Puebla, encuentro de civilizaciones

  • Antonio Tenorio Adame
Este año conmemoramos “los quinientos años de la llegada de los franciscanos a la Nueva España”

En el camino a la celebración del Quincentenario de la Fundación de Puebla, nos impone la tarea de reflexionar para entender y comprender su pasado en el contexto del horizonte cultural y científico de nuestro continente amerindio y afromestizo.

Un conjunto de organismos trabaja en la elaboración y difusión de los contenidos de estudios al respecto de Puebla, ciudad quintocentenaria, entre otros, CIPAE, Cabiria, Colectivo Ciudadano, Doscientos Libres, Instituto Nacional de Antropología e Historia, y Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística quienes aportan colaboraciones.

Este año conmemoramos “los quinientos años de la llegada de los franciscanos a la Nueva España”.

Ciertamente el 18 de mayo de 1524 llegaron a nuestras tierras doce evangelistas con la misión de impartir la doctrina cristiana. Ya desde un año antes se inició la presencia de los frailes, tal como lo muestra la actividad personal de Fray Pedro de Gante quien se estableció en las inmediaciones del lago de Texcoco para emprender sus actividades religiosas.

La propagación de la fe fue el eje motor que movilizó a gran núumero de religiosos.  La insistencia de Hernán Cortés, —confiere el libro La enseñanza del Latín en los indígenas, del doctor Ignacio Osorio— , de solicitar que vinieran sacerdotes cristianos a evangelizar rindió sus frutos el 13 o 14 de mayo de 1524 al llegar a Veracruz doce frailes franciscano bajo las instrucciones de fray Martín de Valencia.

La presencia de este núcleo religioso consistía en desarrollar la evangelización, a más de oficiar la doctrina, propagar la enseñanza y como principal motivo, el de la formación de un clero indígena, con el fin de cubrir la religión católica en el amplio horizonte del nuevo continente.

Los religiosos europeos se enfrentaban a un desafío diferente al que modeló la confrontación de la expansión del cristianismo sobre el islam donde se planteaba la conversión católica a partir extinguir a los infieles, como lo concebía Santo Tomás de Aquino en su obra Summa contra los gentiles, mientras que la tarea religiosa ahora consistía de enseñar a los naturales de América el nuevo culto del Dios verdadero.

Esa misión se le denominó equívocamente, la “conquista espiritual”, aunque formaba parte del mismo proceso de violencia de la conquista hay que distinguirla en términos de Walter Benjamín al señalar que todo proceso de barbarie conlleva un elemento de cultura cuyo desencadenamiento procesal alcanza la promoción de un nuevo marco de relaciones de creación cultural.

De tal suerte que los franciscanos portadores del evangelio contribuyeron a acelerar un proceso de interculturalización debido a que no se integraron a pobladores dispersos en territorios indómitos sin socialización alguna, por el contrario, la guerra de conquista y despojo en el Anáhuac, significó la opresión civilizatoria europea sobre la civilización originaria de la Gran Tenochtitlán y agrupamientos originarios de Mesoamérica.

Tal como describe el antropólogo inglés, Arnold Toynbee: las culturas originarias son aquellas que se desarrollaron sin injerencia de cualquier otra cultura, como ocurrió igual en Mesopotamia, Egipto, Grecia, China y la India.

Así fue que una cultura originaria de Mesoamérica y Los Andes con la Inca, fueron sometidas por la cultura europea, no por superior o más adelantada, sino por poseer un avance tecnológico, principalmente militar, cuyo valor estratégico convirtió al “sueño de la utopía” mediterráneo en el infierno de la servidumbre, la encomienda y la esclavitud en el Nuevo Continente.

La labor de los franciscanos portadores del evangelio, además de la propagación de la fe, tuvieron la noble tarea de establecer un sistema de enseñanza por medio de conocimiento del español y lenguas vernáculas, así como el aprendizaje de la lectura y escritura.

Esta característica cultural es de un gran adelanto en el desarrollo de las nuevas latitudes de América, como fue con las principales diferencias del poblamiento anglo sajón de la Bahía del Río Hudson, en 1662, en Nueva Inglaterra donde la difusión de la diversidad religiosa era producto de la Reforma de Lutero, donde se establecía la comunicación entre el creyente y ser de su veneración, Dios, no requería de intermediarios por lo cual la Biblia era el medio, y saber leer era el recurso. Este modelo fue una trasplantación europea a América.

En tanto, los misioneros franciscanos tuvieron una labor más complicada: lejos de la reforma religiosa y la imprenta se enfrentaron a enseñar y aprender todo a la vez; junto a las lenguas indígenas, así como transmitir los conocimientos en latín.

Con el propósito de formar un clero indígena se crearon los colegios donde acudirían los hijos de las élites indígenas: San José de los Naturales y Santa Cruz de Tlatelolco, entre otros, donde se formaron cronistas y tratadistas de asuntos comunitarios, a quienes se les considera como parte de una aculturación colonizada; otros estiman que su labor ha sido de rescate en la resiliencia de mantener testimonios documentales de valor de consulta que dan acceso a interpretaciones válidas de cultura prehispánica. Una lucha de saberes por delante.

Los evangelizadores no fueron capaces de crear un clero indígena, distintos factores de la misma complejidad de castas de la sociedad tradicional contribuyeron al obstáculo, aunque Fray Bernardino de Sahagún manifiesta que la incompetencia de los indígenas determinó la incapaz para alcanzar el dominio religioso de conversión del clero.

Esa descalificación fue repetida en 1821 al nacer México, en la frase del inquisidor general de la monarquía, Matías de Monteagudo, quien expresó: “volveremos porque los mexicanos no saben gobernarse”. No volvieron y los mexicanos aprendieron a leer y a gobernarse.

 

Las opiniones vertidas en este espacio son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan necesariamente la línea editorial de e-consulta.

 

 

 

 

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Antonio Tenorio Adame

Licenciado en Economía por la UNAM, y docente en la BUAP. Fundador de la Academia de Historia y Crónica Parlamentaria y cofundador de la Asociación de Periodistas Democráticos junto con Renato Leduc. Ha sido diputado federal en diversas legislaturas, desde donde ha impulsado la apertura democrática.