¡A votar!

Habrá que ver como les va a las diferentes coaliciones partidistas este próximo domingo después de la sufrida campaña electoral; y esto lo decimos por ser considerados con los ciudadanos, quienes ya estaban hartos de tanta propaganda sin contenido; y si algunos lo dudan que le pregunten a los jóvenes que trabajaban en los cruceros donde recibían diariamente el desdén de los automovilistas.

Fuera de analizar los probables resultados que se esperan, y que hasta hoy solo muestran un claro empate entre los contendientes, deseamos reflexionar lo que se menciona entre los votantes analíticos que son aquellos que no se dejan convencer por lo  dicho en los medios de comunicación o por los resultados de "encuestas contratadas" para posicionar a su "cliente", sino más bien por los proyectos presentados, los cuales resultaron sin contenido y sin método que garantice su ejecución.

A pesar de encontrarnos en la segunda década del siglo XXI, quién lo diría, llama la atención que en nuestro país, todavía las campañas electorales se distingan por la pobreza en los mensajes, la falta de proyectos, la ausencia del debate, y sobre todo por el férreo control, por parte del gobierno estatal o nacional, de los medios de comunicación  y de los organismos electorales que no garantizan un proceso limpio, apegado a derecho, cuando ya en otros países, similares al nuestro, se han rebasado estos arcaicos mecanismos como por ejemplo Brasil donde las movilizaciones de miles de personas tienen en jaque al gobierno y a su proyecto.

¿Cuándo terminaremos con este régimen de cosas?; ¿cuándo tendremos campañas con contenido?, ¿cuándo habremos de elegir entre candidatos emergentes de la sociedad y no de las cúpulas gobernantes?; ¿cuándo supliremos al sistema partidista por uno más eficiente, más representativo y mucho menos costoso?, ¿cuándo acabará el despilfarro de dinero público en campañas absurdas?

Son por razones como estas el que una importante cantidad de ciudadanos ha decidido anular su voto o peor aún abstenerse de asistir a las urnas; lo que deberá ser tomado muy en cuenta por los responsables de medir el pulso político de los habitantes de este país, ya que detrás de este fenómeno social se esconde una gran inconformidad social que en cualquier momento, y con el menor pretexto, podrá salir a relucir.

Es por esto que, independientemente de mi decisión electoral, me animo a defender la posición de quienes con convicción acudirán a las casillas a anular su voto, en un claro ejercicio democrático, máxime cuando nuestra deficiente democracia únicamente se limita al preciso momento de votar, lo que hace que este acto sea el único instrumento de valor para manifestar nuestros sentimientos de agrado o desagrado para la clase política que gobierna nuestro país.

Por el contrario, estoy convencido de que quienes se abstengan de salir a votar solo se convertirán, como siempre, en cómplices pasivos para que las cosas sigan igual; conclusión: ¡Salgamos a votar!

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