Política y democracia ¿en Sartori?

  • Joel Paredes Olguín

Como siempre sucede en estos casos, el reciente fallecimiento de Giovanni Sartori ha dado lugar a una serie de declaraciones en las que se reconoce lo excelso y pertinente de su obra; su gran aporte científico, la clarividencia de sus apotegmas y, en general, sus muchos y enormes méritos intelectuales como teórico de las Ciencias Sociales y, específicamente, de la Ciencia Política. En lo personal, mi acercamiento a los puntos básicos y elementales de sus propuestas ocurrió tardíamente; una vez concluidos mis estudios de licenciatura --en los que primó el enfoque marxista más ortodoxo y harneckiano—y desde una postura al mismo tiempo ingenua y prejuiciada que en muchas ocasiones me llevó a descalificarlo desde la arrogante actitud que me permitía la ignorancia. Después comprobé que actitudes igualmente petulantes y sobradas ocurrían también --sólo que por razones diferentes-- entre quienes se ufanaban de conocer a profundidad su obra.

Mi acercamiento a Sartori al final de los noventa del siglo pasado ocurrió a instancias de Hugo Zemelmann, quien en varias ocasiones al finalizar su cátedra me citaba a su paisano Lechner (alemán nacionalizado chileno, como chilena también es Harnecker), a Lefort y a Sartori (a quien había que leer “desde la Sociología”, enfatizaba), entre otros, como lecturas indispensables para contextualizar el debate académico y político de entonces, resumido apresuradamente en el “cambio de paradigma” que reivindicaba a la democracia como el nuevo logos y el nuevo ethos. Todo ello, obviamente, al tenor de las transiciones y oleadas democráticas de las que todo el mundo hablaba cuando la Historia terminó y categorías como “democracia”, “multiculturalismo”, “transición” y “globalización”, y autores como Kuhn, Habermas, Castoriadis, Huntington y Fukuyama ocuparon una inédita centralidad y suscitaron un repentino interés entre mis profesores y condiscípulos.

Me fue especialmente valioso e interesante encontrarme de frente con los planteamientos de tales autores, y de otros más, expuestos y desarrollados en el aula por profesores quienes al igual que Zemelmann, influyeron determinantemente en mi percepción sobre lo político y la política. Del enfoque sartoriano, destacaría especialmente la noción de que la democracia es una cuestión “de grado”, esto es, que más que hablar de una tajante existencia o ausencia de democracia, es pertinente considerar niveles o escalas democráticas y que corresponde a la política la tarea de avanzar en tal gradación. Asumí desde aquel momento que en Sartori la valoración de la democracia es al mismo tiempo la reivindicación de la política (como acción): política y democracia están mutuamente implicadas, de manera que el fracaso de la política supone la postergación o el retroceso de la democracia y el retroceso de ésta conlleva, regularmente, la aniquilación de aquella (y aquí me parece escuchar a Cansino y a Lefort con aquello que “la política es democrática o no es”).

En esta apresurada exposición de la noción sartoriana de continuum democrático es necesario acotar que el propio Sartori menciona al "empuje deontológico" de la democracia como el factor que la hace avanzar. El deber ser de la democracia es el espacio donde opera la política --como proyecto— y es precisamente ese futuro que se piensa alentador lo que anima la acción del presente: la crítica implacable de todo lo que existe en aras de la construcción de un orden social y una realidad indispensablemente utópica y esperanzadora.

En esas andaba durante aquel lejano entonces, tratando de prevenirme de los monstruos que la razón engendra, cuando trabé contacto con antiguos y clandestinos cuadros devenidos activistas que ahora proponían ya no la radicalización de las contradicciones del sistema, sino más bien la defensa y la promoción de los derechos humanos, noción que si bien hasta poco antes les sonaba burguesa y retardataria, ahora se imponía como un paradigma de análisis y acción muy al tono con los enfoques transicionistas. Ponían frente a mi sus libros, donde subrayado ya no con rojo, pero sí con amarillo Lefort afirmaba que el despertar de las aspiraciones democráticas que han sucedido al autoritarismo tanto en Europa como en Latinoamérica, había ido acompañado de "la convicción de que la defensa de los Derechos del Hombre era el camino para luchar contra la dictadura".

Sin argumentos para oponerme a ello, y en un afán de zanjar la polémica y demostrar que yo también podía recitar algunos textos aun sin haberlos leído y citar autores que de oídas recordaba ser citados por otros, afirmé conciliador y en tono consecuente que, siendo así, entonces los derechos humanos significaban no solamente el dispositivo simbólico de la democracia como decía Lefort, sino ese factor deontológico que la hace avanzar, tal como se derivaba de mi apresurada lectura de Sartori. 

Asintieron con resignación y sorpresa; la discusión quedó zanjada, no tuve desde entonces cuestionamientos al respecto; y desde entonces he ido por la vida  asumiendo que los derechos humanos, la política y la democracia son valores además de solamente conceptos; que lo simbólico colabora en la construcción de lo concreto, que es más cómodo actuar en los patios interiores que a la intemperie del monte o de la selva y que no hay que llegar primero…. pero hay que saber llegar. Lo que no supe y resignado me quedaré con esa duda, es si Sartori estaría de acuerdo. A mí me parece coherente y lógico, a muchos de mis profesores, también; a mis alumnos les resulta incuestionable y en todas las tertulias, congresos, coloquios y mesas redondas en las que he expuesto estas aventuradas afirmaciones, había tanto ruido que nunca puse atención a las réplicas de mis colegas.  Al fin concluyo que con Sartori me sucede lo mismo que con algunos autores más y muchas otras personas: entre más se los conoce, queda claro lo mucho que se ignora y se ignoraba de ellos, lo bueno es que en su ausencia y en su nombre, también se puede decir casi cualquier cosa.

[El autor es director del Centro de Estudios Electorales y de Opinión Pública. Fue consejero electoral del consejo general del Instituto Electoral del Estado (Puebla) de 2006 a 2012 y es estudioso de la democracia, los procesos electorales y la opinión púbica].

 

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