La soberanía nacional, ¿cosa del pasado?

  • Aquiles Córdova Morán

En las últimas semanas, con motivo de la reforma energética de la cual existen ya tres formulaciones diferentes, presentadas a la nación por los tres partidos políticos con mayor representación en el H. Congreso de la Unión (PAN, PRI, PRD), he escuchado a personajes de la política nacional con quienes he tenido oportunidad de intercambiar puntos de vista que, con un discurso pragmático, me dicen sin rodeos: para convencerse de la absoluta necesidad de la reforma energética y, lo que importa más, para orientarse bien sobre cuál es la que el país necesita, es indispensable despojarse de viejas fórmulas, conceptos y categorías con que antaño se acostumbraba visualizar la política; darse cuenta cabal de que el mundo ha cambiado; que se ha vuelto cada día más interdependiente, es decir, en cierto sentido, más unificado y que, por tanto, se vuelve necesario flexibilizar al máximo las fronteras nacionales, hacerlas menos rígidas y más permeables al comercio exterior y a la entrada del capital extranjero, si queremos sobrevivir y prosperar en esta nueva situación.

            Tal punto de vista me ha hecho recordar una formulación teórica más abstracta y general (por tanto, más abarcadora) del problema. En efecto, los pensadores políticos de “avanzada” en el escenario mundial, hace rato que pusieron en circulación la tesis de que el desarrollo de la “economía de mercado”, su universalización y penetración hasta los más recónditos y apartados lugares del planeta y hasta los últimos reductos de la economía de autoconsumo (por ejemplo, la pequeña producción campesina, la elaboración doméstica de alimentos como la tortilla, las sopas y los frijoles en nuestro caso, el agua, la producción de la ganadería de traspatio como huevo, carne de pollo, de cerdo y de ganado menor, etc.) cuya consecuencia es la formación, por primera vez en la historia, de un verdadero y real mercado mundial y no sólo como un supuesto teórico de la ciencia económica, está convirtiendo rápidamente al concepto de “país independiente y soberano” en algo cada vez más vacío de contenido real y, además, en un obstáculo para el desarrollo del mercado y, en consecuencia, para el progreso de los países que se aferran a dicho concepto. La “soberanía nacional”, dicen, que en un cierto momento jugó un papel revolucionario y progresivo para el bienestar de los pueblos, hoy, bajo el empuje de la unidad mundial, se vuelve cada vez más un obstáculo para ese bienestar. Por tanto, no queda más que deshacerse de él a la mayor brevedad posible.

            Por esto, cuando escuchamos en los medios el llamado a liberarnos de “viejos prejuicios” ya superados por la realidad; a actuar con audacia para romper “atavismos” heredados de un pasado que ya no existe; a renunciar a “criterios obsoletos” que hoy suenan a demagogia pura, totalmente ineficaces para enfrentar y resolver los retos del presente, no hay manera de eludir la conclusión de que se nos llama a superar el nacionalismo revolucionario heredado de nuestro movimiento social de 1910; a dejar atrás el “estrecho” concepto de soberanía nacional que estuvo detrás de todas las políticas nacionalizadoras del pasado, incluida la Reforma Agraria que dotó de tierra a los campesinos que hoy, a pesar de eso, viven en la más absoluta pobreza. Y me parece que la peor respuesta que se puede dar a estos llamados es echar mano de las desgastadas y manidas descalificaciones como “entreguismo”, “pro imperialismo”, “traición a la patria”, etc., en vez de entrarle al problema de fondo y demostrar, de manera puntual y rigurosa, que los supuestos fundamentales, tanto nacionales como mundiales, en que se apoya ese punto de vista, son falsos, irreales, o, por lo menos, que están exagerados, mal interpretados y peor aplicados. En mi modesta opinión, si se operara de este modo, pronto se daría cuenta quien lo intentara que los cambios y exigencias derivados del desarrollo del capitalismo y del mercado a escala planetaria, son una realidad inocultable e ineludible que no puede desvanecerse con exorcismos “nacionalistas” y de “soberanía nacional”, por muy sinceros que sean.

Quien sepa algo de la íntima relación entre política y economía, no podrá negar que los Estados modernos, “soberanos e independientes”, son obra de la burguesía; que fue su respuesta a la necesidad del capital naciente de contar con un territorio y una población “propios”, debidamente acotados y resguardados de cualquier invasión, de la competencia de otros capitales en la misma fase de crecimiento y expansión. En un primer momento, los conceptos de soberanía y de nacionalismo fueron casi sinónimos de proteccionismo económico, pues éste resultaba indispensable para asegurar las mejores condiciones de crecimiento y desarrollo al capital todavía débil, como todo recién nacido. El primer síntoma claro de que esta fase había quedado atrás y de que, por tanto, era necesario “romper el cascarón” nacional, fue el nacimiento y rápida propagación del “librecambio”, del “libre comercio”. Hoy estamos ante la última fase de este proceso: ya no basta el “libre comercio”; se hace indispensable unificar al planeta entero bajo un mismo sistema económico, con un solo mercado, el mismo régimen político y, si fuere posible, hasta una misma religión. De aquí la prédica y la presión para eliminar en los hechos las fronteras nacionales, aunque se conserve la ficción para consuelo de los utópicos incurables.

            Por tanto, sin importar cuales sean las intenciones subjetivas de sus promotores, lo cierto es que la reforma energética obedece a causas objetivas, a necesidades y exigencias reales, muy difíciles de ignorar, del capitalismo nacional y mundial. Y no creo, sinceramente, que sea en interés del pueblo oponerse al desarrollo del capitalismo mexicano, ya que, tal como está, sólo le garantiza pobreza y opresión cada día mayores. Y tampoco creo que pueda. Creo, por el contrario, que sin reforma o con ella, pero sobre todo con ella, su tarea es educarse y organizarse para exigir al Gobierno y al capital el pleno cumplimiento de sus demandas, carencias y necesidades como el empleo, los buenos salarios y los servicios de calidad para una vida digna. De no ser así, debe pelear el cambio de modelo económico o, en su defecto, buscar la conquista del poder político del país para darse a sí mismo lo que hoy se le niega. Nos guste o no, el capital mundial nos está invadiendo, sometiendo y aprovechando por todos lados y de todas las maneras posibles. ¿Es racional, entonces, arriesgarlo todo por defender los energéticos? ¿Para beneficio de quién? Porque es seguro que, bajo las condiciones actuales, para el pueblo no será. ¿Es racional jugarse todo por defender un solo árbol, cuando nos están talando el bosque completo? Se me antoja que, en cuanto a la reforma energética, lo mejor es decirle a la gente como dijo Jesús: ¡dejad que los muertos entierren a sus muertos!

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Aquiles Córdova Morán
Ingeniero agrónomo por la Escuela Nacional de Agricultura, que ayudó a transformar en la Universidad Chapingo. Trabajó en: Instituto Nacional del Café y Secretaría de Agricultura y Ganadería. Funda el Movimiento Antorchista