• Sociedad

Respiran en la Ciudadela esperanza de derogar reforma educativa

  • Juan Norberto Lerma
Los maestros aseguran que no le temen a la evaluación, pero quieren que su voz sea incluida en un nuevo proyecto educativo
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En Plaza de la Ciudadela los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación se agrupan para resistir los embates de la lluvia y la persecución del gobierno.

En este espacio saturado de tiendas de campaña se condensa la esperanza de derogar la reforma educativa.

Son las 6 y media de la tarde y en la Ciudad de México llueve. Sobre la banqueta de la calle Balderas los vendedores de libros y artesanías parece que se desvanecen entre la lluvia junto con sus mercancías.

Al fondo del corredor, a la izquierda, aparecen las tiendas de campaña que a la distancia parecen grandes globos desinflados. Para poder acercarse a los maestros de la CNTE hay que sortear charcos y torrentes de agua que caen de las lonas de los puestos con mercaderías.

Adentro de las tiendas los maestros que llegaron de Chiapas, Guerrero, Michoacán, Oaxaca y el Estado de México, conversan y beben líquidos humeantes en tazas y pocillos.

Hacinados en espacios de 2 metros cuadrados han vivido en la Plaza de la Ciudadela desde el 25 de mayo.

Territorio minado

La Plaza de Ciudadela es un territorio minado, una imitación de ciudad con callejuelas mínimas en las cuales se tropieza con las trampas de los lazos a media altura, que al menor descuido lo pueden ahorcar a uno. En el suelo, los cables que conducen la corriente eléctrica se hunden en el agua.

Alrededor de una fuente me encuentro a un grupo de maestros platicando, una mujer está sentada en una silla de madera, dos hombres y una joven la rodean. Me miran y se quedan callados.

A su alrededor caen las gotas de agua, pero no se mueven. Les pregunto si puedo hablar con ellos. Me interrogan, quieren saber quién soy, de donde voy y lo que quiero. Muestro la credencial de un periódico. La revisan minuciosamente por los dos lados, se la pasan unos a otros y uno de ellos me dice:

“Está vencida”.

Le respondo que sí, que no la he renovado. Se ríen. Aceptan platicar conmigo.

A lo lejos, a la derecha, suena una cumbia, el sujeto que canta festeja el andar de la mujer que ama. Con la lluvia, las casas de campaña se han lavado y los colores se ven más vivos.

Me dirijo en general al grupo y preguntó qué esperan conseguir de la mesa de diálogo con la secretaria de Gobernación.

Se miran entre sí y señalan con las manos y los ojos a la mujer que está sentada en la silla. Se acercan más maestros, llegan seis, ocho, me rodean. Escuchan la conversación, permanecen en silencio, se cruzan de brazos y se acomodan en el borde circular de la fuente.

Miro a la mujer, es blanca, debe tener 30 y tantos años. Sonríe nerviosa y mueve su pelo, que llevaba atado como una cola de caballo.

Le preguntó a la mujer su nombre y me responde que prefiere no decirlo. Miro a la docena de maestros que me rodea, todos niegan con la cabeza. Ninguno tiene nombre, sólo son maestros, dicen, que luchan para derogar la reforma educativa.

Le repito a la mujer la pregunta:

—¿Qué esperan conseguir de la mesa diálogo con la Secretaria de Gobernación?

“La mesa de dialogo era algo que se tenía que hacer, era necesario desde hace mucho tiempo. Si el gobierno hubiera tenido la disposición de dialogar con nosotros no hubiera pasado lo que pasó en Oaxaca”, dice la mujer convencida y los que la escuchan afirman con la cabeza.

—Según ustedes, ¿qué pasó en Oaxaca?

“La población reaccionó cuando vio que el gobierno nos estaba reprimiendo, porque los policías lanzan gases lacrimógenos de forma indiscriminada y afectan a los civiles. En Oaxaca, la población respaldó a los maestros”.

La mujer se anima, comienza a hablar de forma fluida, sus ojos brillan. Los demás maestros la escuchan con respeto y uno de ellos se acerca para murmurarle algo al oído.

“Lo que ocurrió en Oaxaca fue otro error del gobierno, primero la cerrazón de no querer dialogar con nosotros y luego emplear la fuerza del Estado con armas para desalojarnos. Hay testimonios en video que demuestran que desde las 11 de la mañana que comenzó el enfrentamiento, los policías comenzaron a disparar en contra de los maestros y la población”.

—¿En qué los perjudica a ustedes la reforma educativa?

“Es que no se trata de una reforma educativa, simplemente es una reforma laboral. Lo que el gobierno quiere es quitarnos las plazas de base, tenernos con contratos temporales, y empezar con los despidos masivos. Quieren quitarnos los derechos laborales que ganamos durante muchos años de lucha. Lo que ellos llaman reforma educativa forma parte de un sistema globalizado que incluye a varios países”.

—Si el Congreso aceptara abrogar la reforma educativa, ¿ustedes que proponen?

