Educar para vivir: sin recetas pero con pautas

  • Juan Martín López Calva
La educación para la vida tiene que formar en el compromiso ético para trabajar por la justicia

Ciertamente no hay recetas de vida; pero se puede enseñar a relacionar los saberes con la vida. Se puede enseñar a desarrollar lo mejor posible una cierta autonomía y, como diría Descartes, un método para conducir bien la mente, lo cual permite afrontar de una forma personal los problemas del vivir. Y se puede enseñar a cada individuo aquello que ayuda a evitar las trampas que permanentemente nos tiende la vida.
Edgar Morin. Enseñar a vivir. Manifiesto para cambiar la educación, p. 22.

Desde hace ya algunas décadas se ha enfatizado la relevancia de educar para la vida. El planteamiento no es nuevo, puesto que enseñar a vivir es la premisa que recorre todo el libro Emilio o de la Educación de Jean Jaques Rousseau que data del siglo XVIII y de alguna manera, cada sociedad, desde la antigua Grecia hasta nuestros días, ha diseñado los trayectos formativos de los niños y adolescentes de acuerdo a lo que en cada época y cultura se considera que es necesario para vivir en la sociedad.

Cabe aquí explicitar la distinción que hace Morin en su “manifiesto para cambiar la educación”, editado en 2016: vivir puede significar simplemente estar vivo o sobrevivir, o incluso sub-vivir, pero también y sobre todo debería implicar vivir bien, tener una buena vida, más allá de la mera supervivencia.

Porque los seres humanos somos la única especie según señala este autor junto con varios otros filósofos, que no viven para sobrevivir, sino que sobrevive para vivir. Una buena vida humana implica, según el pensador planetario, una dimensión poética que implica la realización plena, la comunión, el amor y el juego. Una vida humana plena tiene que permitir a las personas desplegar las propias cualidades y aptitudes.

Sin embargo, nadie en el mundo humano puede aspirar a vivir solamente en la dimensión poética, porque todos estamos impelidos a buscar las formas de satisfacer nuestras necesidades básicas de alimentación, salud, seguridad, etc. que conforman la dimensión prosaica de la vida. No hay ser humano que no tenga de alguna manera esta coerción, este límite que le impone la realidad en la que tiene que buscar la supervivencia y al mismo tiempo procurar las condiciones para el vivir auténticamente humano.

De manera que la educación que busque enseñar a vivir como proponía Rousseau y recupera hoy Morin, tiene que diseñarse e instrumentarse desde el equilibrio entre los saberes necesarios para la dimensión prosaica de la vida y los indispensables para la dimensión poética.

La filósofa Martha Nussbaum, caracteriza la educación centrada exclusivamente en lo prosaico y en la formación para el crecimiento económico como educación para la renta y la educación que se aproximaría más a la dimensión poética, como educación para la democracia, es decir, para el despliegue de las capacidades centrales de todo ser humano: vida, salud, seguridad, salud e integridad corporal; sentidos, imaginación y pensamiento; convivencia con las otras especies, etc.

Todas estas consideraciones y elementos son pautas generales, aproximaciones que ayudan a caracterizar una educación para la vida, para la que, sin embargo, como afirma Morin en el epígrafe de hoy, no existen recetas, puesto que el ser humano no viene al mundo con un instructivo que defina cómo debe vivir.

Aunque la afirmación anterior no es un gran descubrimiento, no está de más explicitarla puesto que en muchas instituciones educativas e incluso en modelos educativos nacionales la expresión Educar para la vida, se interpreta a veces como la formación de los futuros ciudadanos de acuerdo a un modelo de ser humano prestablecido, a algo que se define desde una esencia humana, desde una naturaleza homogénea a inmutable.

Hoy más que nunca, en este mundo diverso, altamente diferenciado y muy poco integrado resulta claro que no existe ese modelo único de ser humano conforme al cual hay que educar, ni tampoco existe ese modelo ideal de vida que todos deberían adoptar. No hay recetas, no hay instructivos para educar para la vida.

Entonces, ¿qué significa educar para la vida? Como afirma Morin, se trata de relacionar los aprendizajes y saberes que se imparten en la escuela con la vida concreta y diversa de cada educando, con la vida cambiante y dinámica de la sociedad humana que enfrenta hoy retos y problemas especialmente complicados de afrontar.

Educar para la vida es entonces, en primer lugar, educar para relacionar los aprendizajes de las diversas ciencias y disciplinas con la vida, con la propia vida y con la vida en común tanto a nivel local, como nacional y planetario.

En segundo lugar, como señala también el epígrafe, educar para la vida implica también enseñar a desarrollar lo mejor posible la autonomía de cada uno de los educandos y la autonomía de las comunidades, sociedades, países y de la especie humana toda, frente a cualquier intento de manipulación desde los poderes fácticos establecidos.

Una tercera faceta de educar para la vida, tiene que ver con el aprendizaje de un método para “conducir bien la mente”, es decir, un método para pensar de forma creativa y crítica para pensar por uno mismo independientemente de lo que opinen los demás. El pensamiento crítico y creativo es hoy más que nunca una herramienta indispensable para la educación para la vida, en un mundo lleno de falacias, fake news, sesgos de confirmación, postverdad, etc. en el que es cada vez más difícil, como afirmaba Bauman, “distinguir el trigo de la paja”.

Esta educación para conducir la mente, pero también, añadiría yo, para encauzar las emociones y generar inteligencia afectiva es indispensable para afrontar de una forma decidida personalmente los problemas del vivir cotidiano tanto en lo individual como en lo comunitario, social y terrenal.

Por otra parte, la vida también es truculenta a veces y nos plantea trampas en las que podemos caer fácilmente si no estamos adecuadamente educados. La educación para la vida debe enseñar a identificar estas trampas para evitarlas o para enfrentarlas frontalmente y poder resolver los acertijos que nos plantean.

Educar para la vida tiene también la dimensión de enseñar a diferenciar la noción de bienestar como tener muchos bienes materiales, mucho prestigio o mucho poder, con una auténtica vida humana en la que se pueda tener lo indispensables para satisfacer las necesidades, pero se desarrolle a partir de esta plataforma básica un proyecto existencial que contemple la construcción de comunidad, el amor fraterno, el disfrute de la belleza, la solidaridad global y un sentido de apertura a la trascendencia.

En el mundo de hoy y en el México de este tiempo existen muchos millones de personas que no pueden más que sobrevivir. La educación para la vida tiene también que formar en la sensibilidad y el compromiso inteligente, crítico y ético para trabajar por la justicia.

 


 

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).