La candidatura de Doger a la gubernatura

  • Guillermo Nares
Sus cartas como rector, presidente municipal, delegado y priísta eficaz lo postulan.

A estas alturas no son claras las razones que definieron la postulación presidencial de José Antonio Mead Kuribreña por parte del PRI. Los efectos de tal decisión, en cambio, ya se dejan sentir en los espacios regionales de poder político.

El  escenario es dual: un presidente que no quiere dejar los controles del partido en un ciudadano no priista y un candidato sin partido que debe tomar decisiones cotidianas  de campaña, además de decidir sobre la nominación de candidaturas priistas para espacios de poder regional. El escenario es desordenado, caótico  y gris en diversos enclaves regionales.

Como en muchos otros ámbitos, Peña Nieto, en el último tramo, se quedó sin operadores para definir la  ruta de poder político en las regiones. El candidato ciudadano tampoco alcanza a vislumbrar el riesgo que significa romper los equilibrios locales, menos la mecánica para reconstruirlos exitosamente. Carece de sensibilidad para apreciar el sentir y las inquietudes políticas de las militancias regionales, especialmente en aquellos estados donde los tricolores perdieron gobiernos estatales.

Este desfase en la transferencia del poder del que no acaba de irse y el que no sabe si llegará, no es obstáculo para que su pragmatismo se imponga. Ambos enfocan su atención en los grandes acuerdos para el reparto de poder regional con la coalición “Por México al Frente”; para ellos es mejor negociar con los que son factor de poder en los estados que con militancias y liderazgos divididos. El panorama del priismo local no es el mejor para el priismo nacional. En esta visión el criterio utilitario puede llegar a sobreponerse por sobre los intereses de las militancias regionales.

El escenario lánguido abarca el estado de Puebla. No podría ser peor. La caída de la votación tricolor en la pasada contienda para la mini-gubernatura fue y es un aviso de las debilidades. Para nadie es un secreto que Meade y Peña confían más en la efectividad de las estructuras electorales locales que actualmente están empoderadas, que en las fuerzas que tiene su partido. En esta lógica, es de mayor rentabilidad electoral el impulso de la ingeniería del voto diferenciado, cediendo la gubernatura a cambio de la orientación de la parafernalia ingenieril electoral hacia el candidato Meade. 

Tampoco es un secreto que durante seis años y lo que va del presente periodo gubernamental, el PRI y en general toda la oposición partidaria, desaparecieron del escenario como conciencia crítica opositora.  Las voces diversas y adversas al oficialismo escasearon, cuando no la misma nomenclatura partidaria se auto silencio. Fueron contados los actores que alzaron la voz para increpar errores y omisiones. La oposición en su conjunto le construyó al panismo local un escenario de terciopelo.

Los saldos de la política del ostracismo no son positivos para la sociedad. Hay un deterioro grave del orden político, social y económico derivado de la insuficiencia de esfuerzos, de la carencia de oficio  para contener el flagelo de la violencia delictiva y del inexistente llamado de atención opositora sobre la administración de la cosa pública.

Dado este antecedente, vale la pena preguntarse si no es que la negociación federal resultará demasiada cara a la sociedad poblana.

La ausencia de controles y de contrapesos políticos derivado de la falta de función de quien no detenta el poder gubernamental, siempre trae efectos nocivos para el orden social. Valga un ejemplo, a la vista tenemos un panorama de violencia delictiva que raya en tragedia. Los responsables no solo son los administradores gubernamentales, también lo son en gran medida aquellos que con su omisión y silencio  dejaron de lado la evaluación y el enjuiciamiento permanente de resultados.

La sociedad reclama una real disputa por el poder público. La oposición, el tricolor incluido,  debe pelear en serio la gubernatura de Puebla.

Sin embargo en el actual proceso para definir a su candidato al gobierno estatal, lo que se observa en el PRI, es una tendencia a reproducir localmente las negociaciones federales.

Salvo excepciones, quienes se apuntan para la candidatura de dicho partido, lo hacen pensando no en el palacio de gobierno, sino en las posiciones locales a negociar a cambio de hacer una campaña a modo, cómoda, mediana, que no encare, ni enjuicie errores y malos resultados, ni ponga en entredicho al candidato o candidata del oficialismo poblano. Es muy notorio, los liderazgos del PRI no están dispuestos a renunciar a su condición cómoda.

En la mayoría de los dirigentes priistas, priva el desánimo, alentado incluso por la marcada ambigüedad de la visita de su candidato presidencial, que dejó una sensación de malestar antes que de entusiasmo por recuperar  Casa Puebla.

Son escasos los liderazgos con disposición para remontar escenarios adversos, sin aversión al riesgo, con perspectiva de horizonte para el estado de Puebla.  Uno de ellos, hay que reconocerlo, es Enrique Dóger Guerrero.

En las circunstancias actuales el ex rector de la BUAP emerge como la principal figura dentro del PRI, con serias posibilidades para pelear el gobierno estatal. Enrique Dóger ha remado a contracorriente, tiene la experiencia para buscar representación política aun en condiciones adversas. Es un liderazgo que ha crecido y que en el momento actual genera consensos dentro y fuera del priismo. La figura del ex presidente municipal puede catalizar y traducir en votos la amplia inquietud generada por casi ocho años de gobierno de la  actual coalición.

Para la gubernatura no hay más contendientes. Serán tres los candidatos. El que postule Morena, el elegido del actual grupo en el poder y el que represente al Revolucionario Institucional.

Si el PRI local quiere pelear la gubernatura en serio, la figura de Enrique Dóger es sumatoria, articuladora de oposiciones. Representa la opción real y necesaria de alternancia política para los ciudadanos poblanos. Su trayectoria como rector en nuestra máxima casa de estudios, la obra pública realizada como presidente municipal, el desempeño discreto pero efectivo como funcionario público federal, la capacidad para construir acuerdos generadores de consenso y la postura de firme crítica ante los excesos del poder público, son sus cartas de presentación.

En las próximas elecciones para gobernador se requiere de actores que disputen sin medias tintas el poder público, no candidatos a modo,  omisos, cómodos, de terciopelo.

La nominación de Dóger Guerrero sería una muy buena señal indicadora de sensibilidad ante los problemas estatales. Cualquier otra propuesta que emerja de este partido no hará sino reforzar la hipótesis de los grandes acuerdos para que Meade gane la elección presidencial en Puebla y el partido que lo postuló quede como convidado de piedra seis años más.

gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior