El perdón, un pasaje de la historia

  • Xavier Gutiérrez
Estos días dan pie a recordar a un personaje de la insurgencia mexicana un tanto olvidado.

Todo mundo pasa por el Paseo Bravo, pero pocos reparan en que el nombre de este espacio verde poblano evoca precisamente a este prócer dejado de lado por el tiempo.

Unas pinceladas para rememorar su figura.

A sus luchas con las armas por su natal guerrero y el sur poblano, se agrega un gesto humanitario extraordinario que quedó plasmado en una notable obra pictórica que se encuentra en el Palacio Nacional.

El fue hijo de don Leonardo Bravo, un hombre no experimentado en la milicia, pero converso al mundo bélico en respuesta fiel a sus convicciones. Él se unió a José María Morelos y participó en innumerables batallas, entre otras el famoso Sitio de Cuautla.

Nicolás, quizá el más notable de sus cinco hijos (todos metidos en la guerra de independencia) tomó parte con valentía y coraje en varios frentes de lucha.

En un momento de la guerra su padre fue apresado por las tropas realistas del virrey Francisco Javier Venegas. Mantenido como rehén en la capital del país, le exigen a Nicolás que él, junto con sus hermanos, abandone la causa de la independencia a cambio de la vida de su padre.

La negativa de Bravo fue rotunda.

Morelos le ordena poner en libertad a 300 soldados para salvar la vida de su padre.

El virrey no aceptó.

En consecuencia, el virrey ordena la ejecución de don Leonardo Bravo. El 13 de septiembre de 1813 se cumple la orden y es eliminado por el método de “garrote vil”.

 La forma es crudelísima, un arco de hierro sujeto a un poste fijo, y utilizando una especie de torniquete por la espalda, rompe  la osamenta del sujeto a la altura del cuello.

Morelos, cuyas tropas tenían prisioneros en la zona poblano veracruzana a 800 soldados realistas, le da instrucciones a Nicolás que, en venganza, pase por las armas a 300 de los realistas que tenía  bajo su mando.

Nicolás Bravo, al día siguiente, forma en el patio de su cuartel a los 300 realistas, les narra lo sucedido y les pregunta qué es lo que tenía que hacer. Un silencio conmovedor fue la respuesta de los prisioneros.

Nicolás, en ese momento decide perdonarles la vida y dejarlos libres.

La historia refiere que a raíz de este hecho, muchos decidieron unirse a las tropas de Bravo.

El episodio es conocido como “El Perdón”, y está plasmado en un lienzo con un marco dorado en uno de los salones del Palacio Nacional. Esta pintura suele aparecer cuando, en ocasiones importantes  hay una ceremonia  en ese recinto y  las cámaras de televisión lo enfocan.

Lo curioso del hecho es que tanto Puebla como Veracruz atribuyen a su territorio haber sido el escenario de ese suceso notable.

En Puebla, entre Tecamachalco y Tehuacán en los vestigios de una construcción, a un costado de la carretera federal, existe una gran placa en la que se consigna que ahí, en la Hacienda de San Agustín del Palmar, sucedió El Perdón.

Existe inclusive una referencia, al hecho de que un empresario de origen español, proveniente de la región de Ciudad Serdán, fue el dueño de esa antigua hacienda.

 Además, el municipio de Palmar , en la misma zona, en memoria de ese pasaje histórico le agregó a su nombre el apellido de Bravo, hoy conocido como Palmar de Bravo.

Pero, por otra parte, el municipio de Medellín, en Veracruz, reclama la sede histórica del mismo hecho, y también adoptó el nombre de Medellín de Bravo. Ahí, por cierto, existe un gran monumento a don Nicolás y cada año se hace una especial ceremonia cívica.

Al margen de humanas discrepancias, queda evidente en la vida de este notable insurgente su valor de soldado y su admirable sentido humanitario en medio del conflicto de las pasiones.

Más allá  del recuerdo y el testimonio del mármol, nuestro personaje vivió intensos y peligrosos  momentos en los avatares del México en tiempos de guerra. Inclusive llegó a ser presidente de la república en tres ocasiones.

Hay un hecho que le mete un poco de ruido a su trayectoria, y fue su cercanía temporal con Antonio López de Santa Ana, pero en el balance histórico pesa notablemente su limpia hoja de servicios en favor de la República.

Y ya que tocamos a San Ana, ese famoso, pintoresco y fatal personaje, cerremos con uno de los versos satíricos que le dedicaron en su tiempo a este hombre:

Es Santa sin ser mujer,
es rey sin cetro real,
es hombre, mas no cabal,
y sultán al parecer.

Que vive, debemos creer,
parte en el sepulcro está,
y parte dándonos guerra,
¿Será esto de la tierra?
¿O qué demonios será…?

xgt49@yahoo.com.mx

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.