La importancia de entender el conflicto ruso-ucranio (I)

  • Herminio Sánchez de la Barquera
Repercusiones globales que este conflicto armado tiene y seguirá teniendo aún cuando llegue a su fin

Mis cuatro fieles y amables rectores se habrán preguntado seguramente -dado que son personas de ingenio agudo y perspicaz- por qué en esta columna que perpetramos semanalmente dedicamos tanta atención a la guerra desatada por Rusia contra Ucrania. La respuesta está en las repercusiones globales que este conflicto armado tiene y seguirá teniendo aún cuando llegue a su fin. Una derrota ucrania tendría muy graves efectos en la arquitectura de seguridad no sólo en Europa sino en el mundo entero, pues el hecho de que un país poderoso y gobernado de manera autocrática como Rusia se alce con la victoria fortalecería no sólo a Putin y a su país, sino también a sus aliados (China, Corea del Norte, Irán y Siria), todos ellos gobernados de manera dictatorial.

Una victoria rusa pondría en graves aprietos a los miembros de la OTAN y a sus aliados en otras partes del mundo. Además, China vería fortalecida su determinación de invadir Taiwán. Ya hemos hablado aquí acerca de lo que esta invasión a la pequeña isla podría significar para la economía mundial, sin mencionar que una derrota militar ucrania y taiwanesa supondría igualmente una derrota de la democracia liberal y provocaría grandes fisuras en las estructuras económicas y de seguridad y defensa occidentales.

Es verdad que hay otras zonas de crisis en el mundo, como el Oriente Medio, que también hemos analizado aquí, y que igualmente acarrean graves consecuencias a nivel global. Otras regiones en donde la democracia también está tambaleándose, como Venezuela o México, tienen solamente una importancia regional, desde mi perspectiva, y mientras no se perciban como amenazas a la seguridad de Estados Unidos o a la estabilidad de sus vecinos, no se resolverán de fondo. Maduro está apostando al cansancio de la oposición y a la distracción de Estados Unidos, donde corren tiempos de campaña electoral, con temas más importantes para el elector promedio; y el régimen autoritario que se está implantando en México tiene, por ahora, un muy amplio apoyo popular y una legitimidad electoral innegable, aunque los medios para alcanzarla puedan ser cuestionables. Eso ya no importa.

En cuanto a la invasión rusa a Ucrania, llaman la atención algunas afirmaciones que aparecen repetidamente en medios de comunicación occidentales y en prácticamente todos los medios rusos, con la finalidad de justificar la agresión y las posturas de Putin frente al mundo. Estas aseveraciones siguen esgrimiéndose profusamente, por lo que procederemos ahora a analizarlas.

Primera afirmación: “La OTAN se convirtió en una amenaza para Rusia, por lo que Putin se vio en la necesidad de defenderse.” Desafortunadamente, después del colapso de la Unión Soviética y de su bloque de países aliados no fue posible integrar a Rusia en una nueva arquitectura europea de defensa. Esto se debió en gran medida al peso de muchos acontecimientos ocurridos durante la Guerra Fría y a la resultante desconfianza entre los países occidentales y la nueva Federación Rusa, además de que surgieron muchos malentendidos que impidieron la formación de estructuras de defensa en Europa que tuviesen en cuenta plenamente los intereses de Rusia. Pero concluir que se cernía sobre Rusia una actitud amenazadora de los países occidentales es ciertamente exagerado, aunque es verdad que hubo voces que alertaban sobre la expansión de la OTAN en dirección hacia el este, pues podría despertar emociones nacionalistas en Rusia. Sin embargo, no debemos olvidar que los países otrora pertenecientes al bloque soviético se vieron empujados a entrar a la OTAN debido en gran medida a que percibieron, a mediados de la década de 1990, que de Rusia provenían señales muy claras del renacimiento de un pensamiento neoimperialista, que podría resultar en la expansión rusa a costa de ellos.

Es por eso que el ingreso de dichos Estados a la alianza (como Polonia, Chequia, Bulgaria, las repúblicas bálticas, etc.) fue objeto de dilatadas reflexiones en el seno de la OTAN, por lo que, en 1997, se firmó un documento en el que se tomaban en cuenta los intereses defensivos de Rusia: no se instalarían cuarteles de la OTAN al este del Río Elba ni se estacionarían más de 5 000 soldados en los nuevos países miembros de la alianza. Además, en el 2002 se creó un consejo de Rusia en dicha organización, para tratar de integrarla más a la alianza atlántica. Es por eso que muchos analistas consideran que esta expansión de la OTAN fue más política que militar, puesto que nunca se formó un supuesto “cinturón militar” en los países limítrofes de Rusia. Incluso después de la ilegal anexión rusa de la península de Crimea en 2014, nunca ha habido más de 8 000 soldados de la OTAN estacionados en los antiguos países del bloque soviético pertenecientes ahora a la organización atlántica.

Además, hay que considerar que los países europeos fueron fortaleciendo sus nexos económicos con Rusia, a pesar de que voces críticas señalaban los riesgos de estrechar lazos económicos con un país dirigido de manera cada vez más autocrática y criminal por Vladimir Putin. Así que, como vemos, es difícil hablar simplemente de una política occidental agresiva o amenazadora frente a la Federación Rusa en las primeras décadas del presente siglo.

Un detalle más: en 2008, debido al veto impuesto por Alemania y Francia, en la cumbre de la OTAN se desechó la idea de incorporar a Georgia y a Ucrania en la alianza atlántica, por lo que la afirmación de Putin en el sentido de que la invasión a Ucrania en 2022 era una guerra preventiva para impedir que ingresase dicha nación a la OTAN fue una simple argucia para justificar la artera agresión.

