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Un asesino de la Costa Grande de Guerrero cuenta su historia
Un asesino fue designado por un grupo del narcotráfico para que contara su historia. El sujeto acudió al lugar pactado con el rostro cubierto por un pasamontañas. Es un hombre joven que afirma que ha matado a 30 personas. Su zona de operación en la Costa Grande de Guerrero.
El individuo es joven y está armado, dice que tiene 29 años de edad. A su lado uno de sus jefes vigila la entrevista.
El sicario cuenta que mató a una persona cuando tenía 20 años y que su récord ya va en 30 asesinatos.
Reconoce que en tres de los crímenes que ha cometido es posible que los sujetos hayan sido inocentes, pero en su trabajo no hay tiempo para arrepentimientos y se aprende a olvidar rápido.
El Chapo, el menos malo
La entrevista del asesino de la Costa Grande de Guerrero fue realizada por The Associated Press (AP).
Vestido con pantalón de mezclilla, una camiseta deportiva tipo militar, aparentaba menos de los 29 años que dijo tener, dice la nota de The Associated Press.
Llamaba sobre todo la atención el escudo de la gorra que llevaba puesta: al centro el rostro del mayor narcotraficante mexicano, fugado por segunda vez de un penal de máxima seguridad; arriba de la imagen las palabras “El Chapo” y abajo “Guzmán”, y a los lados “Reo” y el número “3578”.
Sobre Joaquín “El Chapo” Guzmán, el líder del cártel del Pacífico, diría al final:
“De todos los malos, pues a mí no se me hace tan malo”.
El asesino, quien no trabaja para Guzmán, asegura que él tiene límites:
No lastimar a niños o mujeres. Pertenece a uno de los grupos del narcotráfico que opera en el estado sureño de Guerrero y, aunque mata y “desaparece” gente, no se considera un sicario, tampoco un narcotraficante.
Admite que sus acciones están fuera de la ley y que si es detenido será castigado, pero él se ve como un protector de su pueblo ante las amenazas de grupos rivales.
Llevaba una bolsa cruzada sobre el pecho, de la cual sobresalían un par de radios tácticos y algunos celulares, uno de ellos conectado a su oído con un auricular. Por momentos sonaban los teléfonos y se le oía dar órdenes. “Muévanse”, “espérense ahí”, decía. Minutos antes de comenzar la entrevista, dejó todo a un lado. Se enfundó el pasamontañas azul y la gorra encima, dice la nota de The Associated Press.
El proceso para desaparecer a alguien inicia con la ubicación de la víctima. Prefiere que sea en una casa y en la madrugada, “porque es cuando la gente está durmiendo”, pero a veces también ocurre en algún lugar público. Si la víctima está desarmada, dos personas son suficientes para “levantarla”, como en el argot del narcotráfico se refieren a un secuestro. Si tiene un arma, necesitará ayuda de más personas.
Refiere tres métodos de tortura: Golpes en el cuerpo; poner una venda en la boca y la nariz de la víctima y luego echarle agua; choques eléctricos en los testículos, la lengua y las plantas de los pies.
Para torturar a alguien no tuvo ninguna preparación. Todo lo aprendió en la práctica. “Con el tiempo va adquiriendo uno conocimiento de cómo lastimar a una persona para sacar la información que a uno le pueda servir”, dice.
Regularmente la gente habla en una noche. “De las personas que tienen una información y uno se la quiere sacar, el 99% de las personas transmite información que uno desea”, asegura.
Una vez que ha obtenido la información, mata a la víctima. “Regularmente a tiros”, dice.
Considera que de todos los hombres que ha desaparecido, sólo tres serían inocentes.
Los muertos son enterrados en una fosa clandestina, arrojados al mar o quemados. Pero si el grupo quiere dejar un mensaje a otro cártel de las drogas, el cuerpo de la víctima es abandonado en algún lugar público.
De los 30 que él ha “desaparecido”, dice, todos están en fosas.
Armas en lugar de libros
Sólo terminó la primaria y, aunque le hubiera gustado seguir estudiando, cuando era chico no había ninguna secundaria en su pueblo. “Me gustaría haber aprendido idiomas... conocer lugares o países, eso me gustaba mucho”, dice.
Dice que nadie lo forzó a incorporarse al grupo. Sus padres y sus hermanos no saben lo que hace, pero cree que lo imaginan porque suele ir armado. Usa una pistola .38 súper y un “cuerno de chivo”, como se le conoce al fusil AK-47.
La vida en una zona afectada por las disputas de los cárteles de las drogas no parece ser de algún modo “bonita”.
El Cártel del Pacífico controló por años la producción, los accesos y las rutas de tráfico en Guerrero. Luego, los hermanos Beltrán Leyva tomaron el mando del estado y cuando su líder Arturo Beltrán murió en una operación de la Marina en diciembre de 2009, el negocio del tráfico de la pasta o goma de opio y la mariguana se dividió entre varios grupos del narcotráfico más pequeños, incluidos Guerreros Unidos, Los Rojos, Los Granados y La Familia, originario del estado vecino de Michoacán.
El temor de caer en manos de los rivales
Además del tráfico de drogas, algunos cárteles en México se dedican a las extorsiones e incluso al tráfico de personas a Estados Unidos. En algunos lugares compran a políticos y a policías para asegurar que nada se interponga en sus negocios. Si es necesario, asesinan a quienes no cooperan.
“No puedo decir que soy autodefensa, pero sí como un grupo de gente que protege, un grupo de gente autónoma que defiende su pueblo, a su misma gente”, reconoce el hombre.
El asesino acepta que será castigado si es detenido por las autoridades.
“Para ellos no son (cosas) justificables por el tipo de leyes que tenemos, no, pero para mi conciencia ‒no sé cómo decirlo‒ es algo que yo justifico, porque estoy defendiendo a mi familia”, añade.
Tiene miedo a morir, pero sobre todo le teme a ser detenido por un grupo enemigo. Sabe mejor que nadie lo que le pasaría:
“Es el mayor temor, hasta más que por ejemplo si yo llegara a morir en un enfrentamiento, porque pues el sufrimiento no sería tan duro”.
Con la misma seguridad con la que cuenta sobre las torturas o sus motivos para incorporarse al grupo, dice que siente “remordimiento” por lo que hace, aunque intenta no pensar demasiado en eso.
Crédito de la foto The Associated Press