Adiós a la farsa del grito

  • Xavier Gutiérrez
Necesario salir del estilo de farándula. Preciso redefinir el sentido histórico.

Una de las cosas que ya no volveremos a ver por televisión, por salud del país, es ese derroche de fastuosidad y lujo que es la ceremonia del grito desde Palacio Nacional.

La versión última de este 15 de septiembre fue una más de la serie.

Si decimos esto como frase o cliché de telenovela, tampoco se falta mucho a la verdad.

El manejo desde el poder de los rituales como espectáculo debe cambiar radicalmente.

Si la liturgia es necesaria, denle al menos un ropaje sencillo, moderado. Sin que en ello vaya un demérito al poder, máxime cuando este es legítimo y respetable.

El grito, tal como lo vemos por televisión es una pasarela de ostentación vana. Un lucimiento de la esposa y familia del poderoso en turno, para dar materia al día siguiente a las crónicas triviales en los medios.

 Múltiples veces hemos visto, al otro día, la melcocha que escurre  en páginas de diarios y revistas y noticiarios.

La claque de los medios se solaza describiendo el vestido y porte de la “primera dama”. El recorrido de la pareja presidencial en los pasillos del palacio nacional, es decorado por un séquito de entusiastas aplaudidores plurinominales. Sí, de los que están en las nóminas privilegiadas del poder federal.

Se agrega el personal diplomático y la crema y nata de las otras élites.

Todos baten palmas cual focas circenses bajo la batuta de Televisa y la sonrisa presidencial.

Todos formando una especie de cortejo  imitador y añorante de las monarquías europeas.

Un festejo republicano con tufos imperiales.

Antes, este almibarado ceremonial era rematado con un banquete en el mismo palacio. De este modo, un acto republicano se convertía en una mezcla de carnaval de vanidades con fenomenal borrachera.

Ahora por lo menos son discretos, se guardan en privado el epílogo trasnochador so pretexto de los patrios festejos.

Tome nota de un dato: un traje de los que usan las damas de la familia presidencial anda arriba de los 7 mil dólares, obra y factura de los diseñadores de moda, según lo refieren los especialistas en la materia.

Claro, dinero salido de los bolsillos de usted, faltaba más…

Habrá que ver qué  modalidad le imprime el presidente electo.

Desde luego, el otro extremo pudiera ser la solemnidad severísima con textura de almidón.

Es deseable que la celebración tenga un sello republicano. Que no se pierde el referente histórico con sus orígenes, motivaciones y principios.

 Los héroes y su gesta en su marco histórico. Los personajes y su momento. Vistos hoy y reconocidos de carne y hueso, más allá del bronce y el granito.

El recuerdo situado entre la severidad luctuosa y la pachanga tequilera.

El presidente electo está obligado a la congruencia. Y, ¿por qué no?, a la parte festiva popular que en el alma del mexicano  tiene un sitio tan especial esa fecha.

Nos parece que nada está prohibido ni proscrito, si se le conceptúa en el justo sitio.

Lo que ha ocurrido es una desbordada egolatría del presidente en turno y su esposa en turno. Esto último no es ni exageración ni falta de respeto. Revise a varias de las parejas presidenciales después de los sexenios idos y verá que, en muchos casos, no es una afirmación ligera.

La televisión, en su turno, o los magnates de  este poderoso medio mejor dicho, han sabido cultivar a niveles imperiales la egolatría del caso, y han dotado al aparato del poder de cajas mágicas de resonancia social. Y la ceremonia del grito es una principalísima.

Tan  mal está imaginar o conferir al presidente de una nación como a un personaje de la farándula o con disfraz de dictadorzuelo, como pretender que se es más revolucionario si anda desfachatado, sin corbata, o por abajo del término medio del mexicano común.

Un pueblo idealiza a quien admira, ama o respeta. Y el así tratado debe corresponder, sin lujos y con dignidad, sin oropeles y con gallardía, a ese traje a la medida que se mete en el imaginario colectivo de quien representa.

El poder, aquí y en China (en China más todavía…) requiere símbolos, no puede ser un mar de grisura cercano a la mediocridad con el pretexto de la sencillez.

Pero todo requiere de moderación.

Y la gente, ese pueblo sabio que poco habla pero mucho piensa, olfatea siempre lo que es auténtico y lo que es parte de una trama, lo se identifica con él y lo que se pone traje de farsante para aproximarse al hombre de la calle.

xgt49@yahoo.com.mx

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.