El que no tranza no avanza

  • Fernando Santiesteban
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En mis cursos suelo dejar problemas para ser resueltos en el término de 8 días. La prueba implica indagar, llegar a conclusiones y, por supuesto, encontrar la solución, mi expectativa es que el estudiante resuelva, entienda y aprenda. No es poco común que en un grupo de 20, el trabajo lo hacen 5 y el resto simplemente copia, unos pocos hacen algunas modificaciones pero la mayoría transcriben el examen del otro. El problema para los tramposos es que en el examen no pueden discutir sobre la forma en que llegaron a la solución. No hay tramposo que resista la prueba.

Durante mucho tiempo me he hecho esa pregunta, ¿Hay en nuestros genes, en el ambiente, o en la comida, algo que nos haga hacer trampa? ¿Algo que nos hace quedar marcados para siempre como tramposos? ¿Hay alguna manera de combatir este flagelo?

Y es que la trampa es tan comúnmente aceptada en México que hasta parece natural. Las señales empiezan seguramente desde pequeños, primero como tolerancia, las “pequeñas” mentiras familiares: Dile que no estoy, me reportaré enfermo, etc. Posteriormente en la escuela, en dónde  es mal visto el alumno que no se deja copiar y llega hasta la vida laboral con los pretextos por llegar tarde o no cumplir una tarea.

En otros países y culturas, hacer trampa es una vergüenza, es una falta grave y se castiga con todo rigor.

Con la llegada del internet, la cultura del copy-paste es vigente y es común encontrar trabajos plagiados, algunos estudiantes ni siquiera leen el artículo, simplemente lo pegan. Más allá de la violación de los derechos de autor, subyace la trampa.

Parece como si existiera un placer de conseguir un logro haciendo trampa. Si puedes robar algo y no lo haces, eres tonto.

Sin duda una de las fuentes de la corrupción es justamente la trampa. Violar la ley, un poquito nomás, la doble fila, el límite de velocidad, la vuelta prohibida. ¿Qué tanto es tantito?

Hay una frase que me preocupa escucharla entre los jóvenes: “El que no tranza no avanza”, en efecto los que se apegan a las reglas y cumplen sus tareas son segregados de los grupos de jóvenes populares, los fiesteros, los novieros. Las niñas que se van de pinta o que van a hacer la tarea a casa de una amiga y en realidad están en una fiesta, tienen muchos amigos. En universidades se paga para hacer exámenes a nombre de otro. Si no te alcanza el promedio compra un certificado. El profe que arregla la calificación mediante alguna dádiva.

El efecto de la trampa es mayúsculo puesto que, para empezar hay que desconfiar de todo y de todos lo que hace que se incremente el costo de todos los procesos sociales, educativos laborales.

Las elecciones tienen un costo enorme, se construye una inmensa base de datos de ciudadanos con derecho a votar, se incluye la fotografía y se imprimen juegos con las listas nominales por casilla en cantidad suficiente para entregar a cada representante de casilla, que verifica que el elector esté registrado. Cuando ya todo fue verificado por funcionarios de casilla que en principio son ciudadanos como los que votan. Se marca la credencial, se pone tinta indeleble en el pulgar ufff. El costo de la desconfianza es alto por tantos tramposos.

En otros lados las cosas son simples: te presentas con tu cédula de identidad, verifican que estés registrado y votas. Tan tan.

La trampa es socialmente negativa y perniciosa. Los partidos y los candidatos deberían ser los primeros en poner el ejemplo.

Nuestro querido México habrá avanzado en este tema cuando un político atrapado haciendo trampa renuncie a sus aspiraciones y sea procesado de acuerdo al tamaño de su falta. Por lo pronto no parece haber consecuencias de que un vecino de la Vista se declare campesino para hacerse de algunas tierras.

 

Fernando Santiesteban Llaguno

fsanties2000@yahoo.com

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Fernando Santiesteban

Licenciado, maestro y doctor en química, directivo en la buap desde 1994. Especialista en planeación y administración académica.