Los dos 11 de septiembre

  • Oscar Barrera Sánchez
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A las 8:46 de la mañana del 11 de septiembre de 2001 las pantallas televisivas parecían encadenadas. Un Boeing 767 de la aerolínea American Airlines se estrellaba contra la Torre Norte del World Trade Center de Nueva York. Un cuarto de hora después, el vuelo 175 de United Airlines se impactaría contra la Torre Sur, la cual un minuto antes de las 10:00 hrs. se vendría abajo. Estados Unidos lanzaría todo un despliegue propagandístico y militar contra sus nuevos enemigos mundiales: el Islam. Sin embargo, la fecha es emblemática no sólo por la orquestada simbólica que representó este suceso para occidente, sino porque Estados Unidos enviaba un mensaje velado: la ética norteamericana destruye todo proyecto político exterior para favorecer su poderío económico y político. Un 11 de septiembre, pero de 1973, el gobierno estadounidense de Richard Nixon, de manera brutal coadyuvaba con la derecha chilena al golpe de Estado del primer gobierno socialista en Latinoamérica designado vía electoral, a cargo de Salvador Allende. Son dos 11 de septiembre manchados de sangre, en los cuales uno de los personajes principales son los Estados Unidos.

En la política no hay casualidades, dice una máxima. Simbólicamente, Estados Unidos ha manejado una serie de discursos sobre su política exterior y sus enemigos. No cabe duda que la mentalidad puritana y cuáquera que fundó esa nación permanece, no sólo en el gobierno norteamericano, sino en un pueblo que bajo la idea de un nacionalismo ramplón, comercial y enajenado, reproduce esa mentalidad, la asume y legitima una economía de guerra que mantiene viva la economía de Estados Unidos desde inicios de la Segunda Guerra Mundial.

Antes, Estados Unidos luchaba contra el comunismo o todo lo que se pintara de rojo. El país de la “democracia” por excelencia, como lo creyó Alexis de Tocqueville, atentaba contra cualquier otra democracia que no fuera la suya o la que imponía. Casi medio siglo de Guerra Fría evidenció que Estados Unidos “no tenía amigos, sino sólo intereses” como lo mencionaba su ministro del exterior, el estadounidense-germano judío, Henry Kissinger.

Después del intento fallido por invadir Cuba, en Playa Girón, Bahía de Cochinos, en 1961, Estados Unidos perseguiría no sólo a los países del bloque socialista en el mundo, sino en especial a los de su principal zona de influencia económica, Latinoamérica. Los norteamericanos no podían permitir que una zona de pobreza y explotación de sus empresas optara por un modelo económico, social y político que los contraviniera. Golpes de Estado militares en prácticamente todo Latinoamérica sería la estrategia de los gobiernos estadounidenses, tanto republicanos como demócratas.

Chile, bajo las mismas reglas de la democracia burguesa elegía un gobierno socialista, al mando de Salvador Allende, quien contaba con el apoyo de amplios sectores sociales y culturales, pero no con el de la oligarquía representada en las cámaras y con las fuerzas militares. Estados Unidos se sirvió de éstas para crear el mayor precedente de una pedagogía del miedo a la diferencia política. No sólo exterminaba al enemigo que le acecha, al que lo pone en peligro, sino que iba a su casa y ahí lo exterminaba.

Treinta y ocho años después, Estados Unidos orquestaría un nuevo golpe de terror. Ya sin gobierno comunistas de peso en occidente, la economía norteamericana caía, ante los nuevos bloques geoeconómicos de Europa y Asia y, con la mayor economía mundial, China. Sus reservas petroleras eran, para la primera década de este siglo casi nulas, mientras que el mundo musulmán tomaba mayor fuerza y autonomía en sus Estados y en el uso de sus recursos. No quedó más al gobierno de George W. Bush que apuntalar un nacionalismo enajenado en su población que legitimara una nueva guerra. El pretexto el terrorismo, uno de los temas de la nueva agenda internacional, después de la caída del Muro de Berlín.

Sin escrúpulos, el gobierno estadounidense colapsó los dos aviones en las Torres Gemelas para poder comenzar una nueva ofensiva, con tintes de cruzada, contra el mundo musulmán y, una pedagogía de policía mundial: un Globocop. Un ataque del gobierno norteamericano contra su propio pueblo, que creyó en los enemigos de fuera, cuando su peor enemigo está dentro, los dirige, los gobierna.

Dos 11 de septiembre, en los cuales el papel de los Estados Unidos ha sido el de una máquina de muerte, de destrucción, un aniquilador de esperanzas, que hipócritamente hace sonar sus campanas y crea un teatro de la muerte, cuando ellos son la misma Muerte.

Picaporte

Cuántas verdades históricas se han caído. La única verdad histórica es la que se ha formado con la historia de los gobiernos priistas: asesinatos, desapariciones forzadas… Una vez más.

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Oscar Barrera Sánchez

Doctor en Ciencias Sociales y Políticas por la UIA. Comunicador y filósofo por la UNAM y teólogo por la UCLG.