¡Chingao!

  • Alejandra Fonseca
El esposo que de repente trabaja y de repente no.

Llegué temprano a casa de mi prima que hacía limpieza de casa junto con Elo, la señora que le ayuda, y me dijo: “Nunca se acaba, prima. Terminas de limpiar, trapear y arreglar ¡y empieza el ciclo de nuevo! Bueno, --se consoló—desde siempre hemos sabido que esto es cíclico. Quizá un día te agarra enjundiosa y otro cansada o hastiada, ¡pero hay que hacerlo como sea!”

Aparte de escuchar a mi parienta, observé a Elo: Le entra parejo al trabajo. No se queja. No se niega. No pone cara. No exige. Carga por igual cubetas que escoba, trapeador y jalador y sube los tres pisos sin chistar y en cada uno se aplica a lo que está. Observo con fascinación la maestría con que echa las cubetadas de agua reciclada en la cochera y cómo limpia con el jalador. Me dijo: “Este jalador está bien bonito. Dile a su prima que compre otro igual pa’ cuando éste se acabe.”

Elo es una mujer joven, fuerte y alta. Casada con tres hijos --la mayor en la secundaria y de ahí para abajo, con el esposo que de repente trabaja y de repente no--, es muy ágil a pesar de estar pasada de peso. Llega muy temprano con una amplia sonrisa que muestra su dentadura blanca y perfecta, y sin decir más que los buenos días, deja su bolsa y suéter donde le agarra el momento para apresurarse con la limpieza de la casa en el orden asignado.

Lo primero que le ofrece mi prima es su café con almendra y galletas, y ella lo va sorbiendo poco a poco aunque se le enfríe. “Mujer --le dice mi parienta-- tómate tu café que ya frío no sabe bueno”, y Elo le dice: “Así me gusta Tere, aunque sea frío, pero a traguitos”, y las dos se ponen a darle “porque no siempre se puede todo”, señala mi prima.

Además del estilacho de Elo para el cubetazo y la jaladera, y su inigualable disposición y buena actitud para el trabajo, lo que más me impresiona e invariablemente me hechiza de ella es al final de la faena cuando recibe su dinero. Porque así como llega y trabaja sin más, donde los presentes sólo somos referencia, en el ritual con el que recibe su paga, todos los demás nos evaporamos: toma los billetes con sus manos juntas como se recibe un ave recién nacida de la que hay que cuidar, cierra los ojos y, -supongo yo-, dice una plegaria en silencio para su interior con total devoción y, aún con los ojos cerrados, toma los billetes con una mano, para abrir los ojos y voltearlos hacia el cielo y persignarse con gran fervor. Después, sin siquiera vernos, guarda el dinero en su bolsa, se despide y le dice a Tere: Te mando “guatsá” para ponernos de acuerdo la semana próxima. Hasta luego Ale. Y se va.

¡Esta es abundancia, chingao!

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes