El discurso de Cuauhtémoc Cárdenas ante la nave de Eneas

  • Atilio Peralta Merino
El prestigio social del orador, la trascendencia del mensaje y la eficacia en su expresión, cuentan.

El pasado 8 de febrero, los integrantes de la plataforma “POR MÉXICO HOY” nos dimos cita en la “Casona de Xicoténcatl”, antigua sede del Senado de la República para dar cuenta a la opinión nacional de las conclusiones, expresadas en 210 propuestas.

Propuestas que fueron el resultado de un año de labores, desplegadas en diversos foros, que, habiéndose iniciado en la ciudad de Puebla fueron llevados a cabo a lo largo y ancho del territorio nacional, recogiendo las inquietudes, las perspectivas y los anhelos de los variados grupos y conglomerados que forman parte de nuestra sociedad.

En la ocasión, Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano pronunció un discurso que por su pertinencia ante el panorama político que se nos presenta en el horizonte, pasará a la historia como una memorable pieza del arte retórico, tal y como ésta era entendido por Aristóteles en la antigüedad clásica.

El claro deterioro de la legitimidad que observa el árbitro electoral en la contienda, la formación de coaliciones de endeble entramado dada su escaza congruencia ideológica e incluso programática, la polarización social que y el clima de violencia que padecemos ante una inocultable tendencia a la militarización del país, ofrecen un panorama por demás delicado que para estar destinarnos a la inestabilidad social y política, a la represión y en grado extremo, incluso, a la intervención extranjera encubierta o incluso, dado el extremo de la perspectiva en cuestión, expresada de manera abierta y clara en medio de un mundo cuyas fuerzas de dominación geopolíticas se encuentran por demás  convulsionadas.

En los albores de la civilización helenísticas y en el ocaso de la cultura ateniense, “el búho de Minerva canta tan sólo al anochecer” habría dicho Hegel al respecto; el Estagirita nos habría dado cuenta de las circunstancias que dotan de relevancia e importancia a cualquier discurso; es importante, dijera Aristóteles, por tres causas o motivos fundamentales: por quién lo dice, por lo que dice y por cómo se dice.

A los elementos desentrañados desde la antigüedad habría que adicionar un cuarto que acaso en realidad no sea más que una suma de los ya reseñados y que es la pertinencia social del mensaje, como podría apreciarse en el discurso más famoso de la historia, pronunciado por Menenio Agripa ante la diáspora de los plebeyos en el Monte Aventino y del que diera cuenta Tito Livio.

Pertinencia que, siendo, a fin de cuentas, expresión del prestigio social del orador, la trascendencia del mensaje y la eficacia en su composición idiomática como elementos que se armonizan, se observa también en las piezas de Demóstenes y Cicerón quién complementa, este último, por lo demás los elementos de estudio de la retórica que formulara Aristóteles en su obre “Il Oratore”.

 

El discurso de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, seguramente será rememorado en fechas postreras, y podrá ser equiparable a los discursos pronunciados por Churchill o por Lombardo Toledano o acaso a las célebres palabras del presidente Roosevelt ante el Congreso de los Estados Unidos: “el día de ayer siete de diciembre será una fecha que quedará plasmada en los anales de la infamia.”

Discurso impecablemente bien escrito, aunque sin alcanzar los altos niveles literarios de los ya referidos, en la alocución del pasado 8 de febrero, nuestros conciudadanos fueron públicamente advertidos desde la antigua sede del Senado de la República, respecto a los riegos que habrán que afrontar las generaciones que actualmente habitan el país y del que carecen por completo de algún referente que les sirva de guía en su memoria.

Las palabras pronunciadas en la “Casona de Xicoténcatl” se erigen en consecuencia como brújula, el discurso de Cárdenas debidamente dotado de pertinencia histórico es como la voz de alarma de Palinuro guiando la nave de Eneas.

albertoperalta1963@gmail.com

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Atilio Peralta Merino

De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.

Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava