Diferenciación Sexual
En México es raro ver que haya hombres haciendo y vendiendo quesadillas en una esquina porque esa chamba casi siempre la sociedad se la delega a las mujeres. Igualmente extraño es ver mujeres conduciendo camiones de carga en nuestro país. Esto se debe a que tenemos una cultura de alta diferenciación sexual (DS); es decir, una cultura donde los roles del hombre y de la mujer están definidos de manera tradicional y difícilmente cambian. Sin embargo, existen países de baja DS, como Suecia, Dinamarca u Holanda, donde la línea divisoria de lo que corresponde hacer a hombres y mujeres es mucho más tenue y flexible. En estos países las mujeres participan más en la economía y los hombres más en el hogar; hay menos etiquetas y más equidad.
La diferenciación sexual es una variable que sirve para entender mejor la cultura de un determinado país. A mayor DS, más división entre el rol del hombre y la mujer; más etiquetas; más discriminación y menos equidad. Algunos autores proponen dimensionar la DS en función de qué tan masculina o femenina es una sociedad. Los países de cultura masculina tienen típicamente una DS mayor. Se trata de pueblos donde los valores “duros” asociados al sexo masculino prevalecen sobre los valores “suaves” asociados al sexo femenino. Así, las culturas masculinas, por lo general, favorecen el materialismo, la autocracia, la confrontación, la desigualdad, etc. Las culturas femeninas, por su parte, normalmente favorecen las relaciones humanas, el arte, la democracia, la salud, la ecología y la equidad, entre otros aspectos análogos.
Los latinoamericanos, por lo general, tenemos bien claro qué cosas “debe” hacer un hombre y qué cosas “debe” hacer una mujer. Como si los roles ya vinieran impuestos desde los cielos. El hombre debe proveer las condiciones materiales y la mujer las condiciones relacionales y afectivas en el hogar. El sexo masculino se encarga de hacer las reparaciones con desarmador y tornillos; el sexo femenino de lavar y planchar. Las abuelas y las madres entran en crisis si ven a su hijo lavar su propia ropa; o a su hija revisando el nivel de aceite del coche.
Al hombre mexicano se le enseña desde pequeño que debe conseguirse una hembra que le resuelva todo lo relativo a la limpieza y comida en la casa. Y a la mujer que se consiga un macho que se haga cargo de las cosas pesadas. Si no tienen a su media naranja se sienten inútiles, incompletos, disminuidos. Así entonces, los/las latinoamericanos/as, no paramos de buscar hasta que encontramos al otro que nos complementa en la vida cotidiana. Mucha gente se suele casar en función de qué tan bien o mal cubre su rol de hombre o mujer la respectiva pareja, más no por amor a ese otro ser; amor a lo que él o ella es (en contraste con amor a lo que él o ella hace para mí).
En las culturas nórdicas las mujeres son más autónomas y necesitan menos de los hombres para resolver su vida cotidiana. Siempre recordaré el día que una amiga danesa, compañera de la universidad en Copenhague, llegó tarde a nuestra reunión porque su bicicleta tuvo un problema con la cadena. Se detuvo a pedir unas pinzas en el primer lugar que pudo para ella misma arreglar la cadena. Llegó a la reunión, toda hermosa ella, con las manos llenas de grasa pidiendo una disculpa por su retraso. En su sociedad las mujeres aprendieron a resolver temas “de hombres” y estos, a su vez, aprendieron a resolver temas “de mujeres” sin prejuicios y de manera muy efectiva.
Sin duda la diferenciación sexual empieza en casa con la educación de los hijos. Es ampliamente reconocido que las madres mexicanas son las primeras en fomentar el machismo, en especial cuando el padre está ausente. El hijo mayor toma por lo general el rol de protector y proveedor porque esas son las expectativas que en el fondo le transmite su mamá. Y a las niñas se les enseña que ellas están incompletas sin un hombre que les resuelva los temas “rudos” de la vida, por eso deben buscar un buen partido: alguien que se haga cargo de ellas porque solitas, al parecer, no valen mucho.
La transformación de nuestro país, desde mi punto de vista, debe empezar con su cultura. Yo no veo, por ejemplo, un México próspero que siga considerando a las mujeres como seres incompletos que necesitan de un hombre para salir adelante. Ojalá eduquemos de otra forma a los niños para que en 20 años tengamos otra realidad.
El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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