Breve diégesis del transporte público en la capital

  • Erick Frías Méndez
Un relato de la vida diaria de un chofer y sus pasajeros en la Puebla de los Ángeles

Érase una vez una ciudad entre volcanes, entre mitos y entre ángeles mestizos. Construida en un valle fértil del altiplano mexicano, cuya historia hace un complexus entre el pasado y el presente de los fuertes muros e icónicos edificios que conquistan más de una forma arquitectónica. Érase una vez una ciudad poblada por gente de lucha, que al paso del contrario siempre se mostró firme, como firme ha sido también al paso del tiempo. Y es justo, pensando en toda esta gente, que he de narrarles la historia de Félix y María.  

Un lunes, como cualquier otro, Félix salió a trabajar o al “jale”, como se expresa continuamente. El recorrido a su trabajo ha de sortear casi un periplo, aunque siendo honestos quizá se parezca más a una odisea. El inicio del trayecto significó para él levantarse a las 4:00 de la mañana para poder bañarse, alistar algunas cosas y así, comenzar a caminar al paradero de la ruta. El camino hacia el paradero parecía, sin duda, haber salido de la mente de Julio Ruelas. La penumbra de caminar a esas horas no daba tregua a la imaginación y mucho menos al miedo de andar en lobreguez. 

4:40 de la mañana: la combi colectiva que salía del paradero ya albergaba suficientes pasajeros como para no haber espacio en los asientos. Félix tendría que irse parado, tomado del barandal, pero aún con suficiente distancia para no invadir el espacio personal de alguien. No había opción para esperar a la siguiente colectiva pues tendría que estar en su trabajo a las 6:00 horas por mucho. Así pues, pese a las vicisitudes, subió y pagó a la chofer 8 pesos. 

La chofer de ese viaje era María, una señora de cincuenta años que había manejado un transporte escolar por dos décadas, pero que, durante la pandemia, perdió su trabajo y comenzó a dedicarse al servicio del transporte público. María, quien, además, tenía que checar su entrada a las 4:30 AM, tenía la “fortuna”, de no vivir lejos de la base y transportarse en bici para poder estar a tiempo e iniciar la ruta. 

Este día el inicio del viaje tuvo una puntualidad única. Era difícil que no fuera así cuando la combi de María llevaba los asientos ocupados y algunas personas de pie. Así que ella condujo hasta la próxima parada. Ahí, ya la esperaban otras personas, todas ellas asiduas al horario y la ruta de María. Se subieron y comenzó a disminuir el espacio que separaba a un pasajero del otro. Esto se fue complicando más a las siguientes paradas, al borde en el cual, se tornaba peligroso el abrir y el cerrar de la puerta que parecía más un sellador a presión que una medida de seguridad.  

La ruta que era sinuosa comenzaba a ser agotadora a tan sólo quince minutos de haber iniciado. Era imposible no darse cuenta de que las personas que estaban paradas sufrían de un dolor común en el cuello, producto de la postura erguida que moldeaba el interior de la combi. Y que este no habría de ceder hasta llegar a su destino. Qué ironía pensar que ese dolor los hacía olvidar otros dolores, menos físicos, y más intensos.  

El camino de María transcurría sin aparente mayor dificultad, aunque los procesos de respiración de los pasajeros y la falta de ventilación del vehículo coqueteaban entre bostezos y síncopes de los usuarios. Así, entre una aparente calma o letargo, María se ve obligada a frenar por la imprudencia de otro automovilista. Sinceramente no recuerdo las palabras que María le dijo al imprudente, pero estoy seguro de que no confundió ascendencia con descendencia.  

El casi choque al interior había provocado que más de una persona invadiera el espacio personal de otra, pero nadie se había lesionado. Las consecuencias aumentaron cuando la combi se apagó tras el repentino freno y no encendía; los pasajeros comenzaron a silbar, a manifestar sus inconformidades y especular lo terrible que sería para ellos no estar a tiempo en su trabajo. El cúmulo de emociones pasó cuando después de unos minutos la combi arrancó —nadie sabe cómo— y con ello María logró continuar con su camino. En el proceso de andar, se desocupó un asiento adelante y por simple suerte, Félix fue quien tomó ese lugar, el cual lo recibió con una frase que invitaba literalmente a estar despierto: “Dormilones atrás”. 

Félix y María, por supuesto, no se conocían; sin embargo, las noticias de la radio les haría interactuar. El locutor mencionaba que se estaba negociando un alza al costo del transporte público y que esta podría, y hago énfasis en la suposición, llegar hasta $19.00 pesos. La noticia tuvo un impacto directo en ellos y tras unos segundos de silencio, María le dijo a Félix: “¿Cómo ve, joven?”. Una pregunta abierta que requería una suspicaz respuesta para lo cual él prefirió agregar otra pregunta: “¿Usted cree que lo hagan? 

Entre el murmullo de los pasajeros que continuaban subiendo y descendiendo al sonido de la única palabra que se había dicho en el camino: ¡Bajan! Félix decidió al fin responder a la pregunta aseverando: “Al menos ya les pagarán más”. A lo que María soltó una ligera risa y casi entre dientes le dijo a Félix un sutil: “Ajá”. Para luego rematar convincentemente con un: “No, joven, a nosotros apenas y nos van a subir”. La reacción de Félix denotaba asombro y dudas. Lo que hizo que no dijera alguna palabra más.  

El resto del camino encapsuló a Félix en un letargo ensimismado. Quizá producto de la mañana, quizá de la incertidumbre. Su silencio se interrumpió cuando a las 5:45, Félix le avisó a María que bajaría. En tan sólo unos segundos él bajó de la combi y María continuó con su ruta. Ella se quedó pensando en si habría alguna recompensa real por su trabajo; él, en cómo tendría que ajustar su semana para pagar los pasajes.  

¿Y ustedes? 

El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla 
Correo electrónico: erickeduardo.frias2@iberopuebla.mx
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Erick Frías Méndez

Licenciado en Relaciones Internacionales y Maestro en Educación Superior (BUAP). Se desempeña como Jefe Académico de Ciencias Sociales y Humanas en la Ibero Puebla. Realizó una estancia de investigación en la Universidad de Buenos Aires, y ha participado como ponente en congresos nacionales e internacionales.