Educar con fe

  • Juan Martín López Calva
La clave es como enfrentar esta situación y manejar la incertidumbre y el miedo

“La fe es la capacidad de mantener la esperanza en medio de la incertidumbre”.

Pablo D´Ors. La espiritualidad en tiempo de pandemia.

https://www.youtube.com/watch?v=wO39t6qFX24

 

            Empiezo con una aclaración: este artículo no trata acerca de religión ni de educación religiosa. A pesar de que el título pueda remitir al lector a pensar en ello y que el epígrafe que cito aquí arriba provenga de una conferencia de un sacerdote católico -de la congregación popularmente conocida como Claretiana- las líneas que constituyen esta entrega semanal no aplican ni están escritas centralmente en clave religiosa.

            Aunque soy católico practicante y he trabajado toda mi carrera en instituciones universitarias de inspiración cristiana, como investigador educativo creo que en las sociedades democráticas la educación debe ser laica, entendiendo la laicidad en su sentido complejo y auténtico y no desde el laicismo sesgado que históricamente ha predominado en la educación de nuestro país y sigue muy arraigada en la cultura educativa.

            Decía Don Pablo Latapí Sarre que en las “últimas reformas” -tomo estas palabras de un capítulo de libro colectivo compilado por Roberto Blancarte y publicado en el año 2000, por lo que entiendo que se refiere a las reformas hechas durante el sexenio del presidente Zedillo- “…la laicidad escolar ha quedado definida jurídicamente por tres criterios… a) la prescindencia de cualquier doctrina religiosa en la enseñanza (lo que queda consignado en el criterio laico); b) el recurso a la razón (explicado por el criterio científico); y e) una actitud positiva de respeto a todos los credos y maneras de pensar, en un ambiente de tolerancia (en virtud de los criterio democrático y de fomento de la convivencia del texto constitucional)…”

            Aún cuando estos tres aspectos le parecen insuficientes y desarrolla cinco elementos para explorar una visión auténtica de educación laica para el país en su capítulo -que no son tema de este artículo pero valdría la pena retomar después- el Dr. Latapí señala que históricamente en México se han dado interpretaciones políticas diversas por lo que “el concepto ha significado, en diversos momentos: prescindencia de doctrinas religiosas en la enseñanza, indoctrinación ( constituyéndola en ideología sustantiva), hostilización hacia las religiones (al identificarlas con "los fanatismos o prejuicios"), predominio de la razón en la enseñanza (vinculando a la laicidad con el "criterio científico" del artículo 3°) o respeto a todos los credos…”[1]

            Para decirlo en síntesis, considero que en un país democrático como el que aspiramos a construir a pesar de una larga transición que nunca llegó a concluir y hoy padece serios riesgos de retroceso, la educación debe ser laica en el sentido de no estar basada en ninguna religión, en cultivar la enseñanza de las ciencias -con sus alcances y limitaciones- y en estar abierta plenamente a la libertad de creer y profesar cualquier religión o ninguna, cultivando en el diálogo, el respeto, la tolerancia y la inclusión entre creyentes de distintos credos y no creyentes.

            No creo por tanto en una educación laicista donde se considere a las religiones como fanatismos o prejuicios y se les hostilice, o se indoctrine a los estudiantes en la visión positivista y cientificista cerrada a la pregunta por lo trascendente -que según Lonergan sería también oscurantista porque el oscurantismo implica excluir determinadas preguntas humanas- según dos de los elementos que señala Latapí y que siguen presentes en la consciencia de muchos educadores, autoridades y grupos del sistema educativo nacional.

            Pero repito que ese no es el tema del artículo de esta semana que se llama Educar con fe, desde la definición amplia e incluyente de fe que aporta Pablo D´Ors en el epígrafe con que inicia este texto: la fe es la capacidad de mantener la esperanza en medio de la incertidumbre.

            Estamos sin duda en un momento de la humanidad marcado como nunca antes por la incertidumbre. Si en su obra Edgar Morin decía que “El futuro se llama incertidumbre”, parece ser que hoy tendríamos más bien que decir que el presente se llama incertidumbre, en este escenario de pandemia que no tiene aún visos de resolverse ni un tiempo más o menos razonable en el que se visualice la vuelta a la llamada “nueva normalidad”.

            Hay una incertidumbre respecto a la supervivencia misma dada la letalidad del virus que está invadiendo el mundo, una incertidumbre respecto a la salud porque nadie está exento de contagiarse y vivir diversos grados de sintomatología y daños por esta nueva enfermedad de la que aún se sabe poco.

