Sobre una diferencia porosa

  • Arturo Romero Contreras
Las imágenes de la casa y la célula. La interrelación interioridad-exterioridad. Tiempo e historia

 

De hecho, la casa no nos protege de las fuerzas cósmicas; a lo mucho, las filtra y las selecciona. (Deleuze y Guattari, ¿Qué es la filosofía?

 

¿Qué es una casa? Lo primero que pensamos es: una caja que nos guarece del espacio exterior. La casa produce una interioridad, lo íntimo, si queremos verlo de esa manera. Sus muros crean la diferencia entre lo interior y lo exterior. Lo mismo podríamos decir de nuestro cuerpo: la piel constituye la frontera, ese diferencial que sostiene la diferencia entre lo “mío” y lo “ajeno”. Y algo muy similar podríamos afirmar de las células: todo lo vivo se sostiene por una división entre lo interior y lo exterior. La vida es autopoyética, es decir, se produce y reproduce como tal al interior, mientras que el exterior es solamente un territorio indeterminado, con el que se ejerce una economía de inputs y outputs. Pero ¿qué es lo que delimita a la célula? Respuesta: una membrana. Y una membrana no es como un muro, ni tampoco constituye una frontera regular y homogénea. La membrana, es decir, el límite, existe, tiene una estructura propia, que no es la de lo interior, ni la de lo exterior.

 

¿Cómo es una membrana celular? Para empezar, ella no es como una cutícula, un borde sin espesor, sino que exhibe una estructura bastante compleja. Para empezar, se compone de diferentes elementos biológicos: lípidos, proteínas y carbohidratos, lo que le permite ejecutar diferentes funciones. Tomemos una sección plana de la membrana. Los fosfolípidos constituyen dos superficies, una superior y otra inferior (que en la célula esférica constituyen el interior y el exterior), orientando sus cabezas hidrofílicas hacia afuera y las terminaciones hidrofóbicas hacia adentro de la membrana. La membrana está, pues, diferenciada. Los fosfolípidos constituyen un mosaico fluido, pero que se intercala con proteínas de diversas clases.  Algunas de ellas están en contacto con el interior, otras con el exterior de la célula y hay otras que atraviesan la membrana por completo. Lo esencial de la estructura de la membrana, es que permite un comportamiento muy diferenciado.

 

La primera tarea de la membrana consiste en mantener las funciones de la célula creando un relativo aislamiento del citoplasma, núcleo y organelos. Pero puesto que la célula está viva,  realiza diversas funciones, de modo que la membrana debe funcionar dinámicamente. Se trata de un borde dinámico. Las proteínas intervienen en la regulación de lo que entra y lo que sale. Es asombroso pensar que el límite no solamente está activo, sino que tiene agujeros, lo que permite un intercambio dinámico del interior con el exterior a partir de insumos y desechos. Como hemos dicho, la membrana no constituye un muro, sino una estructura dinámica.

 

Ahora, hay intercambios interior-exterior que requieren energía (como la bomba sodio-potasio) y otros que no. Sin embargo, lo más sorprendente de todo esto es que, aunque la membrana parece regular absolutamente los límites de la célula y el intercambio interior-exterior, parece que en otras situaciones ella no existiera en absoluto. Si una célula se coloca en un medio salino, por ejemplo ella se deshidrata, sin que la membrana pueda hacer absolutamente nada. Es como si en ese plano, ella no existiera. Regresemos ahora a nuestros hogares. Ellos se parecen más a una membrana, que a una muralla. Por ejemplo, nuestras casas tienen muchos agujeros: ventanas, puertas y tuberías, que hacen posible el intercambio con el mundo circundante. Por una ventana entra la luz del sol, por un tubo entra el agua (cuando el mundo “desarrollado” y los gobiernos cumplen con el suministro de agua, haciendo valer el derecho universal al agua), por un cabe entra la energía; igualmente, por la ventana se disipa el calor durante la noche, el excusado hace desaparecer nuestros desechos. La puerta principal se abre y se cierra, pero sólo para quien tiene la llave, o si alguien decide abrir desde dentro. Y sin embargo, para cierto espectro de la radiación, la casa no existe, los muros son penetrados por esa luz invisible. La casa no aísla, no crea un adentro y afuera absolutos, sino que traza un diferencia, pero una diferencia “extensa” (una superficie), que tiene agujeros, los cuales dejan entrar ciertas cosas solamente, y que para otros fenómenos es inexistente. La casa está sujeta, como todos los cuerpos, a las leyes de la termodinámica: no puede protegerse absolutamente del calor, ni del frío, pero puede cambiar su “permeabilidad” y la velocidad del flujo.

 

En el universo, ciertas estructuras vivas, al modificar las velocidades de disipación, producen un todo compuesto de diferentes velocidades. Aunque existan las mismas leyes en el universo, parece como si diferentes estructuras las aceleraran o las ralentizaran, creando así espacios nuevos (interioridades relativas, como la célula y la casa, o como el planeta y la galaxia), pero también tiempos nuevos. Aunque no existan sino un solo tiempo y un solo espacio, ninguno de ambos es homogéneo, sino que parecen compuestos de múltiples espacios que comparten sus entornos y múltiples tiempos que se anidan.

 

La memoria, por ejemplo, ¿no “captura” a su modo el tiempo pasado? Y la conciencia, al implicar en un nudo presente, pasado y futuro, ¿no produce un tiempo “propio”, donde puede moverse entre esos tres tiempos, combinarlos, alargarlos , acortarlos o trenzarlos,

sin salir nuca de la flecha absoluta del tiempo? Es como el remolino en el río, que, sin salir del flujo absoluto del cuerpo de agua, gira en torno de sí, constituyendo una forma que insiste y persiste.    

 

Pero este comportamiento no solo corresponde a la “naturaleza”. En su artículo “Verfiability”, F. Waismann, afirma que los conceptos empíricos son siempre “porosos”, es decir, que nunca podemos definir exhaustivamente una cosa. Aunque ofrezcamos una definición de un objeto, dicha definición será siempre parcial, pues el objeto puede mostrar siempre otro “lado” y demostrar así, que nuestro concepto estaba “agujerado” por ese sitio. Los conceptos dejan de ser un conjunto de descripciones o propiedades “planas”, para formar algo así como un poliedro, pero que nunca pueden cubrir todas sus caras. No hay reglas para generar todas las posibilidades imaginables que puede adoptar una cosa. Waismann da un ejemplo curioso: ¿qué debo hacer para probar el valor de verdad de la proposición “hay un gato en la habitación”? Aquí damos nuestra propia versión del asunto. Debo buscarlo, pero ¿estoy seguro que he revisado cada rincón? Supongamos que sí. Supongamos ahora que encuentro un felino en la habitación, un lince: ¿es verdad que hay un gato en la habitación? Supongamos que no es un lince, sino un gato, sólo que este espécimen tiene 50 años de edad, mientras que los gatos viven sólo 15. Se trata de una mutación que la dado una existencia tan longeva. Ahora, ¿puedo llamar a este ser todavía un “gato”? Supongamos que el gato está sentado en el pretil de la ventana, pero su cola se encuentra dentro de la casa, puedo decir que “hay un gato en la casa”?

 

Para introducir un concepto espacial, podríamos decir que un concepto puede ser claro y distinto en una “zona”, pero que si nos movemos hacia los bordes, encontramos siempre dificultades. Hay un ejemplo clásico en filosofía que aborda el problema de “qué tanto es tantito”. Por ejemplo, ¿cuántos granos de sal se necesitan para hacer un montón? ¿Cuántos pelos debo arrancarme de la cabeza para ser llamado calvo? ¿Cuántos artículos de la constitución hay que cambiar para que se dé “otra” que la inicial? Los conceptos, como las células, poseen límites complejos, con continuidades y agujeros, a veces con capacidad de discriminar (si un elemento cumple con ciertas características, por ejemplo), a veces absolutamente incapaces de discernir. Pero con ello hemos ido ya más allá de los conceptos empíricos hasta llegar a la lógica misma. Desde Aristóteles sabemos que hay enunciados que no son verdaderos ni falsos: “mañana lloverá”, por ejemplo. Hay enunciados que son verdaderos y falsos, como los que se derivan de la autoreferencia (aproximemos un ejemplo: si consideramos que la frase “esta frase es falsa” es verdadera, entonces, su contenido es verdadero, o sea, es falsa, y si consideramos que es falsa, entonces es falso que sea falsa, por tanto, es verdadera).

 

Por último, quisiera agregar que todo el discurso “post”: la postmodernidad, lo postmetafísico, la posverdad y toda aquella densa jungla se va despedazando por las mismas razones. La línea que parte y separa el pasado del futuro, o el presente del pasado (o del futuro) ¡también es porosa! Es decir, que no hay épocas capaces de partir la totalidad del mundo en un antes y un después. Hay siempre más de una temporalidad, y, también, más de un “época” simultánea. No cabe duda que el error del siglo XX consistió en tratar de saturar el tiempo a un solo criterio. Así, la historia resguardaba la promesa de un futuro absoluto si lograba ir “más allá” del capitalismo, o más allá de la metafísica, o más allá de occidente, o más allá de la ciencia, o más allá de la modernidad. Lo cierto es que es a veces con un poco de metafísica que se pueden vislumbrar mejor los puntos débiles del capitalismo y a veces sucede que la filosofía “postmetafísica” resulta ser bastante acomodaticia respecto al orden mundial. Pero no, capitalismo, metafísica y modernidad no son lo mismo, ni se dejan subsumir entre sí. Tendremos que comenzar a explorar el rico universo de las proposiciones y los prefijos. Amortiguaremos el sonsonete del “post”, con partículas como “para”, “con” o “trans”. Por ejemplo, paralelo a “occidente” hay una multitud de mundos que debemos llamar para-occidentales: no están ni antes, ni después, ni se le oponen. No son diferentes (no obedecen al “juego de la diferencia”), sino, tan solo, distintos.   

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.