“Si nos escuchan y nos incluyen en el proyecto educativo, propondríamos que la reforma sea pedagógica; que se mejore la infraestructura de las escuelas en todo el país. Esta reforma la hicieron personas que nunca han pisado una escuela pública, que nunca han estado en la sierra dando clases. No fue pensada para mejorar la educación, sino para satisfacer necesidades empresariales”.

Quienes escuchan, parece que quieren aplaudir las palabras de la mujer, pero se contienen. La lluvia sigue cayendo sobre las lonas, nos salpica a todos. Comienza a oscurecer, la mujer tiene frío, se frota los brazos y se nota más animada.

“En la mayoría de las escuelas en donde he estado no hay agua, no hay baños. En una ocasión me tocó dar clase en un saloncito de madera, no teníamos pizarrón, el piso era de tierra. Un maestro rural se enfrenta a la falta de materiales y no tiene infraestructura para dar clases, hay escuelas que se inundan y el gobierno no hace nada”.

Algunos maestros salen de una tienda de campaña verde y les llevan café a sus compañeros. Uno de ellos me ofrece un vaso de unicel con un café caliente y cargado. Lo acepto y le vuelvo a preguntar su nombre a la mujer.

Mueve la cabeza y se ríe.

“Nayhelli, dice, “sólo Nayhelli”.

No le temen a la evaluación

 

El inmenso José María Morelos y Pavón observa desde su altura el campamento, se le ve sereno y lavado, no le importa que el cerco que lo protege esté cubierto de lazos, cables y carteles que protestan contra la reforma educativa.

 

“No le temó a la evaluación, le temo a la corrupción”, dice un cartel.

Me acerco al umbral de una tienda roja. Al fondo se ven cobijas, trastos, unas ollas y muy poca basura. Dos mujeres tensan unos lazos para levantar una lona a la que casi la vence el agua que cae. Un maestro barre el lodo que se ha metido a su dormitorio. Me acuclillo para librar los lazos.

¿Estás de acuerdo con la evaluación?, le pregunto.

El maestro tampoco tiene nombre, pero acepta responder mi pregunta.

“Estoy de acuerdo con la evaluación para mejorar nuestro desarrollo educativo, para actualizarnos y para mejorar nuestra forma de dar clases”, dice y las mujeres sueltan los lazos y vienen a escuchar lo que su compañero dice.

“El gobierno debe detectar las carencias de los maestros y ayudarlos a superarlas, pero no debe despedirlos. Tal como está, la reforma educativa no dice que va a ayudar a que el maestro mejore su desempeño, sino que van a despedir al que no tenga la capacidad que ellos exigen para dar clases”.

“La ley dice que el maestro que no supere tres evaluaciones será despedido o reubicado en áreas administrativas o les ofrecerán un retiro voluntario, pues no hay suficientes plazas para meter a todos los que reprueben. No estamos de acuerdo con la evaluación tal cual la plantea el gobierno”.

Miro a las mujeres, les pregunto si quieren decir algo.

—¿A ti te interesaría conservar tu trabajo, que te prepares y que mejoren tu salario?, le pregunto a una mujer que no debe pasar de los 30 años.

“Claro, porque un maestro rural gana 10 mil pesos al mes, pero a eso hay que quitarle el hospedaje, vivir en la comunidad en donde da clases, la alimentación. Algunos duermen en los mismos salones”.

“El sueldo se va mermando hasta quedar en 5 mil pesos mensuales. Y el gobierno dice ahora que nosotros tenemos muchos privilegios y que no queremos perderlos. Cuáles privilegios, si nosotros no tenemos una Casa blanca, nosotros son vivimos en Paseo de la Reforma ni en el Pedregal ni viajamos a La Vegas”.

—¿Se sufre aquí en el campamento?, le pregunto a la otra maestra.

“Pues muchos maestros se han enfermado del estómago, de las vías respiratorias. Hay días que llueve como hoy y nos mojamos. Padecemos más cuando vamos a actividades, pero seguimos aquí gracias al apoyo de la sociedad y al altruismo de algunos doctores. Aquí tenemos un consultorio medicó”.

—¿Tú de dónde vienes?, le pregunto.

Se vuelve a mirar a sus compañeros. El letrero de su estado y la sección a donde pertenece está pegado en lo alto de la tienda de campaña, así que no puede mentir. Agacha la cabeza.

“De Chiapas”, murmura.

—¿Qué dejaste en tu estado?

“Hijos, esposo”.

—¿Duele?

“Sí. Duele mucho, pero vale la pena”, dice.

La hora de la cena

En los andadores de la plaza un grupo integrado por sujetos a los que los programas sociales del gobierno llaman niños de la calle disputan por algo que sólo ellos comprenden. Astrosos y despegados de la realidad que los rodea intercambian pedazos de estopa humedecida con thinner y aspiran el aroma ríspido que es el único que los anima y los desconecta del panorama que los rodea.

Para poder avanzar entre el campamento, uno tiene que agacharse, hundir los talones en el agua, esquivar las endebles lonas y casas de campaña. Los zapatos y los bajos del pantalón son una sopa, un par de sujetos me siguen a 10 metros, a 5 metros, a 3 metros de distancia, hablan entre sí y me señalan.

