Juntos ni difuntos

  • Ignacio Esquivel Valdez
Nadie reparó que este año, debido al Covid-19 enfermedad que brotó desde marzo

En típica casa de un pueblito mexicano, como cada año, se preparaba el altar de muertos. Pusieron tres tablones y sobre de ellos unos manteles donde luego colocaron todos los elementos del altar. Al terminar, las luces se apagaron y el altar se quedó a solas.

            Los participantes de cada año se sentían un poco incómodos, quizás apretados por una nueva distribución, el platón del pan de muerto le decía a la olla del chocolate:

─Comadrita, como que embarneció desde la vez pasada.

─Pos no, compadrito, es esta cazuela de mole que me está empujando.

─ A mí ni me miren ─respondió la aludida y aclaró ─Me arrejuntaron pa´ca,

porque al tequila y al mezcal los bajaron del primer piso y hacen harto bulto.

─¿Y por qué no los pusieron en el segundo? ─preguntó la cazuela de chilacayote en pipián.

─Es que trajeron a las calaveras de azúcar ─intervino el jarro de pulque y volteándose a las referidas les dijo ─ Niñas, por favor hagan campo.

            Por su parte la charola de tamales de frijol explicaba al platón de arroz:

─ No más no se mueva mucho, porque nos caemos ¿Eh?”

Al ver mostrada su incomodidad, el platón de arroz le respondió:

─Si yo no estoy en un lecho de rosas, tengo al vaso con agua picándome las costillas.

Cuando escuchó los reclamos, el sahumador de copal reconvino a todos:

─¡Ya cálmense! sólo trabajan una vez al año, así que guarden compostura.

Y con mirada recelosa, medio mundo dejó de hablar.

            Al cabo de un rato una mujer entró a la habitación y reacomodó a los inquilinos del altar. Con ojos vidriados, pero discretos, prendió el carbón para el copal y luego las veladoras. Al salir los reproches volvieron a surgir.

─¡Virgen santa ─gritó el salero ─¿Podría no pegarse tanto señor jarro de atole?

─Pos aquí me dejó la doña, pues.

─ ¡No se haga y muévase! ─le gritó con tanto disgusto que todo mundo se contagió de ira y la pelea reinició con más intensidad.

Cada quien reclamada a su vecino contiguo que lo tenía muy cerca y le exigía se recorriera, pero la respuesta generalizada era que no había espacio o que, si movía, se caería al suelo y eso iba a doler. Con ánimo encendido, la cazuelita de tejocotes en dulce le decía al de la calabaza en tacha:

─Pues me importa un bledo que se haga tepalcates si besa el suelo, ya no la soporto ¡Encimosa!

─Usted se siente la reina del altar por tener algo hecho con azúcar y no con piloncillo, pero ya le digo, si me avienta, usté se va conmigo ─y dicho esto tomó de las asas a su compañera y se comenzaron a jalonear.

El murmullo inicial de reclamos se convirtió en una romería de insultos y palabras altisonantes. Los empujones se veían en todos los niveles del altar, las flamas de las veladoras bailaban el vaivén del “¡Ahora verás!” combinado con el “¡No le buigas, que volamos!”. El sahumerio, angustiado, pedía tregua y cordura, pero alguien muy enfadado le gritó “A ti te dieron espacio porque con las brasas puedes quemar a alguien, así que mejor cállate”.

Todo era un desorden, volaban los contenidos buscando encontrar quien se la pagara y no quien se la había hecho. Mole, miel de piloncillo y pedazos de tamal se untaban en los manteles y en los barros. De pronto se escuchó a una flor de cempasúchil gritar:

─¡Auxiliooooo! ¡Me caigo sobre la cruz de caaaaal!

Y otras flores que se habían quedado juntando pétalos, producto de la desgreñada entre los floreros, fueron en su ayuda.

 Desde el techo el papel picado al ver que la pelea no cesaba se dirigió a todos en voz alta:

─¡Siiiiileeeeeenciiiioooo!

Todos quedaron inmóviles en la posición en la que los habían sorprendido. El plato de pan de muerto pateando a la botella de tequila, el jarro de atole tirando de la oreja del jarro de pulque, las calaveras de azúcar abrazadas muertas de miedo, el vaso de agua robando pipián para aventarlo y el salero soplando a una veladora para apagarla, entre otros.

El sahumador, que ya no humeaba copal, sino restos de comida, preguntó:

─¿Qué pasó? ¿Acaso viene alguien?

El papel picado con un gesto adusto y la mirada de quien va a reprender les dijo:

─Ya ni la amuelan, deben saber que hay una muy buena razón por la cual todos están tan apretados ─hizo una pausa para regar la vista y siguió ─¿Saben por qué la doña los tuvo que reacomodar?

─¡Dinos o le sigo dando a esta! ─exigió el chiquihuite de tortillas y el papel picado respondió a todos:

─Cada quien estaba pensando egoístamente en su propio espacio y comodidad perdiendo de vista el motivo por el cual nos ponen aquí días antes de los Fieles Difuntos, nadie, absolutamente nadie reparó que este año, debido a la enfermedad que brotó desde marzo, la parte superior del altar tiene cinco retratos más ¡Cinco! Cuando a lo mucho había uno cada tres años ¿Se dan cuenta manada de burros?

Todos guardaron silencio comprendiendo lo que se les decía y con la mirada gacha se separaron, aunque hubo algunos que, arrepentidos, se abrazaron.

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas