• Cultura

En memoria de don Carlos Pereyra, historiador mexicano

  • Sergio Andrade
El casi olvidado y desvalorado historiador Carlos Pereyra, hoy da lustre a una institución educativa formadora de generaciones de niños y jóvenes en Puebla
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El 13 de marzo se cumplieron setenta y cuatro años de la repatriación de los restos del insigne historiador mexicano don Carlos Pereyra Gómez, nacido un 3 de noviembre de 1871 en la ciudad de Saltillo, Coahuila y fallecido el 30 de junio de 1942 en Madrid, España, casi olvidado y desvalorado tanto por los medios intelectuales como por muchas autoridades de diferente orden.

El retorno a su patria para poder ser sepultado finalmente en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la capital coahuilense pudo ser posible gracias a la actuación de varias asociaciones de cultura provincianas, entre las que se destacaron el Ateneo Veracruzano y la asociación civil Bohemia Poblana, las cuales realizaron ingentes gestiones para su regreso, en el cual lo pudo acompañar su esposa, la poetisa María Enriqueta Camarillo Roa, con quien había contraído nupcias en el año de 1898.

Don Carlos Pereyra, hijo de don Manuel Pereyra del Bosque y de doña María de Jesús Gómez Méndez, de rancia alcurnia saltillense, se formó en la abogacía y posteriormente tuvo a bien ejercer también la docencia, tanto en la Escuela Nacional Preparatoria como en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, su Alma Mater, manteniendo una cercanía muy próxima con don Justo Sierra, eminencia gris del porfiriato. Asimismo, ejerció el periodismo en la capital de la República y en otras ciudades del interior.

A la larga, y seguramente gracias a la influencia del maestro Sierra, pudo ingresar en el medio político, llegando a ser elegido diputado en un par de ocasiones, sin dejar de lado sus primeras incursiones en el ámbito de los estudios históricos, tanto en la divulgación de temas de la historia patria como de la norteamericana.

Sin embargo, en las postrimerías del régimen de Porfirio Díaz, sus actividades se dirigieron a la diplomacia, ejerciendo altos cargos en la embajada de nuestro país ante el gobierno norteamericano, de donde sería defenestrado por el gobierno triunfante encabezado por Francisco I. Madero, dadas sus críticas contrarias al presidente. Por lo mismo, al caer Madero, el espurio gobierno huertista lo llega a nombrar subsecretario de Relaciones Exteriores, cargo que ejercería por muy poco tiempo ante el alejamiento con el régimen.

Al final, tendría el encargo de ejercer como ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Bélgica y los Países Bajos, donde lo sorprendería la caída de Victoriano Huerta, retirándose a Suiza y después a España, donde junto con su esposa vivirían entre estrecheces económicas hasta lograr afianzarse como uno de los principales estudiosos de la historia de la América española y un pertinente defensor de la herencia cultural, política y social de llamada madre patria.

El enorme caudal vertido por nuestro historiador cubre diferentes facetas, ya que va desde la historia académica y enciclopédica hasta el rescate de personajes de aventura o la biografía de caudillos o héroes nacionales. Los medios habituales de que se valió fueron los textos desperdigados en muchísimos libros y revistas, así como en conferencias y disertaciones, varias ofrecidas en diferentes instituciones españolas y portuguesas.

Cierto que don Carlos, amén de ser un autor prolífico, también fue alguien que sufrió desgarramientos, contradicciones y cambios en su forma de pensar y analizar los diferentes temas que le interesaron, aunque finalmente con un criterio independiente, según nos dejan ver los estudiosos de su obra. Y esto se ve reflejado en etapas sucesivas que llegan a su culmen hacia la segunda mitad de la década de los años veinte, transitando así hasta su muerte acaecida cuando ejercía como jefe de sección en el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, nombrado desde comienzos de 1940 por el Consejo Superior de Investigación Científica, organismo instituido por el nuevo estado español.

Hoy, el nombre de Carlos Pereyra da lustre a una institución educativa que por más de cien años ha contribuido en nuestra ciudad de Puebla a la formación de muchas generaciones de niños y jóvenes bajo la égida y el ejemplo de San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías, al cual deseamos se logren muchos frutos más.

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