Volver a lo básico

  • Juan Martín López Calva
Un temor creciente que se apodera cada vez más del ambiente que respiramos.

“Creo que hay una batalla muy terrible para dar, porque estamos en un mundo con apariencias engañosas, sobre qué quiere decir hoy un sujeto exitoso, un sujeto que aprende, un sujeto que se hiper adapta al mundo tal cual como se lo presentan, no como es”.

Carlos Skliar. La rebeldía de lo bello, lo lento, lo humano.

https://www.pagina12.com.ar/144153-la-rebeldia-de-lo-bello-lo-lento-lo-humano

 

Para empezar este artículo saludo a los lectores después de la pausa por el receso de Semana Santa y reiterar mi agradecimiento a E-Consulta por brindarme este espacio.

Creo que no exagero si afirmo que en estas semanas de confinamiento por el incremento exponencial de casos de la enfermedad causada por el COVID-19 en todo el mundo y la consecuente incapacidad de los sistemas de salud para responder eficientemente y con la velocidad necesaria ante la pandemia, nos han sumido a todos –desde los científicos y gobernantes hasta los simples ciudadanos- en una gran incertidumbre y han generado un temor creciente que se apodera cada vez más del ambiente que respiramos.

Esta atmósfera de incertidumbre, temor y desconcierto también ha permeado al sistema educativo que sin embargo ha respondido con cierta celeridad y pertinencia al desafío del cierre de las escuelas y la necesidad de continuar con la actividad formativa de los niños y jóvenes desde casa, aprovechando la televisión y las diversas plataformas tecnológicas para quienes tienen acceso a  dispositivos inteligentes e internet.

Si en algo parecen coincidir todos los analistas es en que después de la contingencia y una vez que haya pasado la etapa de mayor peligro y volvamos gradualmente a nuestras actividades, el mundo ya no podrá ser igual, aunque no hay acuerdo sobre el sentido en que vendrá el cambio.

Baste como ejemplo el muy difundido debate entre el filósofo sudcoreano Byung-Chul Han que afirma que esta crisis sanitaria y la consecuente crisis económica que acelerará va a reforzar el sistema capitalista y a generar las condiciones para que vengan tiempos de regímenes autoritarios que impongan el estado de excepción como la situación normal y que el virus no acabará sino reforzará el individualismo y el aislamiento que nos hace ver sólo por nosotros mismos y el filósofo esloveno Slavoj Zizek que se pronuncia en el sentido opuesto diciendo que el virus ha golpeado mortalmente al capitalismo y que se acerca una nueva era de colaboración global, de derrumbre de los populismos nacionalistas y de solidaridad mundial.

En artículos anteriores he planteado la idea de que el cambio no será necesariamente positivo o negativo sino que tendrá elementos humanizantes y otros deshumanizantes como todos los cambios y que lo que predomine no dependerá de una especie de advenimiento mágico de una nueva realidad sino de lo que podamos reflexionar, decidir y actuar de manera organizada los individuos, los grupos y las instituciones humanas como producto de lo que esta etapa especial nos deje como aprendizaje.

Hoy quiero plantear uno de estos aprendizajes que considero básicos para poder construir una realidad mejor después de esta situación de contingencia.

El sábado y el domingo tuve la oportunidad de escuchar una meditación muy profunda del filósofo jesuita mexicano Pedro de Velasco acerca del significado de la Pascua en el mundo cristiano. En esta meditación hubo algo que me llamó poderosamente la atención y me hizo pensar en lo que podría –e idealmente debería- suceder en el sistema educativo al reabrir las escuelas.

En la reflexión se planteaba que a pesar de todos los avances de las ciencias y de las tecnologías relacionadas con la salud, el remedio más difundido para prevenir los contagios es el más simple y antiguo que conocemos: lavarse las manos. Este es un hábito básico de salud que han planteado casi todas las culturas desde la antigüedad y que hoy se vuelve a plantear con urgencia para poder hacer frente a la pandemia y aminorar lo más posible sus efectos.

Se trata pues de volver a lo básico, a lo esencial para proteger nuestra vida y preservar nuestra salud.

Lo anterior me hizo pensar en que a pesar de que pueda parecer que el aprendizaje más importante después de la crisis del coronavirus será el del ensalzamiento de la tecnología y el planteamiento de la urgencia de capacitar a profesores y estudiantes en el uso de plataformas virtuales para promover el aprendizaje, en el ámbito de la educación deberíamos pensar también en volver a lo básico, en retomar y vivir lo esencial de todo proceso educativo.

Porque tal vez el virus y la obligación de encerrarnos en nuestras casas sí pueda ayudarnos a dar esa batalla por la educación auténtica que plantea Skliar en el epígrafe que hoy encabeza este artículo porque terminará con ese mundo de apariencias engañosas sobre lo que es un sujeto exitoso, un sujeto que aprende y que necesita adaptarse ciegamente al mundo tal cual se lo presentan.

Porque tal vez esta contingencia nos pueda hacer entender a los educadores, a los educandos y a los padres de familia que si bien es cierto que las tecnologías nos han ayudado a sortear esta crisis de manera menos negativa en términos de pérdidas en el avance programático de las asignaturas, también nos han hecho comprender y valorar la importancia esencial del encuentro humano, del mirarnos cara a cara, del sentirnos cerca unos de otros en un espacio físico común, del compartir una mirada, una sonrisa, un gesto de empatía, un sentimiento, una disposición a construir grupo, comunidad que educa y se educa con la mediación del mundo como afirmaba Freire.

“Yo he visto las escuelas del futuro en el presente, porque ya están, son los lofts inteligentes, con niños solitos haciendo su tarea en las tablets, casi sin maestros, abonándose la idea de que no hacen falta los maestros porque ya está todo disponible adentro de la red…” dice Skliar en la misma entrevista. Yo creo sinceramente que el mundo en el que estábamos antes de la pandemia debe quedar atrás y dar lugar a un mundo distinto en el que la escuela del futuro no sea esa de los niños solos con sus dispositivos electrónicos y sin maestros, sino un verdadero espacio de encuentro humano entre educadores que recuperan el asombro de ver cómo se iluminan los rostros de sus estudiantes cada vez que descubren algo nuevo y valioso, y educandos que revaloran el papel de los maestros como los herederos de una tradición de la que se enriquecen en cada clase.

La escuela del futuro tendría que sustentarse en la vuelta a lo básico. Ojalá seamos capaces de construirla.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).