Sistemas de gobierno. ¿Por qué no funcionan?

  • Oscar Gómez Cruz
El voto popular no favorece siempre a los mejores, sino a los más populares

Haciendo limpia de documentos, en estos tiempos de pandemia, me encontré unos apuntes de tercero de secundaria. Mi letra aún legible plasmada en notas a doble tinta, que me trajeron gratos recuerdos. Pero eso no es lo interesante. En una libreta estaban mis apuntes sobre "Sistemas de Gobierno".

A la letra decían.

"Existen diferentes sistemas de gobierno que han ido evolucionando, cambiando e incluso repitiéndose con los años:

1) La monarquía: Donde hay un rey o reina que ejercen el poder casi absoluto y por ende pueden convertirse en tiranos.

2) La aristocracia: Es un sistema donde aquellos miembros más acomodados y educados de una sociedad, ejercen el poder principalmente a través de un Senado, donde "representan" los intereses que ellos interpretan del pueblo. Este sistema puede convertirse en una oligarquía.

3) La democracia: Donde el pueblo elige directamente a través del voto directo a sus representantes por mayoría. Este sistema puede devenir en la oclocracia, es decir, el pueblo desordenado decide sin conocimiento, preparación ni idea de Estado".

Hasta ahí la cita a mis notas de secundaria.

En teoría desde muy jóvenes estudiamos y comprendemos estos sistemas de gobierno.

Sabemos que las monarquías han ido a menos y en los países donde aún existen, están en su gran mayoría acompañadas de un Parlamento, dando lugar a las monarquías constitucionales, donde el rey o reina fungen como jefes del Estado y la cabeza del Parlamento, un primer ministro, ostenta el poder del jefe del gobierno.

Se reconoce que el poder de UN solo Hombre (o mujer) NO funciona porque la naturaleza de este, eventualmente los convierte en tiranos, sobre todo, si no hay periodos de tiempo establecidos para sus mandatos.

En el sistema aristocrático, se reconoce que el pueblo sin educación, formación y conocimiento, no puede tener en sus manos la decisión para determinar la mejor opción para dirigir los asuntos del Estado y el Gobierno; de acuerdo a este sistema, esa tarea debe recaer en los eruditos, en los más educados y en los más ricos, que son quienes proveen de empleo al pueblo.

Sobra decir que es un sistema excluyente y que termina favoreciendo siempre a las clases altas, las cuales son las dueñas de los factores de producción. 

En nuestros días, lo más cercano que podemos ver de una mezcla de monarquía constitucional y sistema aristocrático, es el Reino Unido.

Ahí, la Reina Isabel II es la jefa y representante del Estado. Cuando hay elecciones, la gente ejerce su voto directo para elegir a los miembros del Parlamento, un símil de nuestros diputados en México.

En Reino Unido existen dos cámaras, la de los Lores y la de los Comunes. A la primera se accede por la carrera eclesiástica, por nombramiento de la Reina y por ser herederos de un título nobiliario; y a la segunda por el voto directo de las personas.

Una vez que se ha votado a los miembros del Parlamento, el partido con la mayoría elige a un primer ministro y negocia las posiciones del gabinete con los demás partidos, dependiendo su fuerza y representación en el Parlamento en turno.

La democracia es posiblemente el sistema más complejo. Se ha convertido en un monstruo de mil cabezas, porque el voto popular no favorece necesariamente a los mejores hombres y mujeres, sino a los más populares, que no tienen en muchos de los casos, la menor idea de cómo gobernar.

En la democracia moderna se lucra excesivamente con la pobreza, que es un fenómeno mundial, no solo de México. El sistema democrático favorece la llegada al poder de populistas carismáticos, que son muy hábiles en mover las emociones de las personas y en dar discursos que ofrecen soluciones a los problemas, destruyendo todo aquello que se entiende como nocivo para las clases populares, se sataniza la riqueza y se victimiza la situación de la base popular, a un extremo de propiciar odio y resentimiento.

En la democracia, la clave está en “conectar" con esa enorme base que deposita en ellos, sus esperanzas y anhelos. 

La democracia permite entonces el acceso a personajes que, entre aplausos, matan a la democracia convirtiéndose en dictadores.

Una vez que se tiene el control del aparato gubernamental, del presupuesto, cuando se hacen acuerdos con los miembros clave de los sistemas político y económico, además de las cabezas de las fuerzas armadas, se vuelve a recurrir a la "democracia" para perpetuarse en el poder, limitar los derechos civiles y utilizar la fuerza militar como herramienta de control.

Y así, la democracia muere entre aplausos y vítores.

La historia nos debiera enseñar que el poder de un solo hombre o mujer NO es bueno; también debiera recordarnos que el dictador llega a serlo, destruyendo las instituciones que no le acomodan y controlando aquellas que deben existir.

La historia está ahí para consultar cómo el dictador populista utiliza a la democracia y al voto coercionado como herramienta para perpetuarse en el poder.

La historia debiera hacernos conscientes, de que el populista ama tanto a los pobres, que los reproduce, porque sabe que puede controlarlos con dádivas y miedo.

Si se supone que aprendimos esto en la secundaria, ¿por qué pareciera que hemos olvidado las consecuencias nefastas del populismo y de los dictadores, teniendo ejemplos de sobra en el siglo XX en Latinoamérica?

 

Oscar Gómez Cruz

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Oscar Gómez Cruz

Maestro en Asuntos Internacionales de Negocios Universidad de Columbia. Maestro en Administración Pública INAP. Egresado de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard. Es presidente de 2TRES15