Debates: el espectáculo de la política

  • Joel Paredes Olguín
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Es una cuestión evidente que los medios de comunicación juegan hoy día un papel insustituible y cada vez más preponderante en lo que hace a la política y en especial a las elecciones, pues es a través de ellos que la ciudadanía tiene acceso a la información y al análisis de los planteamientos de cada uno de los partidos políticos, los diversos actores, los candidatos, las autoridades y los analistas respecto a lo que se considera relevante en cuanto al cotidiano acontecer de una sociedad. En esa lógica se enmarcan los debates entre candidatos a determinado puesto de elección popular: los medios colaboran en cuanto a difundir y analizar los contenidos y las propuestas planteadas por quienes eventualmente encabezarán un gobierno o asumirán una representación.

No obstante, más allá de la difusión de las plataformas electorales por parte de reporteros, editorialistas y articulistas, además de funcionar como foro para señalar y discutir sobre las propuestas y los pormenores de las respectivas campañas electorales; un momento culminante para los medios de comunicación es cuando tiene lugar la confrontación directa y personal entre los distintos candidatos al momento de debatir entre ellos. Este ejercicio implica el traslado de la campaña institucional por partidos y/o coaliciones, hacia la confrontación de ideas y expresiones entre los respectivos abanderados, quienes en ese espacio muestran su respectivo talante, sus expresiones, su personalidad, lo que permite su mejor identificación por parte del electorado.

Los debates son el momento privilegiado, pues, para la difusión de la imagen del candidato, la que prevalecerá por encima de su discurso, de la pertinencia de su diagnóstico acerca de la problemática de la comunidad, de la viabilidad de sus propuestas, de la solidez de los contenidos ideológicos y programáticos de su partido, etcétera. El debate (independientemente del formato que se utilice) no es tanto un encuentro “entre personas” que plantean diferentes cuestiones, sino un certamen “entre personajes” que esgrimen argumentos que no buscan tanto informar o proponer, como impactar mediante la contundencia de la imagen que proyectan.

Los antecedentes pueden llevar a pensar que en un debate electoral ante los medios de comunicación no se pretende convencer de nada al electorado –mucho menos al que ya está convencido-- sino primordialmente generar entre el segmento de votantes indecisos una percepción positiva acerca de la solvencia política, el aplomo, la brillantez y el carisma de un determinado candidato para que la empatía generada hacia él sea el vehículo que le sume votos. De este modo, la tanto organización como la participación en un debate entre candidatos a cierto puesto de elección popular, debe siempre asegurar que éste sea la oportunidad de contrastar propuestas y de profundizar en los argumentos programáticos, tratando en todo momento de evitar el inminente riesgo de que se banalicen hasta el punto de parecerse más a concursos de popularidad, simpatía, apariencia física, ingenio o, en el peor de los casos, denostación, injuria o calumnias.

Esperemos que los debates entre candidatos que están por llevarse a cabo en estos días, se asemejen lo menos posible a un espectáculo para ver con los amigos, y más bien adopten la forma de auténticos foros de discusión y análisis. Debe recordarse que si bien el factor subjetivo es importante en la política, ningún funcionario público o representante, por sí sólo, podrá llevar adelante un programa de gobierno que atienda la problemática y las necesidades de una comunidad, se requiere para ello de un diagnóstico preciso, de un plan de trabajo idóneo y de un equipo profesional que cuente con experiencia y compromiso social.

En esa lógica, el debate debiera servir para que los respectivos candidatos establezcan compromisos acerca de qué y cómo harían para encarar y atender los retos que enfrentará el gobierno que pretenden encabezar. Es claro que si en los debates los candidatos se dedican más a hablar de sí mismos que de su proyecto, o a presentarse como menos malos o menos inconfiables que su adversario, se estaría ante un despilfarro de recursos que, además, desdeñaría las expectativas que este tipo de ejercicios suele generar entre la ciudadanía gracias, precisamente, al tratamiento que ya desde ahora la organización del debate recibe en los medios.

 

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