La Ciudad de Puebla en vísperas de su aniversario

  • Atilio Peralta Merino
Resulta urgente una política de contención al crecimiento de la mancha urbana

Estamos en la víspera del aniversario de la misa oficiada por Fran Toribio de Benavente “Motolinía”, que recordamos como acto inaugural de la Ciudad de Los Ángeles, siendo de destacarse que, en realidad, los vecinos conmemoraban con tal carácter la ceremonia inaugural del 29 de septiembre de 1532, en la que, el alcalde, Alonso Martín Partidor, llevó a cabo la ceremonia con desfile de pendones correspondiente a la segunda fundación tras el deslave ocasionado por las fuertes lluvias que borraron todo vestigio del asentamiento original.

Tanto el propio “Motolinía” como Juan de Torquemada en su “Monarquía Indiana”, señalan que el oficio religioso en cuestión se verificó en el año de 1530, fue Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, quién dilucidó que la fecha invocada por estos, no coincidía con en el calendario litúrgico  correspondía a tal año, así como que en abril de 1530 Sebastián Ramírez de Fuenleal era aún obispo en la isla “La Española”, y Alonso de Maldonado no había aún tomado posesión como secretario de la segunda audiencia de la Ciudad de México.

Narra el propio Echeverría y Veytia que, ya en su carácter de secretario de la audiencia, Alonso de Maldonado recibió del encomendero Diego de Ordaz “con pleno deslinde de medidas, la superficie correspondiente a aquella puebla- un determinado estándar de urbanización, en lo que años después serían las Ordenanzas de Población de Felipe II- , y que abarcaba a la denominada Villa de Carreón, que terminaría por segregarse y conformarse con la denominación de Atlixco de las Flores.

La encomienda, según ha estudiado a cabalidad Silvio Zavala, jamás otorgó propiedad inmobiliaria alguna, ni bajo las Leyes de Burgos de 1512, en el que se regulaba el “repartimiento”, y muchísimo menos, bajo la denominada encomienda propiamente dicha, estatuida en las Leyes Nuevas de Barcelona del 20 de noviembre de 1542. ¿Con qué carácter y bajo qué título entonces, dispuso Diego de Ordaz de aquella vasta superficie, me pregunto?

Desde fines de los años ochenta a nuestros días, la ciudad ha crecido tres veces en población y cerca de diez en superficie. La terciarización de la economía impulsada a partir de la suscripción del Tratado de Libre Comercio de 1994, y la transformación en la composición familiar de su original conformación amplia a la nuclear, constituyen fenómenos que pueden explicar tal hecho.

La reforma de 1992 al Artículo 27 de la Constitución, propició que los cascos urbanos se extendieran sobre antiguas superficies ejidales. En un primer momento, la reforma propiciaba que las asambleas ejidales pudieran transformar el título de tenencia de la tierra; sin embargo, lo cierto es que los desarrolladores inmobiliarios establecieron pactos con los comisariados ejidales sin contar con la correspondiente decisión de la asamblea respectiva; desarrolladores que, dicho sea de paso, a la fecha incumplen las normas oficiales de construcción exigidas por la regulación vigente.

El censo del registro agrario jamás fue actualizado en realidad, en consecuencia,  quiénes aparecían como titulares de los derechos parcelarios eran los originalmente habilitados y dotados de tierra que, prácticamente en su totalidad, habían fallecido todos décadas atrás de que los desarrolladores inmobiliarios iniciaran la portentosa expansión de nuestra ciudad, después de todo, una asamblea , para ser válida, habría tenido que ser convocada mediante “oiuja”; por lo demás, al momento de preparase la reforma de 1992 se dijo expresamente entre los concurrentes al despacho presidencial, que, si bien la iniciativa en cuestión  invocaba la intención de atraer inversiones privadas al sector agrícola: “si el mercado decía cemento, cemento se sembraría”.

En un momento posterior, se establecieron esquemas para que los cambios en el régimen de tenencia pudieran llevarse a cabo sobre superficies parciales, a grado tal de que hasta el gobernador Gali resultó habilitado como ejidatario, título honroso que, bien visto, pudiera ser esgrimido por su hijo ahora que es abanderado por la coalición que encabeza el partido gobernante.

Lo dramático del asunto es que “el mercado” no ha existido nunca, es una entelequia invocada por un señor llamado Adam Smith en el libro más anticientífico que jamás se haya escrito, dotado por demás de una torpe y deficiente metafísica-no llega por supuesto, ni por asomo, a la excelsitud de Aristóteles- llamado “Investigación sobre el origen y la causa de la Riqueza de las Naciones”.

Resulta urgente una política de contención al crecimiento de la mancha urbana que desecado enormes reservas de agua orillando a la población a una tragedia por sequía sin precedente, en nada ayudan obras faraónicas entregadas en componendas financieras a especuladores bajo el esquema de la “asociación público-privada” que tanto obnubilada al sublime, fallido y hoy también finado Rafael Moreno Valle , aunque sus testaferros han reaparecido en fechas recientes gracias a la defenestración de los dirigentes del actual régimen que decidieron vender su alma al mejor postor.

El exceso de liquidez de fondos provenientes de los más pestilentes y nauseabundos sótanos convirtió a la ciudad en el espacio que es hoy, y que ha sido calificado por el portal texano de seguridad  “Stratfor” a cargo de Georg Friedman “como el equivalente de Bogotá en los años ochenta”, trayendo aparejado consigo un crimen de lesa natura, la desecación de las fuentes acceso al agua, que fuera clave en el sueño de Fray Julián Garcés que lo llevó a determinar el espacio adecuado para su fundación al decir de Mariano Fernández de Echeverría y Veytia.

albertoperalta1963@gmail.com

 

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Atilio Peralta Merino

De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.

Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava