La importancia de entender el conflicto ruso-ucranio (II)
- Herminio Sánchez de la Barquera
Con nuestra columna de hoy terminaremos de analizar algunas de las afirmaciones que se han venido esgrimiendo en torno al conflicto armado entre Rusia y Ucrania, y que a nuestro parecer son infundadas. En la invasión orquestada por Putin se dejan ver algunas de las tendencias más claras y a la vez preocupantes de nuestros días: el choque entre China y sus aliados, por un lado, y Estados Unidos y los países occidentales, por el otro, en busca de la hegemonía global, ante lo que Rusia no quiere mantenerse al margen; la reestructuración de los mecanismos internacionales de seguridad; el avance de las tendencias antidemocráticas en muchas regiones del mundo; la falta de entendimiento entre las naciones, etc.
Una afirmación falsa en torno a las razones de Putin para invadir Ucrania es la que considera a la península de Crimea y al Dombás como territorios históricamente rusos, no ucranianos. Si contemplamos la historia de Crimea desde la Antigüedad, veremos que su historia no puede reducirse a un asunto meramente nacional, sino que ha sido caracterizada siempre por una presencia multiétnica. Sin embargo, en el discurso pronunciado el 8 de marzo de 2014 con motivo de la anexión ilegal de Crimea, Putin se refirió a la península como un “lugar sagrado para Rusia”, puesto que, afirmó, en Crimea fue bautizado el Gran Príncipe Vladimir en el año 988, con lo que comenzó la cristianización de Rusia. En realidad, no hay ninguna certeza de que, en efecto, dicho bautizo haya tenido lugar en la península; además, la figura del Gran Príncipe no puede ser considerada exclusivamente como “rusa”, sino que Vladimir es considerado un héroe también en Ucrania y en Bielorrusia, pues la adopción de la religión cristiana ortodoxa es un fenómeno que trascendió las fronteras de una sola nación.
Crimea, durante muchos siglos habitada primordialmente por tártaros, formó parte durante un tiempo del Imperio Otomano, cosa que explica las frecuentes intromisiones del presidente turco Erdogan en temas que conciernen a la península. Crimea fue conquistada por Rusia en 1793; más adelante, sufrió muchísimo durante la Segunda Guerra Mundial, en parte debido a las ejecuciones masivas ordenadas por los criminales invasores nazis y por las brutales deportaciones de enemigos políticos llevadas a cabo por Stalin y sus secuaces. Tan sólo en 1944, los soviéticos deportaron a 150 000 tártaros de Crimea, bajo la acusación de ser traidores a la patria, colaboradores de los alemanes y propagandistas antisoviéticos. Como generalmente ocurre, las zonas en donde habitaban los deportados fueron ocupadas por gente del país que ordenó las deportaciones.
En 1955, el Politburó del Partido Comunista de la URSS resolvió que la península de Crimea se anexara a Ucrania, sobre todo debido a que las grandes obras de infraestructura que se estaban construyendo hacían más práctica una administración y un manejo dentro de una misma demarcación. Esta unión de Crimea y Ucrania se conservó incluso después del colapso de la Unión Soviética, si bien hubo un intento de separar este territorio por parte de la pequeña población rusa. Sin embargo, al prometer el gobierno de Kiev un régimen de autonomía y una constitución propia, el conflicto se desactivó, por lo que nunca hubo un movimiento separatista hasta antes de la anexión rusa de 2014.
En cuanto al Dombás, se trata de una región que tradicionalmente tuvo una importancia agrícola muy considerable, habitada por cosacos. En la segunda mitad del siglo XIX comenzó un fuerte movimiento de industrialización, que atrajo tanto a trabajadores inmigrantes rusos como también a ucranios. En 1991, cuando se organizó el referendo para decidir sobre la soberanía como Estado independiente de Ucrania, el 83 por ciento de la población del Dombás votó por permanecer en Ucrania, a pesar del gran descontento que había frente al gobierno ucraniano. En realidad, la cantidad de habitantes que prefería la incorporación a Rusia siempre fue muy pequeña. Por supuesto que Putin dice lo contrario.
Tanto en Crimea como en el Dombás, los movimientos separatistas no surgieron desde adentro de la población, sino que fueron, digámoslo así, “inyectados” desde fuera por el gobierno de Putin, con ayuda de algunos actores internos de poca monta y con el apoyo, cuando llegó el momento, de soldados rusos sin insignias nacionales.
Cuando comenzó la invasión en 2022, Putin ya había ocupado aproximadamente una tercera parte del Dombás; ahora, después de dos años de guerra, los rusos ya ocupan dos terceras partes. Mi hipótesis es que Putin hará una pausa una vez que ocupe la tercera parte que le falta, para recuperar fuerzas y reorganizar a sus ejércitos. Luego se lanzará sobre el resto de Ucrania.
Si Ucrania pierde la guerra, se convertirá en un Estado vasallo de los rusos y podrá servir de base para siguientes agresiones hacia Polonia, las repúblicas bálticas o Moldavia. Si gana, aunque no recupere sus territorios hasta ahora perdidos, podrá integrarse a la Unión Europea y encontrar un camino hacia la prosperidad. Pero para ganar la guerra necesita forzosamente la ayuda militar de los países occidentales, pues Ucrania, pese a su alta moral de combate, es más débil que Rusia: le faltan tanto soldados como material de guerra suficientes.
En Ucrania está en juego mucho más de lo que mucha gente se imagina: allí se está modelando la política internacional del siglo XXI, por lo que debemos reflexionar cómo queremos que termine la guerra que Putin ha desatado contra sus vecinos. Una guerra que termine con el triunfo ruso no dará lugar a un periodo de paz, sino que será solamente un respiro antes de la siguiente agresión. Una “paz” dictada por Putin no lo será, pues no estará basada en la justicia, la tranquilidad y el orden. La seguridad que requerimos en el mundo no surgirá de una derrota de Ucrania. Si los países occidentales abandonan a Ucrania, Rusia y otros países gobernados de manera autocrática verán libre el camino para agredir a sus vecinos, como en el caso de China y sus deseos de invadir a Taiwán. Otros ejemplos podrían ser Irán y Arabia Saudí.
Desafortunadamente, si las fuerzas armadas rusas llegasen a agotarse de la guerra, es muy poco probable que Putin se deje convencer -en caso de que sus generales se lo hagan saber- de la necesidad de suspender las hostilidades. Tampoco es probable que haya un movimiento que remueva al dictador ruso del poder, pues no se vislumbra quién podría ocupar su lugar. No queda, por lo tanto, más que el camino de intensificar la ayuda a Ucrania y de imponer sanciones a Rusia de manera más eficiente, pues así como se están llevando ahora a cabo, no funcionan. Pensemos, por ejemplo, que muchas armas rusas se siguen construyendo empleando componentes occidentales que se supone no deberían llegar a manos de la industria militar rusa.
Opinion para Interiores:
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Originario de Puebla de los Ángeles, estudió Ciencia Política, música, historia y musicología en Núremberg, Leipzig, Essen y Heidelberg (Alemania). Es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Heidelberg.