Cuidado y revolución

  • Arturo Romero Contreras
¿Reforma o revolución? No: cuidado o revolución. No: cuidado y revolución

En los años salvajes de la revolución la izquierda deseaba contraponerse a la mera reforma, que dejaba las instituciones de opresión sin tocar. Hoy todavía denuncia la política como “mero” proceder electoral, terreno de un impotente “policy making”, reproducción de las mismas condiciones que generan las desigualdades y los distintos modos de dominación. Frente a ello, propone no una política, entendida como administración de lo existente, sino “lo político”, como invención, como resistencia, como producción de nuevos deseos, nuevas relaciones. Es el mundo “de lo mismo” contra el mundo de “lo otro”. Pero entonces lo que le reprocha a liberales y conservadores no es su participación en la generación de injusticias, sino en que no ofrezcan nada nuevo.

Pero es dudoso que lo nuevo sea, necesariamente, algo mejor, no se diga ya algo justo. No sólo todo puede ser siempre peor, sino que nada hay de contradictorio en el término “revolución conservadora”. Ejemplos de ello son el nazismo, el fascismo o la dictadura chilena de Pinochet. Lo que le reprocha la izquierda al mundo actual, es que se preocupe solamente por la reproducción de la vida y no por su invención. El señalamiento no es incorrecto. Gobernar no tiene ya más que ver con ideologías, ni con la justicia, ni siquiera con la solución de pequeños problemas, sino con la gran administración de la población. Conservar la vida. Conservar la salud. Conservar el medio ambiente. Y en todo caso, el crecimiento económico o la ampliación en la cobertura de servicios no tienen otro fin que lograr mejor aquellos fines. Mejorar el ingreso, mejorar las condiciones laborales, mejorar el acceso a la educación, etcétera, son tareas que buscan, simplemente, asegurar las mejores condiciones de reproducción de la vida en todos sus niveles. Los sujetos políticos, llamados ciudadanos, se convierten en clientes que piden mejoras como si el Estado fuese un prestador de servicios. No hay participación política en el sentido de configuración de un destino común, sino solamente demandas personales o de grupo.

Esta crítica es acertada, sin embargo, proviene de un lugar más profundo, a saber, la oposición, en la izquierda, entre la reproducción y la invención. La reproducción es vista como aliada del statu quo, como esterilidad máxima de los potenciales sociales. Es la ausencia de creatividad y de invención en general. Desde un punto de vista biológico, es la mera manutención de una vida sin atributos. Desde el punto de vista social, es mera reproducción del estado de cosas existente. Sin embargo, existe un término que la izquierda se ha apropiado lentamente, que no encaja en este marco: la idea de cuidado

El Estado no cuida: atiende a sus clientes y en el mejor de los casos ayuda a que una proporción de gente pueda vivir y sobrevivir. Sin embargo, los servicios de salud, de recolección de basura, de limpieza en general, privados o públicos, agrupan a un sector que no es reconocido ni por la izquierda ni por los liberales. Los liberales la mantienen como la clase peor pagada, en el ámbito privado y estatal. En todos los Estados liberal-capitalistas, trabajadores y trabajadoras dedicados al cuidado se encuentran en los puntos más bajos de la retribución salarial. Para la izquierda, se trata de un sector que trabaja, no que cuida. El cuidado es un elemento accidental. De hecho, son el sector más lejano a todo actor político radical. La razón es que no forma parte de la producción material del mundo. El obrero produce mercancías. El cuidador, la cuidadora, no produce nada, solamente ayuda a prolongar la vida, la reproduce. Cuidadores y cuidadoras están también fuera del proceso histórico, pues tienen a su cargo las tareas más “naturales”. La derecha, por su parte, tampoco los reconoce, pero quizá los escuche más, porque representa, efectivamente, aquella clase trabajadora que pide ningún cambio fuera de mejores condiciones laborales.

Pero, ¿qué significa el cuidado? Boris Groys nos ofrece en su Filosofía del cuidado un primer acceso. Pensemos en todas las tareas del cuidado inmediato: hacer la cama, lavarse los dientes, barrer y trapear, preparar la comida. Son tareas repetitivas. No introducen nada nuevo en el mundo. Se realizan cada día y al día siguiente, deben repetirse de manera idéntica. Los platos, como los dientes, se vuelven a ensuciar. Parece una tarea de Sísifo: inacabable y sin sentido. Si pasamos a la esfera social encontramos a personas dedicadas a la enfermería, la recolección de basura, la limpieza. La persona que enferma acude al servicio médico. Se le atiende y, si todo sale bien, mejora. Con ello ha ganado unos días más de vida. En otro momento volverá a enfermar, regresará al servicio de salud. Todo esto se detendrá con la muerte. Así también todas las tareas que tienen que ver con el orden y la limpieza. Se trata de mantenimiento.

El cuidado es una parte de la vida que aceptamos a regañadientes y que procuramos hacer lo más rápido posible para dedicarnos a lo verdaderamente importante. En la sociedad es el trabajo más infravalorado y el peor pagado. Pero sabemos muy bien que una huelga de ese grupo y las ciudades colapsarían. Nosotros mismos, al desatendernos, enfermaríamos. Durante la pandemia, durante un breve momento, aplaudimos a trabajadores y trabajadoras de los hospitales. No a los médicos, sino a enfermeros, camilleros y personal de limpieza. Y luego los volvimos a olvidar.

El cuidado no es trabajo productivo, pero es social. Radicalmente social. El cuidado nos lo procuramos recíprocamente. Venir a la civilización significa haber sido cuidado. De otro modo habríamos muerto, no habríamos aprendido ninguna habilidad, no se diga el lenguaje.

La madre que cocina para sus hijos, el abuelo que cuida a sus nietos, la afanadora que limpia las habitaciones para los pacientes. Sí, por más que el trabajo doméstico, impuesto históricamente a las mujeres, es, aunque le pese al marxismo, improductividad originaria. Es, antes que toda producción de mercancías, un modo elemental del vínculo social, un modo de coexistir procurándose. Lo que da justifica perseverar en la vida no son nuestros triviales asuntos, sino los otros. Y no se trata aquí de intercambio. Al menos no de intercambio directo, como cuando cambiamos una mercancía por dinero o por otra. Es don. Se cuida unilateralmente a alguien. Que sea pagado o agradecido no es lo que lo define. Es un modo de vivir y, por tanto, no está “antes” que el trabajo productivo, sino antes, durante y después, lo acompaña como su sombra. En cuanto social, no remite a ninguna actividad “biológica”. En verdad, lo biológico nunca ha sido lo opuesto de la sociedad, ni su “otro” porque, incluso en los animales, es histórico y social de cabo a rabo, en su propia escala. El cuidado, lo sabemos, rebasa la esfera de lo humano y se extiende a todo su entorno.

El modo en que nos procuramos es un modo de ser. Este estar dirigidos unos a otros es cuidado cuando no toma la forma de la competencia o de la lucha a muerte. Tampoco es defensa de mi “identidad” y mis “intereses”. El cuidado tiene su dulzura y su tenacidad. Su necedad, incluso su estupidez: cuidar, aunque todo esté perdido, aunque la muerte esté a la vuelta. No se trata entonces de “conservar” (la vida, el statu quo, los privilegios, el estado de cosas existente), sino de mantener en la vida el vínculo social, sin lo cual todo está perdido.

 

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.