Debate presidencial, de la somnolencia a la pluralidad

  • Fernando Maldonado
Un poco de historia. Ahora, sin concurso de redes sociales. Baños, la propuesta guardada.

La agenda pública pasa por la discusión abierta, siempre. No se construye
democracia sin escuchar a la mayoría de las voces en una sociedad,
heterogénea, desigual. La edificación del consenso en nuestros procesos
democráticos ha sido larga, penosa y hasta con cierta parsimonia que
alienta desencanto, o impaciencia en sectores claramente identificados.


La idea de debatir para encontrar la mejor propuesta es aún utópica, pero
permite ver a quienes buscan el poder, en otra dimensión. La tarea de
contrastar y revirar ofrece un asomo mucho más cualitativo de mujeres y
hombres que disputan un cargo vía el voto. Sin embargo, hasta el último
debate organizado por el Instituto Federal Electoral -así se llamaba hasta
antes del proceso de 2012-, estos encuentros han sido aburridos,
acartonados y somníferos.

Innovador por haber sido el primer ejercicio de esta naturaleza el de
1994, con Ernesto Zedillo Ponce de León, del PRI; Diego Fernández de
Ceballos, por el PAN; y, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, por el PRD. Luego vino el de 2000 con Francisco Labastida Ochoa, del PRI; Vicente Fox
Quezada, del PAN; y de nueva cuenta el líder moral de la izquierda
mexicana.

El tercer encuentro entre candidatos ocurrió en 2006 con Felipe Calderón
Hinojosa, del PAN; Roberto Madrazo Pintado, del PRI; y Patricia Mercado y
la ausencia marcada de quien ahora está en la boleta por tercera ocasión,
Andrés Manuel López Obrador, que competía por el PRD. El más reciente
ejercicio sucedió con Enrique Peña Nieto, del PRI; Josefina Vázquez Mota,
del PAN; un pintoresco Gabriel Quadri; y López Obrador.

Algunos de estos pasajes de nuestra incipiente democracia están en el
imaginario colectivo más por las ocurrencias que por las propuestas. El
anecdotario de nuestro sistema de partidos se nutre de ello para dar pie a
la picaresca política. La sospechosa ausencia de Cevallos después de haber
ganado el debate, el chiste homofóbico de Fox hacía Labastida; la ausencia
de López Obrador; o el escote de la edecán que consiguió distraer a los
panelistas.

Ocurrencias todas que han conseguido opacar medianamente una discusión
estéril, monocorde y sin el timing de las audiencias que han seguido a
través de la radio o la televisión estos eventos, a los que apenas hemos
asistido en cuatro procesos de competencia política democrática en México.

Por eso llama la atención el nuevo formato diseñado por el Instituto
Nacional Electoral, que por primera vez tendrá tres moderadores que harán
las veces de entrevistadores. Denise Maerker de Televisa, Azucena Uresti
de Milenio y Sergio Sarmiento de ADN 40.

Y no está mal, salvo por una obviedad poco observada: la ausencia de la
discusión de las redes sociales. Cuando la agenda mediática y política han
estado obligadas a voltear a la intensa discusión en estos mecanismos de
intercambio público digital, fueron desatendidas y olvidadas.

El formato del debate al que asistiremos el domingo 22 entre los cinco
aspirantes adolece de una estrategia de interlocución con un espacio que
cambió el rumbo de hacer política electoral, partidista y activismo.

Y es una pena porque sobre el escritorio del consejero Marco Baños, a
quien no pocos atribuyen un poder e influencia notable en el seno del
Consejo General del INE, descansa un proyecto de formato de debate que
contemplaba un ejercicio mucho más flexible y abierto que le envió Juan
Pablo Mirón Tomé, consejero del Organismo Público Local Electoral en
Puebla. Lástima, será para la próxima.

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Fernando Maldonado

Estudió Ciencias Políticas y ha trabajado en prensa, radio y televisión. Ha publicado en diversos medios. Autor de la columna Parabólica