Cada quien hace su “luchita”

  • Guadalupe Carrasco
Tenemos una larga historia de lucha contra la adversidad

Sí, es una frase común. En México todo mundo hace su “luchita”. Tenemos una larga historia de lucha contra la adversidad, contra un sistema económico social complicado que exige mucho de sus ciudadanos: Un máximo esfuerzo en la búsqueda de una pequeña recompensa. Una persona trabaja una jornada de 8 horas diarias a la espera de su paga semanal. La gente trabaja treinta o treinta y cinco años añorando el día en que recibirá su jubilación. Se estudia un mínimo de dieciséis grados escolares para concluir una licenciatura que tal vez, brinde un poco más de oportunidades para obtener un trabajo con un salario de dos a tres veces el mínimo. Ahorras durante mucho tiempo para comprarte un carro o adquieres un mini departamento después de años de trabajo y endeudándote a veinte o treinta años a través de una hipoteca. Eres bueno y cumples con los mandamientos toda la vida para alcanzar el paraíso… Se siembra y se cosecha…

¿Pero qué ha pasado en las últimas décadas? A partir del modelo económico neoliberal y la globalización, que se sumaron a una cultura moderna individualista, narcisista y hedonista, esa “luchita” se hace y se acepta de las maneras más abigarradas posibles: El policía de tránsito, que gana poco (¿quién no gana poco para un mundo tremendamente consumista?), hace su “luchita” a la caza de algún infractor que, por evitar pagar una multa, esté dispuesto a aportar a su economía un billete o dos. Los negocios que ocupan toda la banqueta con su mercancía sin importarles que la gente tenga derecho a pasar por ahí. El vendedor “ambulante” que ofrece comida en la vía pública sin importar las medidas de higiene y además, estorbando el paso. Cualquiera que lo desee, puede poner un “negocito” en la puerta de su casa y no tendrá que cumplir con requisitos ni declarar impuestos. O vender desde la cajuela de su auto: comida, bolsos, perfumes o incluso cachorros. La gente que recibe apoyos económicos o en especie después de un desastre, vende lo que le regalaron. Si una Institución oferta un programa de asistencia social, los intermediarios cobran una comisión por integrar a sus “cuates” y conocidos, aunque el programa sea gratuito. Los ganaderos pueden dar clembuterol (aunque sea delito) a las reses para que crezcan más y tengan más carne para vender. El electricista que pone un “diablito” para disminuir el importe de la factura de la energía eléctrica y la gente que lo contrata. El que roba celulares, el que se los compra y revende; junto con un usuario final que los compra sabiendo que son robados. Estudiantes que realizan apuntes, trabajos o exámenes de compañeros a cambio de cierta cantidad. El servidor público que utiliza la frase: “Ayúdame a ayudarte.”  Las empresas falsificadoras de todo, hasta de gomas de mascar. Instituciones firmando contratos con universidades autónomas, que no tienen obligación de licitar para contratar productos o servicios, y éstas a su vez, contratando empresas “fantasma” y pagarles cantidades multimillonarias por productos o servicios no recibidos. Candidatos a puestos de elección popular consiguiendo su registro utilizando estrategias ilegales. Un alcalde o un gobernador puede decir: “Sí robé, pero poquito”, la gente celebrarlo y aplaudirle por ser honesto al confesarlo. U otro, con cómplices por supuesto, cambiar medicamentos para tratar el cáncer por agua.

Apenas esbozo una mínima muestra de tolerancia hacia la transa o hacia la ilegalidad. Todos haciendo su “luchita” para ganar más con menos esfuerzo y gente alrededor excusando o emulando su conducta. Hasta dichos hay para ellos: “El que no transa no avanza.”, “Un político pobre, es un pobre político.”, “La ocasión hace al ladrón.”, “La corrupción somos todos.”, “No importa que robe, pero que salpique.”.

¿Y que depara el futuro para una sociedad con tal tolerancia a la criminalidad? No sé exactamente, pero el efecto inmediato es el aumento de la criminalidad; como una onda que se expande en tierras fangosas, el panorama que veo es desalentador. Diría que los tiempos difíciles están cerca, pero no es cierto. Los tiempos difíciles ya están sobre nosotros.

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Guadalupe Carrasco

Licenciatura en Psicología de la Universidad de Londres. Psicoterapeuta en consulta privada, Orientadora Educativa