De pronto me sale al paso un hombre robusto que lleva un megáfono en la mano. A cielo abierto la lluvia nos cala. El hombre lleva una camiseta del algodón a rayas y una gorra de beisbolista.

“Se les informa a todos los maestros que pueden pasar a recoger la comida. Vayan a la esquina en donde está Michoacán. Ahí está la camioneta y pueden solicitar los platos quienes lo deseen”, dice el sujeto con el megáfono.

Me acercó a él y los dos hombres que me siguen se detienen. Le pregunto al hombre del megáfono quien paga la comida y él me pregunta qué es lo que quiero.

Los dos hombres que me siguen se acercan y escuchan. Respondo yo primero. Le muestro mi credencial. Se ajusta la gorra, se la quita, deja que le moje el pelo el agua. Los hombres que me siguen miran mi credencial, mueven la cabeza, se retiran.

“La comida la pagan los maestros”, me dice el hombre del megáfono y ninguno de los dos nos cubrimos el agua.

A un lado se escucha la música estridente de una salsa, veo a una veintena de hombres y mujeres que bailan a la mitad de la calle.

El hombre del megáfono es el único que tiene nombre, se llama Edy Labra. Le señalo a los que bailan, le pregunto si es un baile que organizaron los maestros.

Se ríe, me dice que no, que se trata de un espectáculo que monta la delegación cada 8 días en la Plaza de la Ciudadela, pero que como ellos la tienen ocupada, ahora lo realizan en la calle.

—¿Tú de dónde vienes?, le pregunto.

“De Guerrero”, me responde y pone rostro serio.

—Desde la Ciudad de México hemos visto mucha violencia en Guerrero. Tomas de oficinas, ayuntamientos, inmuebles incendiados.

“Lo que pasa es que cuando una ley es injusta, lo más justo es desobedecerla. Ya vimos que es la única manera de que el gobierno no voltea a mirar. Le hemos exigido diálogo de muchas formas, pero lo único que ha surgido efecto son los bloqueos y tomas de ayuntamientos”.

“Es nuestra forma de alzar la voz y decirle al gobierno que estamos en contra de lo que está haciendo. De alguna manera nos han obligado a tomar esas decisiones radicales”.

—Ustedes son los que han iniciado la violencia.

“No, nosotros vamos a protestar en paz, pero lo que ocurre es que ha habido infiltrados. A veces son policías y a veces son del magisterio. Nos echan la culpa de que nosotros somos los provocadores, pero hemos agarrado a los infiltrados y les hemos dicho: ‘Si te volvemos a ver, corres riesgo’”.

—¿Por qué si ya empezó el diálogo con el gobierno no han detenido los bloqueos?

“Es que aún no hay diálogo. Lo que dijo Osorio Chong es que primero se iba a construir una agenda. A partir del lunes se va empezar a discutir sobre los puntos que proponemos”.

—Qué opinas de los que raparon en Chiapas a los maestros.

“Pues estoy en desacuerdo con esas acciones y ya se demostró que los que raparon a los maestros fueron infiltrados. A nosotros lo que nos interesa es derogar la reforma educativa”.

—Liberaron a Rubén Núñez, el líder de la Sección 22 de Oaxaca.

“No, es una mentira. Ya nos comunicamos con sus familiares y nos aseguran que sigue preso. Ese rumor es parte de la guerra sucia, lo hacen para debilitarnos, pero le decimos al gobierno que aunque caigan nuestros líderes, siempre habrá otro que los sustituya, y vamos a seguir hasta conseguir echar abajo la reforma educativa”.

—¿Vas a ir a la marcha a la que convocó Andrés Manuel López Obrador?

“No vamos a ir al monumento a los 43. Desde ahí vamos a agradecerle a López Obrador su apoyo, pero no queremos mezclar el movimiento magisterial con la política.

—¿Qué dejaste en Guerrero?

“A mis hijos, deje mi vida personal, pero no me importa, porque la lucha es para beneficiar a mis hijos.

—¿Se sufre en el campamento?

“Sí, pero afortunadamente la población nos ayuda. Algunas personas nos insultan y nos llaman güevones, holgazanes, pero no importa. Tenemos bien claro que nuestro objetivo es conseguir que se derogue la reforma educativa”.

La lluvia no cede como tampoco los maestros. Sorteando charcos me acerco hasta una patrulla en la que están 4 policías. Les pregunto si están vigilando a los maestros. Uno de los policías me responde que no. Le digo que si puedo grabarlo. Se ríe y me dice que no y se trepa a su patrulla.

Desde la calle de Balderas, las tiendas se ven como racimos de hongos de colores, se juntan cada vez más como si fuera un tapiz armado con telas verdes, rojas y amarillas. Una veintena de maestros camina sobre uno de los andadores, se juntan con otros debajo de una lona en la que brillan luces blancas y amarillas. Alrededor de una estufa primitiva se preparan para la cena.

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