Otra afirmación equivocada que se esgrime para justificar las acciones de Rusia contra Ucrania es que, históricamente, este último país siempre ha formado parte de la Gran Madre Rusia. Desde el punto de vista del derecho internacional, Ucrania existe como Estado independiente desde el 1 de diciembre de 1991. Esto fue el resultado de un referéndum llevado a cabo en Ucrania, en el que el 91 por ciento de los participantes se declararon por la instauración de un Estado libre y soberano. Además, el Estado ucranio es reconocido como tal por la comunidad internacional (incluida Rusia, por cierto). Sólo unos años antes de la invasión rusa del 2022 es que Putin empezó a poner en duda no sólo la soberanía ucrania, sino también su historia y cultura particulares.

Quien guste conocer la postura precisa de Putin al respecto puede leer un ensayo publicado en julio de 2021, escrito por el dictador ruso con el título Sobre la unidad histórica de rusos y ucranios. En dicho libelo, Putin afirma que rusos, bielorrusos y ucranianos conforman un solo pueblo, en una especie de “trinidad nacional rusa”. Esta idea se nutre de antiguas ideas imperialistas y nacionalistas que circulan en Rusia desde la época zarista, sobre todo desde el siglo XIX. Así, Ucrania, según el tirano ruso, no ha existido nunca como nación independiente, sino que siempre ha sido parte de Rusia. Su actual status como nación soberana es resultado de un complot (o “compló”, como se dice en macuspano) orquestado por los odiosos países occidentales, a partir de unas decisiones administrativas y políticas de la época comunista, que trazaron las actuales fronteras ucranias. Por lo tanto, según esta torcida visión putiniana de la historia, los bielorrusos, rusos y ucranios no deben considerarse como naciones independientes, sino que deben permanecer en una unidad, con una herencia y un destino comunes, aunque, como lo ha resaltado él mismo en otros documentos (como en su discurso del 21 de febrero de 2022, o en su discurso después de la anexión de Crimea en marzo de 2014), bajo la guía y el predominio ruso.

Aquí es fácil advertir cómo la historia puede ser manipulada para representar los intereses propios, sobre todo en la política. Es cierto que los tres pueblos tienen elementos en común: los tres hablan idiomas eslavos y practican en su mayoría una religión cristiana ortodoxa, pero es muy atrevido afirmar que han discurrido por la historia tomados de la mano. En general podemos decir aquí que los orígenes políticos de los tres pueblos se remontan a la formación del Rus de Kiev, una especie de federación de tribus eslavas orientales que se instauró entre fines del siglo IX y el siglo XIII. Kiev, la “madre de todas las ciudades rusas”, data seguramente del siglo V. Después de la desaparición del Rus, gran parte del territorio ucranio estuvo dominado por el principado de Polonia, y fue hasta avanzado el siglo XVII que algunas partes de la actual Ucrania se integraron al imperio ruso, al mismo tiempo que se registraron intentos fracasados de conformar un Estado soberano ucranio.

Como consecuencia de los movimientos nacionalistas del siglo XIX, en esa época empieza a cobrar fuerza una conciencia ucraniana que valora o revalora su propia historia, su pasado glorioso (todas las naciones afirmaban tener un pasado glorioso), su idioma, su literatura y su música. Por lo tanto, durante tantos siglos de historia no vemos a Ucrania como un patio trasero ruso ni como “zona de colchón” entre Occidente y Oriente, sino que la historia es más compleja, por lo que actualmente es totalmente comprensible que exista una fuerte conciencia nacional ucrania que los hace sentirse diferentes a rusos y bielorrusos, pero con quienes hay elementos culturales e históricos comunes que no pueden negarse. La actual guerra está acentuando las diferencias, reales o supuestas.

Otra afirmación: “Nadie puede saber lo que quiere Putin”. Esto es falso. Debemos partir de que Putin busca una especie de nuevo imperialismo, después de que no ha sabido aparecer como gran reformador o modernizador de su pueblo, por lo que ahora busca pasar a la historia como un conquistador, que guíe a Rusia a ser un imperio determinante en el concierto de las naciones.

La guerra es para él un medio para consolidarse políticamente y para hacerse del apoyo de su pueblo. Por eso ha emprendido guerras desde que llegó al poder: de 1999 a 2009, la guerra contra los rebeldes chechenos; en 2008 la guerra contra Georgia, en 2014 la anexión de Crimea y la ocupación del Dombas; desde el 2015 la intervención en Siria y desde el 2024 la invasión de Ucrania. Un segundo punto: desde su famoso discurso de marzo de 2014 está claro lo que quiere: un gran Estado euroasiático que abarque desde el Báltico hasta el Pacífico, con las tres columnas Rusia, Bielorrusia y Ucrania, bajo la égida rusa. Una Ucrania democráticamente estable y económicamente fuerte es un obstáculo para la conformación de este Estado euroasiático. Por eso apoya al dictador bielorruso Lukashenko y no al gobierno de Zelensky, que voltea más hacia el Occidente. Un tercer punto es que Putin ha insistido en una repartición del mundo entre las grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia), como si se tratase de un regreso al mundo de la Guerra Fría. Así que sí sabemos lo que quiere.

 

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Herminio Sánchez de la Barquera

Originario de Puebla de los Ángeles, estudió Ciencia Política, música, historia y musicología en Núremberg, Leipzig, Essen y Heidelberg (Alemania). Es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Heidelberg.