Nuestra habitación más amplia

  • Juan Martín López Calva
La escuela y la universidad tendrían que enseñarnos a vivir tiempo de máxima intensidad auténtica

El secreto de la felicidad sigue siendo un misterio sin resolver, y puede que nunca lleguemos a descubrirlo. Sin embargo, encontrar la forma de sentirse bien con uno mismo es un objetivo más alcanzable, con respuestas más prácticas y al alcance de todos. Filósofos de todo el mundo han reflexionado sobre este asunto. Por ejemplo, Michel de Montaigne consideraba que lo más importante del mundo era saber estar con uno mismo. El pensador francés sostenía que el cuidado de uno mismo mediante el autoconocimiento era una de las tareas más relevantes que debían ocupar la preocupación humana.
Ariadna Romans. Saber estar con uno mismo. Ethic, 3 de octubre de 2024.

Vivimos tiempos de soledad en colectivo, es decir, de estar siempre o casi siempre rodeados de gente real con la que compartimos tiempos de dudosa -y ruidosa-calidad, así como del acompañamiento morboso, casi vigilante de más gente a la que solo o predominantemente vemos y nos ve en la virtualidad de las redes sociales.

Estamos buscando siempre personas y grupos o colectivos con los cuales pasar el tiempo para intentar, sin éxito, evadir esta profunda soledad que nos agobia y nos persigue como un fantasma que acecha desde las sombras para intentar capturar nuestras horas, llenándonos de miedo.

Sin embargo, estamos en tiempos ególatras, marcadamente individualistas en los que se nos pide, casi se nos exige, perseguir nuestros sueños personales y realizar todo lo que nos apasione, eliminando cualquier obstáculo que nos impida lograrlo, aún si ese obstáculo es la amistad, la fraternidad, el amor filial o de pareja.

Los días, las semanas, los meses y los años que van conformando nuestras vidas se desenvuelven en esa tensión entre el miedo a estar solos y la exigencia de pensar únicamente en nosotros mismos, de labrarnos un futuro idealizado y romantizado en el que somos los protagonistas de una gran historia de “éxito” que causa la envidia de todos aquéllos que nos rodean y que se convierten en meros instrumentos para lograr nuestras metas.

De esta manera nos movemos entre la coexistencia superficial con muchos otros individuales y colectivos que evitan que enfrentemos el silencio que nos aterra y la soledad que nos amenaza y, por otro lado, la búsqueda individual de una falsa realización que excluye a todos esos otros y se centra exclusivamente en nosotros mismos.

La vida en estos tiempos ególatras oscila entre la soledad que nos aterra y la coexistencia colectiva que nos enajena que no son más que dos polos de un mismo escenario en el que no sabemos estar con nosotros mismos y por ello tampoco podemos estar realmente con los demás.

Una frase atribuida a Séneca dice que la soledad no es estar solo, sino estar vacío y en estos tiempos convulsos nuestras vidas se van desarrollando en este vacío que, aunque pretendamos y se nos diga que podemos llenar con cosas materiales, con popularidad, con belleza exterior o con dinero y poder, en realidad no se llena con nada.

La clave para llenar este vacío sería hacerle caso a Montaigne y aprender a estar con nosotros mismos, que significaría sentirnos bien, a gusto, en nuestra propia piel y es, como dice el epígrafe de hoy, un objetivo más alcanzable y más práctico que esa búsqueda frenética de la receta para la felicidad, que en realidad es un espejismo que nos esclaviza hoy y nos vuelve fácilmente manipulables por la publicidad, el mercado y las ideologías o los líderes mesiánicos.

El cuidado de uno mismo que nace del autoconocimiento es una de las tareas más relevantes que deberían estar ocupándonos, pero que no tenemos en nuestro horizonte en esta aparente dicotomía entre ruido enajenante y silencio incómodo, entre multitud sedante y soledad vacía.

¿Qué tanto estamos preparando en las escuelas y universidades a las futuras generaciones para saber estar consigo mismas y para autoconocerse y autocuidarse? ¿En qué medida la escuela y la universidad se han vuelto espacios en los que se evade ese encuentro íntimo para sustituirse con ruido, evasión, activismo disfrazado de emprendimiento y egolatría disfrazada de liderazgo?

Si educar es en esencia, enseñar a vivir, como dice bien Morin en su libro del 2016, una parte muy relevante de la educación sería enseñar a cada educando para estar consigo mismo, para autoconocerse y autocuidarse, para relacionarse con los demás sanamente a partir de una sana relación consigo mismos.

Para ello sería necesario, como punto de partida, distinguir entre la soledad y el estar con uno mismo que son cosas totalmente diferentes. Estar con uno mismo no es estar vacío, no es experimentar la sensación de soledad que implica sentirse apartado, aislado de los demás y separado de la propia interioridad.

Aprender a estar con nosotros mismos implica descubrir y tener claridad sobre las actividades que nos gustan y poner los medios necesarios para cultivarlas. Leer, escuchar música, meditar, hacer ejercicio o yoga, pasear por un sitio natural, tomar un café o cualquier otra cosa que nos pueda hacer disfrutar de nuestra propia presencia y dialogar con nuestro interior.

Como la autora de este artículo citado recomienda, al mismo tiempo que se descubra lo que nos gusta y se pongan los medios para cultivarlo, resulta indispensable romper con esas ideas negativas de que no estar con alguien es negativo o nos hace sentir que algo nos hace falta.

Un elemento adicional para el desarrollo de la capacidad de estar con uno mismo es la combinación de momentos de convivencia, lo más cercana y auténtica posible, con momentos de auto-relación y cultivo de la relación intrapersonal. La adecuada mezcla de espacios de autoconocimiento y autocuidado con actividades de tipo social, deportivo, artístico o de relación con las amistades es una fórmula importante para romper el círculo de la evasión y el miedo a la soledad.

En estos tiempos en que la educación está revalorando la dimensión afectiva y ocupándose o al menos declarando que es importante ocuparse del desarrollo de las habilidades socioemocionales, habría que tener como primera prioridad, la habilidad de estar con uno mismo sintiéndose a gusto, cómodos, felices con lo que somos y lo que nos hace sentir profundamente satisfechos.

Como decía el poeta español Basilio Sánchez, según cita la autora de este artículo: “Siempre encontré en mí mismo mi tiempo más intenso, mi habitación más amplia”. La escuela y la universidad de hoy tendrían que enseñarnos a vivir este tiempo de máxima intensidad auténtica -contrario a las intensidades superficiales que hoy se buscan como evasión mediante actividades extremas- y a habitar nuestra habitación más amplia, que somos nosotros mismos.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).