejercicio profesional en investigaciones relacionadas con los procesos políticos de algunas comunidades de Jalisco.

Trabajos posteriores la llevaron a recorrer diferentes localidades para comprender el comportamiento de los distintos espacios territoriales. Sus estudios subsecuentes estuvieron vinculados con el impacto del Tratado de Libre Comercio en los procesos sociales y comunitarios, así como análisis detallados de las dinámicas sociales comunitarias.

Para la investigadora de la Unidad Golfo del CIESAS, el trabajo en equipos multidisciplinarios ha sido clave para comprender diferentes perspectivas y técnicas de operatividad, por lo que exhortó a los estudiantes a cultivar su curiosidad intelectual para conocer diferentes realidades, aceptar otras explicaciones y plantearse nuevas preguntas.

Lo que ellos no ven

En su colaboración con el Instituto de Estudios para el Desarrollo Rural Maya, A. C., la Dra. Gisela Espinoza tuvo la oportunidad de explorar en campo sus hipótesis sobre la ruralidad. En ese periodo, la recién licenciada ocupó un papel subordinado debido a la jerarquía de las figuras académicas que lideraban los proyectos, en su mayoría masculinas. Fue hasta tiempo después que comprendió el impacto de ser mujer.

Hablar sobre género era considerado una pérdida de tiempo que distraía de los temas considerados primordiales. “El hecho de ser mujer era por un lado un plus, pero también un freno que no siempre fue favorable como investigadora”. Fue hasta sus estudios de doctorado que pudo vincular el interés en los estudios de género a la problematización sistemática.

Espinoza Damián regresó a los lugares del sur del país en los que había colaborado para recabar nuevos testimonios, ahora con una nueva perspectiva. Su investigación en temas de género había representado una actividad relegada a los tiempos libres hasta su incorporación a la UAM Xochimilco a principios del siglo; desde entonces, su vínculo con mujeres indígenas ha marcado su labor académica.

Aunque feminista desde la universidad, la Dra. Emilia Velázquez nunca incorporó estos intereses en sus investigaciones. “No sentí que mis capacidades fueran cuestionadas por ser mujer”. No obstante, “sé que cada vez tengo que demostrar la validez de mi trabajo”. La permanente presencia masculina en los puestos de poder y liderazgo impactó inconscientemente en lo que calificó como una “inseguridad permanente”.

Ser mujer también limitó sus movimientos en el trabajo de campo, pues la inseguridad fue un factor determinante para establecer autorrestricciones en sus investigaciones. Lo mismo ocurrió en la compaginación de la familia con lo laboral: pese a que eligió no tener hijos, no obvia las peripecias de sus colegas al balancear la maternidad con el ejercicio profesional.

Al respecto, ambas académicas cuestionaron las normas sociales que determinan las labores de cuidado de menores y adultos mayores, mismas que suelen recaer enteramente en las mujeres. Por ello, llamaron a construir políticas públicas que atiendan la desigualdad en el llamado “trabajo no remunerado”, especialmente con miras a una sociedad mexicana en proceso de envejecimiento.

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