¡Hagan lio!, también en la escuela

  • Jorge Luis Navarro

Este huracán llamado Francisco nos lleva de sorpresa en sorpresa, hasta el grado, quizá, que nos empezamos a acostumbrar y no nos percatemos más, que sus palabras y sus “gestos” están siempre cargados con material inflamable. Francisco ha implantado un estilo pastoral, en el que lo que más llama la atención,-mejor, cautiva- es su libertad. Libertad en la manera de establecer su pontificado, de hablar sin los condicionamientos retóricos ni estereotipos al uso. Escuchar de un Papa, (suprema autoridad de la Iglesia) decir a su grey, especialmente a los jóvenes: “¡hagan lio!” francamente es insólito.

Los adeptos del orden y del formalismo se han incomodado. Habrá quien piense que lo que hace Francisco son puras “ocurrencias”, algunas ciertamente mediáticas,  pero sobre todo, que se trata de algo pasajero, a lo cual no hay que dar importancia y dejar que pase pronto. Entre algunos sectores de “cuadraturas” tradicionalistas, la reacción ha sido mucho más que de preocupación, algunos no pueden ya  ocultar su animadversión.

¡Hagan lío!  Cierto, no sería adecuado identificar al cristiano con un buscapleitos. San Pablo, nos ha dado la mejor indicación para mantener una actitud crítica (vigilante) que no quiere ser pura negatividad u oposición: “No se conformen a la mentalidad del mundo (Rm. 12, 2)  y “examínenlo todo y retengan lo bueno”. (1 Tes 5, 21).

Recientemente, en Italia, Francisco participó en un encuentro con “el mundo de la escuela” (el 10 de mayo). Trescientos mis asistentes, niños, adolescentes, jóvenes, educadores, padres, directivos de escuelas católicas y de instituciones educativas laicas, algunos pudieron testimoniar que no obstante los desafíos y las sombras que se ciernen sobre la educación, la escuela sigue siendo un lugar lleno de posibilidades para emprender la aventura de la vida, entusiastamente, sin mezquindades. Los adultos acompañan a los jóvenes para animarlos a enfrentar los desafíos del mundo digital. En una escuela la inclusión de niños discapacitados, representa una ocasión de “cambio de mentalidad” para todos profesores y estudiantes que comienzan a mirarlos como una presencia normal, en la escuela y fuera de ella. “Mi escuela no adiestra, dice un jovencito que, además de la formación escolar, recibe una formación técnica como carpintero, sino que ayuda a ser uno mismo” Y para rematar, dice que la escuela “no representa una colegiatura a pagar sino una posibilidad de volver a vivir”. Un profesor, interviene para hablar de su entusiasmo por la ciencia y su significado para la vida humana. Y concluye dirigiéndose a sus colegas: “¿encontraran -estos chicos- en alguno de nosotros, adultos, a uno que esté dispuesto a tomarse en serio la piedra preciosa de su libertad?, ¿encontrarán testigos creíbles que sepan reconocer y sostener la sed de belleza, bondad y verdad que el Creador ha puesto en sus corazones? Un director que cuenta de su apuesta en el arte y la cultura, para rescatar a los chicos de la atracción de los grupos criminales.

Al encuentro no iban a denunciar, ni a quejarse, estaban ahí para vivir un momento de “encuentro” como una fiesta: “¡Se ve que esta manifestación no es "en contra", es "por"! ¡No es un lamento, es una fiesta! Una fiesta de la escuela”. Dijo el papa Francisco.

En su intervención el pontífice nos ha regalado otra de sus piezas sencillas y geniales, por su profundo sentido de lo humano y su absoluta positividad. No ignora que hay cosas que no van bien pero, señaló, con total sencillez: “estamos aquí porque amamos la escuela…”

Quizá este es un supuesto que no nos hemos detenido a verificar: entre tantas preocupaciones y exigencias nadie se pregunta ¿Por qué amamos la escuela?  Sabemos de los  múltiples intereses y preocupaciones, respecto a la educación y la escuela; se discute de todo y, por decir lo menos, se le exigen milagros: en el Congreso, la reforma educativa; se repiten los tópicos, a los que se recurre, sin más: “el futuro de México está en la educación”, “la reforma más importante es la educativa”. O se asume como una obligación ineludible que hay que demostrar al mundo que el sistema educativo mexicano “hace su tarea” y apuesta por la calidad.  Los colegios en épocas de ingreso se promocionan con slogans repetitivos: excelencia, educación para la vida, valores, “tu ambiente”.

Pero el asunto al que no se suele prestar atención, es precisamente este: ¿Por qué amamos la escuela? No ¿para qué nos sirve?, no ¿qué o cuánto vamos a ganar? (le educación ya es una empresa), no ¿en qué lugar de la OCDE queremos aparecer?,  no ¿cuál es el porcentaje del PIB que hay que destinar? Estas razones u otras como estas, justas o no, parecen dominar el interés por la educación y la escuela.

En cambio, ¿Por qué amamos la escuela? Es la pregunta que domina completamente la reflexión de Francisco en el encuentro al que nos hemos venido refiriendo. Pregunta y reflexión que se vuelven más incisivas, con mayor reclamo a la honestidad, al ser formuladas no en plural, sino en el singular: “¿Por qué amo la escuela?”. ¿Buena pregunta, no? Y, para responder, recuerda a su maestra, -un argumento frágil para los que andan a la búsqueda de estrategias y sesudos análisis socio-pedagógicos o una doctrina perennis-, pero es una respuesta  profundamente humana y concreta: “Ella me hizo amar la escuela”, un maestra, una persona con una mirada que te ayuda a crecer.  La misma razón que inspiró a Camus a recordar a su maestro de primaria el Sr. Germain, al recibir el premio Nobel: “He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.”

La escuela es un lugar que ayuda a introducirnos a la realidad: la  ama, dice el Papa,  “porque es sinónimo de apertura a la realidad”. Aunque no siempre resulta así, pero esta gran meta debería estar siempre presente. Lo que más ofusca este propósito es el miedo a la realidad. Porque entonces la educación se vuelve una especie de armadura, de autodefensa. La aventura de la vida humana tiene como escenario siempre la realidad y ello reclama apertura de mente y corazón. Una apertura así es indispensable para el enseñante. Francisco ha dicho algo, que todos los que nos dedicamos a la educación seguramente sabemos por experiencia, aunque no siempre estamos dispuestos a reconocerlo ni a decirlo: «los estudiantes son atraídos por los profesores que tiene un pensamiento “abierto”, inconcluso, que buscan “algo más” y se contagian de esa actitud». Nos haría bien preguntarnos si el desinterés, la monotonía, el aburrimiento de nuestros alumnos no tiene su origen esa imagen de expertos, sabelotodo, con la que se nos presenta o nos presentamos.

La escuela es un lugar de encuentro de hombres que están en camino. Dentro de ella se da y ella lo hace posible, el encuentro de familias, de profesores, de directivos, de alumnos. En otras ocasiones Francisco se ha referido a la necesidad de una “cultura del encuentro”, una disposición a reconocernos a pesar de las diferencias de edad, raza, cultura, capacidades… que es lo contrario de la “cultura del descarte”, del “usar y tirar”, de la competitividad salvaje, del éxito a toda costa. La educación es afirmación (tacita o explicita) de valores, no es neutra. Es afirmación de la verdad, del bien, de la belleza; hace crecer o deprime.

Un proverbio africano –recordado por Francisco- “para educar a un hijo se necesita todo un pueblo”, revela una idea de educación que obligaría a revisar los lugares comunes de la muchas teorías e iniciativas pedagógicas. No es cosa de “grandes reformadores” de “iluminados” ni líderes carismáticos, ni caudillos. Una década atrás el Arzobispo Bergoglio, haciendo el balance de las difíciles circunstancias a las que entonces se enfrentaban, dirigió estas palabras a las comunidades educativas de su arquidiócesis: “…nos encontramos con la convicción de que no tenemos que esperar ningún “salvador”, ninguna propuesta “mágica” que vaya a sacarnos adelante o a hacernos cumplir con nuestro “verdadero destino”. No hay “verdadero destino”, no hay magia. Lo que hay es un pueblo con su historia repleta de interrogantes y dudas, con sus instituciones apenas sosteniéndose, con sus valores puestos entre signos de pregunta , con las herramientas mínimas como para sostener un corto plazo. Cosas demasiado “pesadas” como para confiárselas a un carismático o a un técnico. Cosas que sólo mediante una acción colectiva de creación histórica pueden dar lugar a un rumbo más venturoso. Y no creo equivocarme si intuyo que la tarea de ustedes como educadores, va a tener que “hacer punta” en este desafío”. Hace falta la familia, la escuela, los profesores, los amigos, las personas con las que se convive cotidianamente: personas y pequeños núcleos comunitarios que están un contacto directo, capilar, con cada niño, con su historia particular. Se necesita entonces un pueblo, una historia, una vida que se comunica, un entusiasmo por el futuro, una esperanza que mantiene el paso a pesar de las dificultades y alienta creativamente.

Para concluir, ¡hagamos lío! también en la escuela: ¿Será? Oigamos a Bergoglio, todavía arzobispo: “Les hago una propuesta: en una sociedad donde la mentira, el encubrimiento y la hipocresía han hecho perder la confianza básica que permite el vínculo social, ¿qué novedad más revolucionaria que la verdad? Hablar con verdad, decir la verdad, exponer nuestros criterios, nuestros valores, nuestros pareceres. Si ya mismo nos prohibimos seguir con cualquier clase de mentira o disimulo seremos también, como efecto sobreabundante, más responsables y hasta más caritativos. La mentira todo lo diluye, la verdad pone de manifiesto lo que hay en los corazones. Primera propuesta: digamos siempre la verdad en y desde nuestras escuelas. Les aseguro que el cambio será notorio: algo nuevo se hará presente en medio de nuestra comunidad”. 

Opinion para Interiores: