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19S: Retratos del día siguiente en Chietla/Tercera parte

  • Sergio Mastretta / Mundo Nuestro
Miércoles 21 de septiembre. Cae el día en el pueblo. A la hora incierta de la luz en el poniente Chietla sigue sacando escombro de las casas
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Miércoles 21 de septiembre. Cae el día en el pueblo. A la hora incierta de la luz en el poniente Chietla sigue sacando escombro de las casas. Las manos de chango y los camiones materialistas trajinan ahí donde las montoneras son tales que impiden todo tránsito. Todavía pasarán días enteros sin que las familias sepan cuál será el destino final de sus casas.

Estos retratos guardan el momento. Al interrogante por el futuro, sin embargo, añaden la memoria. Y por ella a la ruta hacia una historia que merece contarse.

Soledad y Filogonio

Filogonio mira jugar a sus nietos en el jardín, al fondo de una casa grande, sobreviviente del terremoto con todo y sus adobes y sus concretos acumulados en una construcción abigarrada por dentro pero hermosa por fuera, que ahora evalúa un grupo de arquitectos.

La casona de Soledad Anzures Vázquez en la calle de Guerrero 24 es de las más viejas en Chietla. 200 años le calcula su marido Filogonio Jorge Cabrera Campos. Nombres largos los suyos, como los años de este edificio de dos pisos con muros que rebasan el metro en su planta baja. El techo se mira entero, con sus fuertes vigas de mamey, en el mejor estilo de las construcciones en este pueblo. Las grietas se ven en el segundo piso, al que le plantaron una losa enorme que lo cubre por completo, en un ejemplo fiel de las modificaciones que la gente ha hecho en sus casas a lo largo del tiempo.

Filogonio acompaña a las arquitectas Karla González, egresada de la BUAP y empleada de la empresa COADUVE Construcciones, y Diana Ortega, supervisora de obras en el ayuntamiento de San Pedro Cholula, quienes han llegado hoy a Chietla por su cuenta a colaborar en la evaluación de las afectaciones provocadas por el sismo.

“Tenemos que ver qué tan afectado quedó el muro –dice Karla en la azotea, y confirma lo que los arquitectos traen a flor de boca--: cada sistema funciona distinto, y aquí han metido la losa sobre el adobe… Es muy difícil hacer un diagnóstico. Y si usted ve, la humedad en las paredes también ha hecho su parte.”

Qué difícil hacer un diagnóstico. En eso medita Filogonio, pero no lo veo muy preocupado por la plática con las arquitectas, sobre todo si en la planta baja tratas de abarcar con la vista los enormes muros.

“Mire –me dice la señora Soledad mientras arriba las arquitectas y su marido continúan con la evaluación de los daños--, ya vino mi pastor, él es arquitecto, y ya nos dijo, no se preocupen, poco a poco recuperaremos la casa…”

El pastor. Soledad es cristiana. Y por esa ruta me explica su tranquilidad:

“El corazón debe ser de sangre, no de piedra…”

Esa frase me dijo Soledad.

“Esta es una casa de oración, señor. Por eso no tuve ningún temor. Simplemente cubrí a mis nietos y me dije ‘no va a pasar nada’. Esta casa es muy vieja, y aquí vivimos desde 1957, el año en que mi papá la compró. Él era comerciante ambulante, iba por los pueblos con su camioneta, vendía tinas, cubetas, bacinicas, molinos, vajillas, licuadoras. Así se hizo de esta casa. También era cañero, y antes de eso, sembraba jitomate, cebolla, melón, frijol… Pero a últimas de su vida, pura caña, como todas estas tierras. Y aquí murió. A sus 86 años, me dijo, ‘hija, yo vi nacer, te amo…’, y en mis brazos quedó. Nuestra familia viene de lejos, a mi abuelito lo trajeron de España a los siete años de edad, creo que para que no se lo llevaran a la guerra de África, no sé, pero por él aquí estamos.”

Baja Filogonio con las arquitectas. Sus nietos, despreocupados, siguen en el juego.

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