Nupcias adelantadas

  • Patricia Estrada

La mamá de Teresa le dio a escoger entre una carrera técnica de enfermería o estilismo cuando cumplió 15 años; dos años después salió de su comunidad en busca de empleo y marido. 

Es tradición que las adolescentes de 17 años amarren casamiento en un pueblo cercano a Atlixco; no hay opción de estudiar la universidad sino un oficio que les permita sobrevivir económicamente mientras llegan los hijos.

Esta chica corta el cabello durante diez horas de lunes a sábado; y detrás de ese maquillaje exagerado hay una joven de 20 años que lleva dos años casada con un muchacho de su edad.

En un pequeño departamento que rentan al oriente de la ciudad vive la joven pareja. La mamá de Teresa presiona con los nietos porque a los 23 años -según ella- estaría "demasiado vieja" para encargar al primogénito. 

Me cuenta resignada que sus hermanas tendrán un destino similar; con suerte terminarán la secundaria, aprenderán un oficio y contraerán nupcias antes de los 20 años.

Si bien en México los menores de edad ya no podrán contraer matrimonio, ni con la autorización de sus padres, pues ahora los contrayentes deberán presentar identificación oficial que acredite su mayoría de edad; la vida de Teresa se repite en cientos de casos.

Las familias educan hijas para convertirlas en futuras madres; y en efecto, la fiesta de 15 años se convierte en la presentación de las niñas ante la sociedad y las menores quedan comprometidas en un abrir y cerrar de ojos.

El informe de 2014 "Todos los niños y las niñas cuentan de la UNICEF" detalla que casi un cuarto de las niñas mexicanas cumplen la mayoría de edad tras haber contraído matrimonio, tener hijos o una pareja.

Trabajar con sus padres o quedarse en casa con las responsabilidades de su propia familia nulifica las posibilidades de retomar los estudios; colocándolas en un alto grado de vulnerabilidad al depender de terceros en el terreno emocional y económico.

En el mejor de los casos las jovencitas logran elegir a su pareja; en escenarios dramáticos las chicas que son víctimas de un abuso sexual son persuadidas por los jueces de paz para casarse con el violador en el ánimo de "reparar el agravio". 

Si bien la virginidad sigue siendo el símbolo del honor de las mujeres en comunidades con alto aprecio al matrimonio, sus derechos son tan frágiles que la tradición acaba siendo ley; y ellas quedan casi siempre en desventaja, sin voz ni voto.

Las niñas que acaban sirviendo la comida a sus hermanos y lavando la ropa a sus padres porque crecen con la idea de que es el único rol de las mujeres, son encadenadas a una vida de obligaciones que deteriora su crecimiento personal. 

Y cuando tienen el infortunio de convivir con un marido golpeador, son sometidas a un ambiente de violencia que termina por aniquilar su autoestima, dejándolas sin fuerzas para frenar el maltrato.

Fundar un hogar no es cosa menor pero el matrimonio infantil limita a los cónyuges a vivir felices, y por la falta de experiencia y de mejores oportunidades laborales terminarán acercándose a los círculos de la pobreza.

Es una infamia que los padres arrebaten a sus hijos el derecho a decidir, promuevan el casamiento con fines económicos o inclusive presionen a chicas como Teresa en abandonar el hogar sin herramientas suficientes para enfrentar la vida de mejor manera.

Nos espantamos de que en países fundamentalistas las niñas de 8, 10 ó 12 años sean obligadas a casarse con hombres mayores pero en México los matrimonios entre adolescentes también pueden representar experiencias traumáticas.

Las niñas y los niños necesitan ser educados bajo estándares de igualdad,  respeto y cariño; los padres deben entender que las nupcias adelantadas es un grave error que solo dejará en sus hijos secuelas imborrables.

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Patricia Estrada

Directora de noticias y conductora del noticiero de La Tropical Caliente 102.1 FM

Ex reportera de Ultranoticias, Radio Oro, Radio Tribuna y Momento Diario. Aprendizaje permanente del año 2001 a la fecha; egresada en Ciencias de la Comunicación UPAEP.