La planeación sexenal mexicana se ha movido entre el voluntarismo sexenal y la inopia racional. Desde el sexenio de Lázaro Cárdenas la reinvención del país fue recurrente a través de la planificación.
El presidente de la república imponía su visión de país. La nación se reinventaba cada seis años, ocurrió sexenio tras sexenio. La influencia personal se dejaba sentir en la administración pública, en los actos de gobierno, en la propaganda gubernamental. La voz del presidente era ley para la burocracia nacional, tanto que incluso las opiniones y discursos se convirtieron en criterios de comportamiento de la administración federal y local.
La planeación fue una especie de falso positivo. Es decir un documento de la presidencia de la república exigido por la constitución pero falso, inútil, para el ejercicio de poder autoritario. Llegaba a ser, en muchos casos, como en el periodo de “administración de la abundancia”, francamente estorboso. Ello explica el paso de dilapidadores, austeros republicanos, reformadores, voluntaristas (“arriba y adelante”), iluminados (“la solución somos todos”, “mano firme, pasión por México”). Todo sin ton ni son. Si en alguna ocasión se dejó escuchar la idea de país, de nación, acabó extraviándose entre las ocurrencias, los caprichos sexenales e incluso entre el cambio político.
De cabo a rabo, las administraciones federales mexicanas han sido diletantes, lo mismo se han inclinado hacia políticas sociales de justicia social que a medidas de austeridad extrema (para la población).
Una elemental racionalidad ha estado ausente. Han faltado de modo constante elementos de maximización de resultados de la administración pública federal.
70 años después los saldos globales de los planes de desarrollo no son alentadores –salvando, claro está, la etapa del “desarrollo estabilizador. Es más, no hay en las distintas administraciones contrastación final entre las metas planteadas al inicio del sexenio y las conseguidas al finalizar. La dinámica de invisibilidad del plan de desarrollo previo se mantiene hasta nuestros días.
Si bien es marcada la orientación neoliberal desde Miguel de la Madrid Hurtado, los resultados no guardan correspondencia de continuidad y es inexistente el reconocimiento de errores. Así por ejemplo, Ernesto Zedillo apuntó como estratégico la formación de capital humano y social, sin embargo fue en su sexenio donde se contrajo con excesiva rudeza el subsidio a las universidades públicas, orientando dichos recursos públicos a programas asistenciales. El resultado: Las universidades públicas no acaban de regresar a los niveles de matrícula de 1994 y el número de pobres se incrementó.
Los sexenios del cambio no realizaron ningún ajuste crítico. Como en el pasado, borrón y cuenta nueva.
¿Qué fundamentó el crecimiento desmedido de la administración pública con Vicente Fox Quezada? Cualquier respuesta, menos razones derivadas de su Plan Nacional de Desarrollo.
Es tiempo de preguntarse si la planeación gubernamental mexicana cumple con los requerimientos para orientar y garantizar eficiencia y eficacia en la gestión pública o si, en el mejor de los casos dicho documento no ha dejado de ser un elemento más de la retórica gubernamental actual y de los usos y costumbres del presidente en turno.
En el primero de los caso conviene hacer una revisión de dicho plan anualmente para readecuar metas, estrategias y acciones. Si bien no hay obligatoriedad expresa, esta se impone si el rango de los objetivos cambia. Apunta en contra la inercia adulatoria existente, y la aversión a la crítica pública. En nuestro país la crítica o el reconocimiento público de errores en la gestión es rara o casi inexistente.
El segundo escenario es el realmente existente. Una vez dado a conocer, el plan se constituyó en requisito cumplido. Hay poco debate. Las voces críticas son marginadas. No es una buena señal. La limitada participación social en la consulta previa, acotada y rápida, no ha encontrado cabida para señalar e insistir sobre nuestras debilidades, que no son pocas. No así los panegiristas, que no acaban de ensalzar las novedades del plan actual.
Es hora de revisar nuestros peculiares modos de hacer la planeación gubernamental. Si bien el documento es ya la versión oficial, queda su revisión, análisis y contrastación con los resultados en el espacio público.
Es el único medio para inhibir las ocurrencias, falacias y retóricas en los Planes de Desarrollo.
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