Los peligros nuestros de cada día

  • Xavier Gutiérrez
La patología de muchas personas empieza a hacerse visible por su lenguaje

Algún día esto tiene que cambiar.

El caso del diputado Saúl Huerta es sólo uno más de los miles de infestan eso que se da en llamar el mundo político del país.

Hay enfermos de poder (con toda la gama de padecimientos de esta enfermedad) que pululan por las calles, oficinas gubernamentales, partidos, organismos privados, sindicatos, universidades, medios de comunicación,  en todas partes.

No pasa día sin que nos enteremos de casos delictuosos presentes o pasados, que saltan a los medios,  donde el protagonista es un hombre de la escena del poder. Presidentes municipales, diputados, senadores, gobernadores,  expresidentes del país, regidores, toda la escala del poder está invadida.

Hoy, como bajo una lupa, son más visibles porque salen a airearse, se colocan frente a los medios, o sus adversarios los exhiben, estamos en temporada de elecciones.

 Pero su presencia con la marca delincuencial, sus asquerosas huellas, están  en todas partes. Todo el tiempo.

Han utilizado todos los disfraces, métodos, discursos y formas para delinquir. Desde el robo descarado -peculado- hasta el homicidio, pasando por el tráfico de intereses, de droga, incluso los medios más burdos y cínicos: el nepotismo, las compras, la asignación de obras, los moches, las falsas nóminas.

México todo es un catálogo infinito de las formas delictivas en torno al poder.

Lo último que hemos visto estos años, como nunca antes, es su descarado reciclaje de un partido a otro.

Hay especímenes que han recorrido tres, cuatro, cinco o más partido por su irrefrenable voracidad de los gozos del poder.

Han hecho del cinismo una concha de quelonio gigante con la que van tranquilos por la vida.

Hablan, pontifican, critican, se exhiben obscenamente en los medios.

No, no hace falta identificarlos. Son la mayoría. Resulta un ejercicio más fácil excluir y separar a los que han llegado sin mácula y aún creen en la vía electoral o administrativa para cambiar al país. Los hay, bien por ellos.

Hay signos o síntomas visibles que los identifican sin mucho esfuerzo: uno muy común es el lenguaje procaz.

Habla para que te conozca, decían los griegos.

Es común escuchar sus expresiones cargadas de leperadas, vulgaridades, un lenguaje bajuno y miserable, retratos fieles de quienes ahí están, con cargos o con aspiraciones.

A mi siempre me ha parecido, a partir del juicio elemental del uso del idioma, que quienes así se expresan, dejan escapar por las comisuras de los labios hilillos de heces.

 Cada quienes muestra sus credenciales.

Y en esto nada tiene que ver  el que gocen de riqueza, grados académicos o funciones eclesiales.

 Hablan igual millonarios o doctores de universidades gringas, ministros religiosos, ex rectores o catedráticos, boxeadores o cantineros, gobernadores o intelectuales,  conductores de programas de televisión y radio o articulistas, dirigentes de partidos o candidatos.

Ese signo de identidad los visibiliza, como se dice hoy pomposamente. Individuos con una autoestima paupérrima, medible, para ellos, por la ropa de marca, las camionetas de lujo, los antros de moda, la cauda de guaruras y el exhibicionismo ramplón.

Es común que este espíritu gregario, carne de psiquiatra, los lleve a buscar cercanía o sociedad con sus semejantes. Es por ello que están en todos los partidos, en todos los niveles del poder, en todas partes.

Sus excesos, sus fantocherías, sus afanes sin límite, los llevan a la escena pública y al terreno de la delincuencia visible y escandalosa. Así es como llegan a la televisión, a los noticiarios, a los periódicos y las redes.

Pero lo más grave es que  esta descomposición no es exclusiva ni privativa del mundo político. Carcome a todos los estratos de la sociedad. Es un riesgo mayúsculo, común, toparse con esta clase de personas con patologías peligrosas en un crucero, en un centro comercial, estacionamiento, banco, crucero vial o en la calle misma.

Hace buen rato que el país sufre este grave mal. Pero ha crecido exponencialmente en los últimos años.  Se da  incluso en  quienes usan los medios, y llegan  a asumir como parte de su arrojo, audacia o personalidad, el utilizar términos soeces de manera común creyendo que esto los proyecta a un nivel superior.

No hacen más que exhibir una pobreza monacal y cultural,  dan la talla precisa de su estatura ciudadana. La calidad del lenguaje, la gesticulación, los hábitos, son un retrato fiel de quiénes somos y qué nos mueve.

Todo esto no es un asunto menor. Pareciera ser la cáscara, lo visible del panorama social que nos traen los medios, pero no, lo triste es que vemos por fuera lo que hay por dentro.

Bajo esas capas superficiales, frívolas, hay casos patológicos realmente peligrosos.

Cuidado, mucho cuidado.

xgt49@yahoo.com.mx

 

 

 

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.