"El bolero es la vida"

  • Atilio Peralta Merino
Memoria de mis putas tristes evoca toda una época de la lengua y la música en castellano.

La versión cinematográfica del relato de Gabriel García Márquez; “MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES”, es quizá una de las cintas más emotivas y entrañables de los últimos tiempos, destaca la riqueza de sus diálogos que pudieran hacernos rememorar los múltiples diálogos en los que colaboró como libretista de la industria el poeta Xavier Villaurrutia y que realzan el sentido de una trama ubicada, según reza la presentación de la historia, en “algun lugar del Cariba”, que, claramente no es otro en el ánimo del escritor que Cartagena de Indias, aun cuando, la inmejorable locación de la cinta hubiese sido San Francisco de Campeche, no en balde, las dos magnificentes ciudades amuralladas de la América española.

Uno de esos diálogos resulta por demás singular y significativo, entablado entre un viejo periodista de provincia caracterizada por Emilio Echevarría y Geraldine Chaplin en el papel de una “madame” cuyos mejores tiempos en el negocio del lenocinio han quedado atrás desde hace muchos años, mientras aquel la conduce en una silla de ruedas por el patio de una de las viejas casonas coloniales que rememoran tiempos ya desvanecidos de nuestro acontecer cotidiano, “La Madame” Rosa Cabarcas pide que se haga una breve interrupción en la marcha al escuchar una pieza que se escucha en el ambiente de la noche tropical y que es una canción de Agustín Lara que se llama: “Amor de mis amores”, tras lo que expresa con manifiesto entusiasmo: “el bolero es la vida”.

Lo curioso del asunto, es que la referida canción difícilmente encuadraría en los cánones de composición del bolero como género musical, no cabe duda, de que bajo la denominación imprecisa de “bolero”, enunciamos a una serie de baladas rancheras o tropicales, o bien baladas de toda laya como las que cantara décadas atrás Lucho Gatica, conjuntamente con auténticos boleros cubanos, mexicanos o portorriqueños, así como a bambucos colombianos interpretados lo mismo por Carlos Gardel que por “Los Tres Reyes” como es el caso de “Mis Flores Negras”, tresillos ecuatorianos como los que popularizara en su momento Olimpo Cárdenas o Julio Jaramillo, y, en general, a toda una gama de canciones populares cuya letra habría sido escrita en nuestra idioma, o cuya popularización melódica remitiría de inmediato a Humphrey Bogart bailando con Ingrid Bergman en “Casa Blanca” la canción “Perfidia” de los hermanos Domínguez; y que, a no dudarse , en su conjunto conforman la banda sonora de nuestras vidas, como al aparecer acontece con la “madame” Rosa Cabarcas y del “viejo sabio” en el relato de Gabriel García Márquez.

Descontando romanzas célebres de algunas zarzuelas españolas que cobraron enorme popularidad entre nosotros, algunas incluso con clara intencionalidad política como habría sido el caso de “Flor de té” en clara alusión a la designación del embajador en Washington Ignacio Bonillas como aspirante presidencial en sustitución de don Venustiano Carranza, o algunas otras de mayor alcance popular y picaresco, más bien propias de la “revista” como parte del denominado género “ínfimo” que de la zarzuela propiamente dicha como sería el “Morrongo”, o siguiendo con los antecedentes de “Cat’s”; “La Gatita Blanca”, la cual por lo demás también encontraría eco en los escándalos sociales, en ese caso en particular en lo concerniente a la crónica policial por lo que hace al célebre caso de  “La Banda del Automóvil Gris”; lo cierto es que la canción popular urbana en lengua castellana tiene fecha precisa de nacimiento y nace en este continente.

El estreno en abril de 1918 en el “Teatro Buenos Aires” de “Mi Noche Triste” a cargo del dueto conformado por Carlos Gardel y José Razzano, marcaría el nacimiento, no sólo del “tango canción”, sino de la canción popular urbana en habla castellana.

La decadencia del idioma que sobrevino al finalizar el denominado “siglo de oro” de la literatura española, similar acaso a la que observamos en la actualidad, llegaría a su fin con la enorme resurrección que representó la obra poética de Rubén Darío tal y como al efecto lo dilucidara Octavio Paz de manera plena y cabal.

La poesía “modernista” daría una savia nueva al español, alejada curiosamente de sus raíces provenientes de los clásicos del “siglo de oro”, nutriendo sus raíces en el “simbolismo” francés cuyos exponentes sería conocidos popularmente con el significativo mote de “los poetas malditos”, fuente de inspiración del célebre bardo nicaragüense, encontrando su expresión de mayor difusión, de la mano del nacimiento de los medios que inaugurarían la denominada “sociedad de masas” como lo fueron el cine y el radio en la canción popular, que en el caso específico de Agustín Lara llegaría a extremos delirante; no en balde “Amor de mis amores” cautivaría la memoria sensible e íntima de “la madame” Rosa Cabarcas en la trama de las “MEMORIAS DE MIS PUTAS TRISTES”.

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Atilio Peralta Merino

De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.

Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava