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La privatización de las banquetas en las calles de Puebla

Caminar por banquetas que se interrumpen a cada diez, cada quince metros, por distintas razones y obstáculos
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Hace falta valor, se dice cada mañana doña Leo, vecina de la colonia Azcárate, no lejos del centro de la ciudad de Puebla.

Tiene 71 años de edad y pronuncia su mantra antes de la batalla cotidiana: caminar por banquetas que se interrumpen a cada diez, cada quince metros, por distintas razones y obstáculos, y que la obligan a bajar al arroyo vehicular, a ella, viuda de 71 años, achacosa, que solamente quiere ir a comprar su pollo y sus verduras.

Hace falta valor. Suena exagerado. No para doña Leo a quien nomás su vecino de al lado le sembró un portón que invade 20 centímetros de banqueta porque su camioneta Chevrolet Tahoe 2012 no cabe ya en su patio.

La anciana piensa que cuesta más la camioneta que la casa pero eso a ella qué le importa.

En esas cavila cuando ya tiene el segundo obstáculo enfrente: un oloroso y humeante comal en el que se cuece una pareja de resignadas memelas.

La instalación es peligrosa e invasiva. Aparte de las dos mujeres que operan el sitio, hay banquitos de plástico azul intenso para los clientes y un poco más allá una pila de cajas de refrescos con papelitos grasientos entre botella y botella.

Cuando la memelera mayor echa un cucharón de aceite sobre el ardiente comal, el humo hace toser a clientes, viandantes, mujeres y niños. Y a doña Leo, quien siente que sus pulmones no sobrevivirán al atentado.

Pero el trayecto –sólo en esa cuadra- tiene una tercera aduana: la papelería, que también se adueñó de su parte de banqueta con una “araña”, según se denomina a estas pequeñas lonas publicitarias que se sostienen con patitas metálicas. El changarro oferta copias, escáner y fotos oficiales urgentes.

Doña Leo no necesita nada de eso; sólo debe eludir la araña para arribar a su primera esquina.

Se adivinan ya un pollo, unas verduras. Hace falta valor.

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