            Vivimos una incertidumbre respecto a la economía que ha hecho que muchos hayan perdido sus empleos o tenido que cerrar sus negocios -sobre todo medianos y pequeños- y una incertidumbre respecto a los efectos que está primera caída va a tener en el mediano y largo plazo, salvo que sin duda vamos a tener varios millones de nuevos pobres.

            En el mundo educativo, que es el tema central de este espacio de opinión, vivimos diariamente la incertidumbre de la búsqueda de contacto y de influencia realmente significativa con los estudiantes en términos de sus aprendizajes y de su formación humana y ciudadana.

            Vivimos también en la incertidumbre de qué efectos precisos está teniendo y va a tener el proceso de enseñanza y aprendizaje a distancia en términos de atraso o pérdida de aprendizajes básicos en los distintos grados y niveles, durante el tiempo que las escuelas han estado cerradas y el que aún falta para su reapertura.

            Estamos también viviendo tiempos de incertidumbre respecto a los efectos que este encierro y pérdida de contacto de los niños, adolescentes y jóvenes está teniendo y va a llegar a tener en la socialización y en la salud y desarrollo socioemocional de estas generaciones de la pandemia.

            “Quien no sienta incertidumbre que tire la primera piedra” dice D´Ors en su conferencia y la clave está en la forma en que enfrentemos esta situación y manejemos la incertidumbre y el miedo que estamos padeciendo.

            El autor dice que para poder sobrellevar con cierto nivel de salud y equilibrio la incertidumbre hay que ejercitar dos elementos: el silencio y la mirada amorosa.

            Me parece que ambas cosas ayudarían mucho a los educadores para poder enfrentar el enorme estrés que implica el trabajo a distancia, desde la búsqueda de los medios de contacto adecuado con los estudiantes hasta la planeación y realización de actividades que les puedan realmente generar aprendizajes significativos y no los mantengan aburridos frente a un televisor, una pantalla de computadora o un libro, pasando por la imparable petición de evidencias que la autoridad escolar y educativa les pide prácticamente a diario.

            Procurar tener tiempos de silencio para estar con uno mismo y poder vaciarse de la saturación de información que nos invade, confunde y estresa cotidianamente y poder desactivarse, es decir, desarrollar una actitud pasiva y receptiva que nos permita leer la realidad con profundidad. Hacer silencio para meditar sobre lo que estamos viviendo y sobre quiénes somos y qué sentido profundo tiene lo que nos toca vivir y hacer en el aquí y el ahora.

            A partir del silencio, desarrollar una mirada amorosa de la realidad y añadiría yo, una mirada amorosa de nuestros educandos que nos permita volver de esa pasividad receptiva para poder actuar con sentido y mantener la esperanza en que podemos lograr formación humana auténtica en estas circunstancias que vivimos.

            He repetido muchas veces y he dedicado recientemente este espacio a hablar de la educación como la profesión de la esperanza. Hace una semana hablaba de que para mantener la esperanza tendríamos que mirar que en cada grupo puede haber un discípulo al que realmente le estemos influyendo no para que sea como nosotros sino para que vaya encontrando -aún en la oscuridad en que vivimos hoy- su propio proyecto de vida, de realización y de felicidad.

            Pues a partir de la conferencia de Pablo D´Ors que recomiendo mucho, quiero compartir con ustedes la necesidad de educar con fe, es decir, educar con la capacidad de mantener la esperanza en medio de la incertidumbre, a partir del ejercicio del silencio y de la mirada amorosa de la realidad educativa en la que nos toca aportar elementos para seguir intentando transformar este país, aún en situación de pandemia.

            Educar con fe para desarrollar en los educandos la fe, es decir, educar manteniendo la esperanza en medio de la incertidumbre hará que a partir de nuestro ejemplo nuestros educandos desarrollen también esta capacidad de mantener la esperanza -trascendente para los creyentes, acotada a esta vida para los no creyentes- en medio de su propia situación de incertidumbre.

           

 

 

 

 

 

 

 

[1] Las dos citas de Latapí han sido tomadas de: Latapí, P. (2000). Laicidad escolar. Cinco vertientes para la investigación. En: Blancarte, R. (2000). Laicidad y valores en un estado democrático. México. El Colegio de México, p. 36. https://www.jstor.org/stable/j.ctv6jmxv0.6?seq=4#metadata_info_tab_contents

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).