La complejidad de La violencia del “vandalismo” del 8M

  • Julio Broca
El daño hecho a la ciudad es apenas un pálido reflejo de lo que el machismo les hizo

Las tres fuentes de la violencia en la protesta

Sé que mucha gente está molesta por la violencia y al vandalismo de la protesta feminista. Sólo quiero decir que lo que le han hecho a la ciudad es apenas un pálido reflejo de lo que el machismo le ha hecho a sus cuerpos y su alma. Cuando nos indigne tanto la mujer ultrajada como los edificios intervenidos por la protesta, habremos dado un paso. Cuando nos importe tanto eso como la pared de la iglesia rayoneada con "aborto", "pederastas impunes", habremos dado un paso. Sería realmente ingenuo pensar que las expresiones de violencia en una protesta social provienen tan solo, de la misma protesta.

Hay fuentes alternas a la protesta que buscan el ejercicio de actos violentos para su desprestigio, y están por supuesto, las fuentes que la insuflan desde el interior para utilizarlo como amenaza. Si a alguien le parece extraño este planteamiento significa que nunca ha participado en una manifestación. Es absolutamente lógico esperar que el PRI o el PAN, infiltren en las manifestaciones que se realicen en este sexenio a sus esbirros, entes sin conciencia alguna que durante muchos años se han encargado de llevar las protestas a límites que comprometan su legitimidad o las conviertan en agua para su molino. Por lo tanto, suponer que el movimiento feminista busca la violencia por la violencia, es una suposición verdaderamente ingenua, cuando no, malintencionada sobre un problema complejo. Está más que claro que las manifestaciones más poderosas de la historia han sido pacíficas. Todo movimiento que alcanza madurez, elige la paz, y el problema precisamente es que la paz como camino de protesta es muchas veces ignorada, sobre todo en los Ministerios Públicos. 

 

Nada viene de la nada

La épica Marcha del Silencio del 68 detonó la locura de un estado represor, y lo hizo con el silencio, el diálogo en la plaza, el encuentro masivo y espontáneo de miles de estudiantes. “Espontáneo” en el sentido en que la historia se actualiza. Porque el 68 fue precedido por los ferrocarrileros diez años antes y por el magisterio veinte años antes. El movimiento estudiantil del 2000 de la UNAM y la BUAP, fueron el primer llamado de alerta contra la avalancha neoliberal. La UNAM logró detenerla, en la BUAP no logramos tanto. Solo el zapatismo que seis años antes había precedido a los estudiantes, reconoció la soledad de estas manifestaciones, y las acompañó. La Ley Revolucionaria de las Mujeres Zapatistas ha sido punta de lanza de la lucha por la igualdad sustantiva de género. Las zapatistas descubrieron que al emanciparse del terrateniente o el caporal, todavía quedaba uno bajo el mismo techo. En el 2006 México estuvo en ebullición. La guerra frontal al pueblo orillado a trabajar para el narcotráfico, la actualización de la guerra sucia, y el festín de corrupción y muerte desatados casi con deleite por Felipe Calderón después del 2006 y muy bien continuados por Peña Nieto, fueron el intento de aplastar el espíritu de los tiempos que brotó iracundo e intenso por todo México en incontables resistencias locales. Ese espíritu que maduró, defendió las urnas que volvieron a darle el triunfo, esta vez imposible de ocultar, a Andrés Manuel López Obrador. Este es, grosso modo, el marco histórico en que el tren desbocado de la violencia contra la mujer va encontrando poco a poco, desde los límites del dolor y el miedo, una cohesión de fragmentos heridos de subjetividades femeninas ultrajadas y burladas por un mundo indiferente. Causa asombro que nadie se indigna contra el feminicida como se indigna de la violencia de la mujer contra objetos, símbolos y vallas metálicas. La mujer pateando, rallando, quemando, cantando a coro en una canción que es una obra de arte absoluta, es inmediatamente estigmatizada por los medios, utilizada por el PRI, el PAN en su permanente intento de golpe de estado. Causa asombro que la gente se moleste cuando la mujer patea una puerta o quema algo, pero no cuando la mujer ha sido pateada o quemada. Si la Marcha del Silencio detonó la locura de Díaz Ordaz, por el contrario, las protestas en general en este sexenio han detonado una cordura de amplitud democrática sin precedentes. Por mucho que se intente acusar a este sexenio de ser igual o peor que los anteriores, ahí, me parece, hay mucho que debatir desde diferentes puntos de vista.

 

Las tres violencias

Por lo tanto, la violencia en la protesta feminista tiene tres rostros muy distintos: el de la legítima protesta, el de la instrumentalización y el de la deuda histórica de género. Por un lado, la legítima violencia, por otro, la violencia inoculada y finalmente la violencia histórica que no termina. La primera se dirige contra un mundo que quema, tortura, viola, secuestra, que se ríe, se burla de la denuncia, y convierte la vida de mujeres en una existencia kafkiana en los laberintos de la injusticia eterna: en esta situación, en el colmo de la impotencia y la desilusión, solo queda la acción directa. La segunda, la violencia inoculada, es la violencia provocada o la provocación violenta para producir mártires lucrativos, prisioneros que hagan cambiar de rumbo al movimiento, cabezas manejables para formar conflictos a modo. Es la eterna batalla de los movimientos entre la juventud honesta y la izquierda rancia y conservadora que ve a la juventud como carne de cañón para libar sus frustraciones de poder. La tercera, la histórica, es una violencia que atraviesa las dos anteriores. A la luz de esta complejidad, quienes juzgan de una vez de “feminazis” y “violentas” las protestas del 8M, simplifican el triple carácter de la violencia de la que hemos sido testigos. La violencia legítima, la inoculada, y la histórica hacen que cualquier punto de vista sea parcial sin atender las tensiones entre estos modos. Las escenas que hemos visto pueden desatar posturas simples y que son, en gran mayoría, las que inundan las redes cancelando el diálogo entre las posiciones. Eso a quien menos beneficia es a la protesta. 

 

Violencia actual, hipótesis: la culpa no es de Obrador, ¿será de Netflix?

Considero que, con la entrada de NETFLIX en la escena cultural nacional, la híper-violencia se convirtió en un divertimento que llevó a masivos sectores sociales a deleitarse con la crueldad. Considero de una pereza mental absoluta, culpar de todo a Obrador y girar en torno de lo que dice o no dice. Eso demerita la profundidad de la reflexión, tabula rasa. Quiero llamar la atención sobre fuentes aún más globales y poderosas que el impacto mediático de cualquier presidente en su propia nación. Netflix nos ha llevado a la admiración de lo más deleznable de la especie humana ahora presentados como héroes y heroínas —como el entrañable Walter White héroe de corruptos de baja monta y grandes ligas por igual—. Es cierto que Netflix no puede competir con una buena biblioteca, que hoy las grandes obras literarias se venden por kilo y que salen más baratas que la renta mensual de entretenimiento digital. Que además hay públicas, y digitales ni se diga, miles de obras maestras con un solo click, pero la pereza de leer y aún más la de pensar, de imaginar, ha sido la gran puerta de oportunidad para Netflix como lo ha sido anteriormente para los churros de Hollywood. Seguimos colonizados culturalmente, la pandemia de obesidad tiene su correlato en una pereza mental mórbida que consume efectos especiales y explosiones como azúcar. Pero es más fácil culpar a Obrador, es más factible imaginar cambiar de presidente que cambiar de hábitos personales. Nadie ha querido hacer un análisis serio sobre la correlación del crecimiento de la violencia en general, contra la mujer en particular y la industria cultural en la que el horror ya no horroriza, sino que deleita, la humillación divierte y la invisibilidad se normaliza: desde la sumisa Marge Simpson hasta la extraviada Arenita de Bob Esponja.

La respuesta automática cada que nos tocan nuestro Netflix es decir que cada quién ve lo que quiere y que en la plataforma hay también documentales sobre los delfines, las flores y los alienígenas ancestrales. Es una respuesta, por lo menos, ingenua, porque no se trata del selecto grupo que elige los delfines y las flores sino de los millones que prefieren los desmembramientos y el asesinato sin marcos críticos para seleccionar más allá de la pulsión de muerte y placer. Ausencia de marcos críticos que involucra el sistema educativo neoliberal-gordillista. Pero es más fácil culpar a una persona, más cómodo, tan cómodo como cruzar la calle al Oxxo.

En estas series de celebración al crimen, la víctima es un personaje secundario, y antes nos duele del asesino. El pobre sufre por haber tenido que matar. El fatídico destino lo puso en las circunstancias de corrupción, asesinato, violación o el feminicidio: los corruptos también lloran, ¡faltaba más!, pobrecitos. Ya desde El Padrino de Mario Puzo, en la magistral caracterización de Marlon Brando y Al Pacino, Superman dejó de ser el héroe de la modernidad para ser relegado a un mundo infantil. Del superman al superpatán: los hombres serios que buscan poder se identifican con Don Vito Corleone cuando maduran y dejan de sentirse los salvadores del mundo. Propongo más que estropear edificios, monolíticas rocas inmunes al tiempo y a la acción humana desde hace siglos, estropear Netflix y nuestros hábitos culturales acríticos. Sin cuestionar su importancia, afectaría más al sistema mundo dejar de consumir la plataforma que una marcha, así están hoy las cosas en la era virtual.

El desenfrenado crecimiento de Netflix, por hablar tan solo de una plataforma, simplemente no puede desvincularse del crecimiento de la violencia en la sociedad atendiendo a los más básicos principios estadísticos y socio políticos. La simplificación creciente de la masculinidad por medio de películas como Avengers, en que el complejo de súper macho unifica a padres e hijos en la realización por medio de los bíceps, relegan en todo momento a la mujer a objeto sexual, y dañan más que cualquier presidente del mundo. Elemento secundario de la trama es por supuesto la mujer 90-60-90 para divertimento de los caballeros y envidia de las damas.

 

La industria del ocio

Y qué decir de la industria del ocio —el apelativo es de por sí kafkiano— en la que la híper-violencia hace normal en los videojuegos entrar a un bar, contratar a una prostituta con el dinero virtual hecho en mismo videojuego robando bancos, violarla en un callejón para después quitarle el dinero y matarla… ¡y ganar puntos en el juego! No es el presidente, sino el hermanito que está jugando en casa la cuestión más urgente. Pero no sabemos qué piensa el hermanito, ni nos importa, sabemos de qué es responsable el presidente, aunque no sepamos si sí o no lo es. Esta industria del ocio de ethos neoliberal, liberalizó la ética al punto de volverla poco rentable y absolutamente pasada de moda. Los analistas, los sociólogos y politólogos se siguen citando unos a otros mientras sus hijos y nietos juegan a desmembrar y quemar mujeres tal como los viejos de hoy escondían revistas pornográficas en algún lugar secreto de la casa. No se accede a estos niveles de juego tan rápido, antes pasa mucho y los padres den por sentado que no hay nada de qué preocuparse. 

 

Desde el movimiento de los Panteras Negras en Estados Unidos, el Estado-Nación aprendió que la mejor forma de socavar la legitimidad y el alcance de la protesta social es integrando a la maquinaria sus producciones culturales para devolvérselas vacías de contenido, brillantes y frívolas, misóginas. El rap que nació como música de protesta con los Panteras Negras, fue retomado por la industria cultural y convertido en un espectáculo lastimero de payasos con bisutería simulando oro, automóviles de lujo y… mujeres con correas de perro en el cuello que son paseadas por la mansión del rapero de moda en sus videos —video que al momento tiene 426,882,919 visitas… un número duro para quien se sienta influencer, un número que deja por los suelos a cualquier presidente del mundo por popular que sea.

 

Sexenio sui generis para la protesta

Algunos consideran que este sexenio es dorado para la protesta, otros que es el más siniestro. Por ejemplo, los supuestos francotiradores apostados en Palacio Nacional son para algunos una exageración poco convincente, para otra muestra inequívoca de maldad. Lo cierto es que las imágenes por confusas que sean han sido amplificadas con dolo por los medios que difunden suposiciones siempre y cuando sean útiles al golpe de Estado que sueñan. Golpe de Estado que ignora a los millones de simpatizantes del actual régimen y que incluso, le han dado un poder total en las estructuras legislativas y ejecutivas.

Cualquier participante de una manifestación tiene derecho a suponer lo peor simplemente por memoria histórica y estrategia básica, porque está ahí poniendo el cuerpo. Pero la difusión selectiva por los medios que constantemente golpetean a un régimen que dejó de pasarles chayote, es un tema que no debe confundirse ni dejar de nombrarse con todas sus letras. La complejidad es que con el estallido vienen las intentonas de la derecha —y la izquierda conservadora— de generar algo catastrófico que les sea útil, que les de followers. Pero no sé hasta qué punto es la batalla que hay que dar cuando tenemos a los verdaderos dirigentes de la cultura con sus colosales 426,882,919 visitas mencionadas arriba.

Las juventudes que estén en sus primeras protestas, están siempre en riesgo de ser encausadas a un odio tradicional contra el gobierno sin mediar diferencia entre este y los que no conocieron. Muchos integrantes de morena en verdad están a la altura de un retroceso político que les da la razón de la desconfianza. ¿Cómo no desconfiar en Puebla de los que prometieron despenalizar el aborto y desprivatizar el agua, pero al verse en el poder olvidaron sus promesas y le pusieron otro piso a su casa y se compraron el carro de sus sueños? Nada más saludable en la juventud que desconfiar del gobierno. Pero sabrán tarde o temprano que este sexenio, en números, con todas las críticas que se le puedan hacer, y se le deban hacer, por pura comparación histórica, podrá ser legítimamente historiado como un sexenio sui generis para la protesta, que ojalá alcancé cada vez mayores garantías y en esa medida, transforme también sus modos de expresión. El papel de la protesta es empujar la sociedad a generar formas de legalidad efectivas que estén a la altura de una sociedad hambrienta de justicia.

 

Más allá, la paz y el arte

El ataque a la valla de policías frente a palacio nacional no lo celebro. Y abre un debate en sí mismo en cuanto hecho social. Pero quiero hablar localmente de Puebla. Hace mucho tiempo que el Centro Histórico no tenía cara de obra de arte por intervención de la historia, hoy sí y gracias a las artistas anónimas. Ninguna intervención de los muros sagrados, del monumento, que provenga de la protesta social puede ser considerada vandalismo. O tendríamos que decir, hay un vandalismo legítimo, el de protesta ¿y qué mensaje en la pared no lo es? He de decir que como diseñador gráfico tengo una simpatía natural por todo grafiti, tag o esténcil y jamás puedo dejar de ver a la persona detrás de esa marca que me interpela desde una mano que intenta algo bello, algo importante, algo que no grite y nos convenza. Eso es en gran medida el diseño. Haría un muy mal papel como defensor de monumentos contra los grafiteros, me parece que los mejoran mucho. Entre la violencia legítima, simbólica sobre los objetos, y la violencia efectiva contra la mujer tratada como objeto, debemos hacer una diferencia tajante e importante porque me parece que hay una gran confusión en el caos de opiniones en las redes virtuales.

También hay en el movimiento quienes proponen abordar el desafío colosal de enderezar la historia lejos del machismo desde la reconciliación y la paz, son ellas quizá las que mejor entiendan la violencia en la protesta como derecho inalienable de la mujer herida por la injusticia y la indiferencia de la historia. Vale la pena plantear este 8M como el día del re-inicio de la era de la mujer, empezando por nuestras abuelas.

 

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Julio Broca

Artista gráfico y sociólogo, investiga fenómenos culturales de disrupción y rebelión. Diseñador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”-BUAP.