El CIDE, la educación y la democracia

  • Juan Martín López Calva
Los centros de educación superior requieren ser espacios para el libre pensamiento y de ideas

#YoDefiendoAlCIDE

Con mi solidaridad para el Mtro. Rodolfo Ruiz y el equipo de e-consulta

 

 

“…la educación es el gran medio para transformar la situación humana. Cambia las mentalidades y voluntades de la gente, y lo hace en una edad en que tal cambio puede producirse más fácilmente. Apodérense de ellos cuando son jóvenes”

Bernard Lonergan. Filosofía de la educación ,  p. 8.

 

“…lo justo de la democracia es nutrirse de opiniones diversas y antagónicas; así, el principio democrático ordena a cada uno respetar la expresión de las ideas antagónicas a las suyas…”

Edgar Morin. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro

, p. 52.

 

Resulta evidente que, así como la educación no puede estar al margen de la moral, puesto que los seres humanos somos estructuralmente morales, tampoco puede ser apolítica, dado que somos también animales políticos por naturaleza, como lo dijo Aristóteles desde el siglo IV antes de la era cristiana.

Toda educación es política en el sentido amplio del término, es decir, que las prácticas, los sistemas y las culturas educativas tienen como una de sus finalidades centrales la socialización de los niños, adolescentes y jóvenes para desarrollar en ellos las habilidades básicas para ejercer la ciudadanía.

Como lo digo de manera sintética en la quinta parte de mi libro Educación humanista: toda educación produce la sociedad que la produce, es decir, que la sociedad expresa sus prioridades, orientaciones, ideas, valores, creencias y modelos en la estructuración del sistema educativo y en la construcción del modelo y el currículo prescrito que guiará la formación de las futuras generaciones, pero simultáneamente las prácticas educativas, el currículo operante y el funcionamiento real de las escuelas y universidades pueden ir regenerando y transformando y no sólo reproduciendo el sistema social que les da origen.

Pero toda educación es también política en el sentido restringido, es decir, en el hecho de que los políticos profesionales y los partidos que se disputan el poder, cuando lo alcanzan tienden naturalmente a tratar de imprimir a la educación de los futuros ciudadanos las ideas, valores y principios que sustentan ideológicamente su proyecto de país, sea porque creen genuinamente que dichas ideas, valores y principios son los mejores para construir una nación más justa, pacífica y armónica o bien porque pragmáticamente saben que formando a los niños y jóvenes en sintonía con su opción partidaria, garantizarán su permanencia en el poder.

Como bien dice Lonergan en el epígrafe de hoy, la educación cambia las mentalidades y las voluntades de la gente y por ello los políticos y sus partidos luchan por la hegemonía en la educación para “apoderarse” de los ciudadanos cuando son jóvenes” y ampliar con ello sus bases de apoyo electoral. Obviamente además de esta tendencia de quienes gobiernan por imponer su visión de sociedad al sistema educativo confluye y entra en contradicción con otras visiones, tanto de los partidos políticos de oposición al poder en turno como de los diversos sectores sociales.

La escuela y la universidad son por ello, como afirmaba Latapí, “zona de conflicto” en la que se confrontan distintas visiones de país y diversos intereses de los políticos, los empresarios, los medios de comunicación, los padres de familia, los docentes y los mismos estudiantes.

Esta batalla política por la educación es normal en cualquier sistema democrático que es por naturaleza, la articulación de lo común y lo distinto, de las mayorías y las minorías diversas que conforman toda sociedad. De manera que, en una democracia, se vive siempre en el frágil equilibrio entre el consenso y el disenso sobre las finalidades, contenidos, métodos y orientaciones de la educación para la transformación de la sociedad.

Pero este equilibrio frágil corre el riesgo de fracturarse y puede volverse una imposición simplificadora de la ideología del partido o el gobernante en turno cuando no se respeta la diversidad y se quiere transformar a la educación en un medio de indoctrinación para producir generaciones de ciudadanos que profesen una fidelidad ciega y una obediencia acrítica al proyecto específico de gobierno sea del signo que sea.

Es entonces cuando se pervierte la naturaleza política de la educación, porque es la reducción e imposición una sola visión, absolutizando de manera sesgada la visión restringida de lo político de todo sistema de formación, se olvida o se pretende anular intencionalmente su sentido amplio que tiene que ver con la construcción unidiversa del bien común, que pasa por el reconocimiento de la pluralidad y el respeto a todas las visiones, el desarrollo del pensamiento crítico y la indispensable libertad que se necesita para poder educar en ciudadanía.

Lo que el gobierno federal está haciendo con las descalificaciones constantes del Presidente a las instituciones de educación superior, empezando por su campaña de hace algunas semanas en contra del prestigio de la Universidad Nacional Autónoma de México y la posterior imposición a través de la dirección del CONACYT de un director del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) que llegó con la consigna de acabar con cualquier muestra de pensamiento que discrepe del proyecto de gobierno actual; lo cual es sumamente grave y debería unir a todos los que trabajamos en las instituciones de educación superior.

Se trata de la defensa de la libertad y la pluralidad de la educación pública y privada, que están gravemente amenazadas en este contexto que busca la homogeneidad y la lealtad ciega y considera como enemigo a cualquiera que piense distinto o se atreva a generar una crítica a los programas, las obras o las políticas instrumentadas por el actual Presidente.

Se trata de la defensa de la tolerancia, que es indispensable para vivir en democracia. La tolerancia en sus cuatro grados, tal como los describe Morin. El primero, que va en la línea de la famosa frase de Voltaire, “nos obliga a respetar el derecho de proferir un propósito que nos parece innoble…” dice el pensador planetario, no porque respetemos lo innoble sino por evitar imponer “nuestra propia visión de lo innoble para prohibir una palabra”.

El segundo grado, que es inseparable de la opción democrática, porque como dice la segunda frase de epígrafe de hoy, la democracia “ordena a cada uno a respetar las ideas antagónicas a las suyas…” El tercero, que deriva de la frase de Niels Bohr, también citada por Morin que dice que “hay una verdad en la idea antagónica a la nuestra, y es esta verdad la que hay que respetar…” Finalmente, el cuarto grado de tolerancia que nace de la conciencia de las posibles enajenaciones humanas debidas a los mitos, la ideologías o los fanatismos y de la conciencia “…de los desvíos que llevan a los individuos mucho más lejos y a un lugar diferente a donde quieren ir…”

Además, como afirma el mismo Morin: “…la tolerancia vale… para las ideas no para los insultos, agresiones o actos homicidas…” en los que muchas veces -me refiero a las agresiones e insultos- caen tanto el Presidente como sus colaboradores y seguidores para denostar de forma claramente intolerante a todos los que no coincidan con sus ideas o proyectos.

La educación tiene entonces una dimensión política amplia que tiene que ver con la búsqueda del bien común que debe ser el horizonte prioritario que regule la disputa de la educación en su sentido político restringido en el que confluyen la diversidad de intereses, orientaciones y proyectos de país que deben ponerse en diálogo y respetarse garantizando la plena libertad para educar.

Por todo esto y porque hoy es el CIDE -y se vislumbra la disputa por la UNAM- pero mañana pueden ser todas las demás instituciones de educación superior y de investigación del país las que vivan este acoso e imposición desde el poder en turno, #YoDefiendoAlCIDE.

 

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).