Confidencia indenunciable

  • Alejandra Fonseca
La historia de un robo. La denuncia. Lo inconfesable, ¿qué se habían robado?

Sin planearlo nos vimos comiendo juntas mi amiga y yo. Preparamos la comida, pusimos la mesa, servimos los platos y comenzó la degustación. La plática nos llevó a esa esfera interior que pocas veces se trasluce.

 

Ella es una mujer combativa que en su momento renunció a ciertos privilegios y comodidades por ir a crear mejores condiciones de vida para mexicanas desfavorecidas. Desde muy joven se lanzó a recorrer municipios de nuestro país para acompañar a mujeres indígenas a crear proyectos productivos que les auxiliaran a mejorar sus condiciones de vida y coadyuvaran a crear consciencia de su situación.

 

Ese día todo comenzó al recordar que se acercaba el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. “Honestamente --le dije--, ¡me caga el día! Lo han convertido en una celebración banal y un circo que aprovechan las feminazis, en sus posiciones extremas, para arremeter contra los hombres y acusarlos de lo mismo que ellas hacen”. Con cierta desaprobación ante mi honestidad, ella añadió: “Cuando lees historia, te das cuenta que realmente no hay nada que celebrar.”

 

Continué: “Mi vida siempre ha sido privilegiada en mi relación y trato con los hombres. Rete-contra-afirmo que me gusta mucho ser mujer, ¡amo ser mujer!, y se debe a que no tuve una niñez típica: nunca jugué con niñas ni a las muñecas ni a la casita ni a la chingada. Me cagaban sus actividades y cursilerías. Siempre me escapé de su mundito. Mi gusto y deseo creciente de ser mujer, lo adquirí desde que nací por el apoyo incondicional de mi padre, a quien amo profundamente, y al jugar y acompañarnos siempre con mis hermanos, primos y sus amigos. Siempre fueron parte esencial de mi mundo ¡y siempre me encantó su mundo, su lógica, su manera de pensar y… ellos! Eso me dio una dimensión extraordinaria de mí, como mujer, y de ellos, como hombres. ¡No me arrepiento!”

 

Al hablar de ella y mencionar lo que había dejado atrás para perseguir su lucha, le pregunté: “¿No te arrepientes de haberlo dejado todo?” Sin dudarlo, respondió firme: “No.” Le confié que yo sí he tenido segundos pensamientos en referencia a decisiones que tomé y de las que me arrepiento; que veo la vida de manera tan distinta, que a veces me pregunto: “¿Qué tenía yo en la cabeza?”  

 

Ella contó de cuando se sintió violada y violentada en su ámbito más íntimo: un día que entraron a robar en su casa. Sacó una lista de todo lo extraído de valor y fue a la delegación a denunciar: “¡Denuncié todo, amiga, todo lo que me robaron!” Hizo una pausa pensativa, y entonces, mortificada, confió lo indenunciable: “Bueno, no todo… Tenía yo un consolador que fue lo primero que busqué.., ¡pero se lo llevaron, y ése sí ni lo mencioné! ¡Ahí si me dio pena!…”

 

Entre risas añadí: “¡Eso sí es algo que nuestras mamás o abuelas no hubieran tenido nunca! ¡Ya ves que sí hay algo que celebrar!”

 

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes