Lanzar Una Botella al Mar…

  • Guadalupe Barradas Guevara
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Para:

El Dr. Armando Rugarcía Torres.

Mi Maestro.

Como anteriormente he estado diciendo en otros escritos, el proceso de enseñanza-aprendizaje es una práctica viva en donde la docencia, integrada por diferentes personajes, siempre está en constante transformación como resultado de los valores, de las emociones, de los juicios, los conocimientos, las creencias, las decisiones y las acciones que se dan entre los profesores y los alumnos.

Por lo que tratar de dimensionar dicha práctica no es sencillo, puesto que en toda aula existe siempre un ámbito moral, constituido por una estructura social, que hace referencia a una dinámica organizativa dada en términos de intercambios socioculturales, que establecen formas de percibir, de sentir, de decidir, de actuar, pero que siempre remiten a una motivación individual. Razón por la cual, en muchas ocasiones, los objetivos de los maestros no van en la misma dirección que los de sus estudiantes, puesto que, mientras los docentes buscan el desarrollo integral de sus alumnos para que ellos decidan con valores y construyan una sociedad mejor, a muchos de ellos sólo les interesa hacer tareas para lograr la máxima calificación, olvidando que en la educación lo más importante es la construcción del sujeto-ético-concreto y no aquél que sólo quiere una buena nota para “demostrar lo que en verdad es”.

Pero, ¿a qué se refiere todo lo anterior? Al eventual reconocimiento de mi fracaso como maestro. Me explico: a través de una reflexión ética realizada en un curso de Educación por la Experiencia (ExE) he concluido que por más que los docentes nos esforcemos,  estudiemos y compartamos, mucho o poco, conocimiento con los alumnos, no logramos sensibilizarlos; no logramos hacerlos críticos, responsables, honestos y mucho menos humanizarlos, porque, por más que busquemos que ellos pongan la mirada en la construcción de su propio ser como personas integrales, insisten en poner la mirada en factores externos, estando siempre en un estado de competencia individual por la nota más alta con sus condiscípulos en busca de una superficial satisfacción personal.

En relación con este fenómeno, Armando Rugarcía nos dice que el asunto esencial de la tarea educativa es metodológico, pero no externo como frecuencia se cree, sino fundamentalmente relacionado con lo interior del educando y del educador. Con esto pretende  desarrollar en ambos un Método Trascendental (MT), que opere en su consciencia que los capacite para enfrentar la vida en comunidad, es decir: para conocer-decidir “lo que sea” ante la propia circunstancia histórica, la cual es el resultado de la integración de decisiones ajenas y propias. Es decir, el desarrollo integral (DI), para todo empeño educativo, curricular y existencial debe conectar la intersubjetividad con el Método Trascendental (Juzgar-Decidir) o del potencial para decidir valoralmente (2013).

Pero, ¿cómo educar interiormente a los alumnos? ¿Cómo hacerles entender que lo importante en la educación es la integridad de su ser como personas éticas? ¿Cómo lograr en ellos la promoción de una consciencia crítica que les ayude a enfrentar la vida? ¿Cómo formar hombres y mujeres con valores? ¿Cómo humanizar ante un mundo tan diversificado regido en muchas ocasiones por la manipulación, la simulación y la nivelación o trivialización del hombre “útil” para la sociedad? En otras palabras, ¿cómo les enseñanos a ser y no sólo a tener?

Puesto que, como dice Huxley:

En lugar de intentar ser nos afanamos por tener, y en más de una ocasión el tener se vuelve más real que el ser. Al alinearnos, somos nuestras propiedades y perdemos nuestra identidad de personas humanas (en Fromm, 2007, p. 55).

Ante esto, Rugarcía nos dice que dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje, lo valioso de una acción externa como enseñar, o de una acción interna como aprender, no se encuentra en ellas mismas, sino en el impacto valoral que produzca en los alumnos y maestros (2013).

Existen momentos en que como docente, en verdad quisiera creer lo que escribe  Lonergan (2006) en el sentido de que el ser humano en su proceso de desarrollo “retiene todo lo que tenía antes y le añade algo mejor”, imaginando este desarrollo como una pequeña bola de nieve que rueda cuesta abajo la montaña creciendo; eliminando los males previos al encontrar una integración superior en la que los problemas se resuelven por sí mismos. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones esto sencillamente es imposible, o por lo menos extremadamente difícil, por la adversidad de las características de los alumnos. Es entonces cuando la tarea del profesor  se asemeja, con la del náufrago confinado en una isla (el aula). Como el náufrago el profesor requiere salvación: el primero, por un desconocido; el segundo, por un alumno que cumpla las expectativas educativas del docente.  

Insospechada conclusión: al final de cuentas educar es lanzar una botella al mar para esperar el rescate de la ínsula y la salvación de la esperanza: porque a final de cuentas, la realización de un alumno siempre conlleva a la de su maestro.

Referencias

Fromm, E. (2007). La vida auténtica. México: Paidós. Nueva Biblioteca.

Lonergan, B. (2006). Filosofía de la educación. México: Universidad Iberoamericana.

Rugarcía Torres, A. (2013). El desarrollo integral del sujeto vía el método trascendental: La ética del sujeto auténtico y la humanización real de la sociocultura. Tomo III. México: Universidad Iberoamericana.

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Guadalupe Barradas Guevara

Doctora en Educación y  Maestra en Investigación Educativa por la Universidad Iberoamericana Puebla, y Especialista en la Enseñanza de Educación Moral y Ética por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente, docente de licenciatura y postgrado. Ha sido investigadora, en concordancia, de la UIA y la REDUVAL.  Autora y coautora de artículos indexados: “El maestro es un agente moral”; “Calidad educativa: Mito o Realidad”; “Valores Profesionales en la Formación Universitaria”, entre otros.