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Niños migrantes exponen abusos y humillación de autoridades mexicanas

  • Edwin García
"Se tomaban una foto como si fuéramos un trofeo, se reían entre ellos y nos mandaban otra vez para atrás, para Tapachula", expuso Ana, una niña de 13 años alojada en la frontera de Ciudad Juárez
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A sus apenas 13 años, Ana es capaz de relatar la corrupción que pondera en México en todos sus niveles. Su origen es venezolano y su destino son los Estados Unidos, aunque ese sueño de mejorar sus oportunidades y condiciones de vida se le esfuma entre Chiapas y Ciudad Juárez, donde el personal de migración –acusa– se las gasta para exprimirla a ella y su familia hasta dejarles sin el recurso suficiente para subsistir.

“En los retenes nos regresaron seis veces” […] “Dejamos mucho dinero hasta que mis padres se gastaron todos los ahorros. Y cuando se nos acabó el dinero, pues los de Migración nos montaban en la combi, se tomaban una foto como si fuéramos un trofeo, se reían entre ellos y nos mandaban otra vez para atrás, para Tapachula [Chiapas]”, relató para el portal Animal Político.

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La furia de Ana no recae únicamente en no poder avanzar al lado estadounidense a pesar de que se trata de un territorio que mira y huele de cerca, sino que también proviene de la insistencia del personal de migración en México por atrapar a una o uno de sus compatriotas: “Cada vez que la Migración agarra a uno de nosotros, ellos ganan plata. Es por eso que se esmeran tanto en detener a los migrantes en México”, relató.

A todo esto, añadió haber recibido un trato humillante cuando estuvo en la frontera sur de Chiapas. Después de la humillación siguió el despojo, pues tras conducirse por miles de kilómetros hasta la frontera norte de México el personal de migración les pidió a ella y su familia mil pesos por cada integrante: “como no teníamos más dinero nos rompieron el permiso que traíamos de Tapachula”, indicó.

Antes de exclamar algo más se reconoció como una persona de un país distinto, aunque rescata que tener otras raíces no le quita el derecho de soñar, de aspirar.

“Yo soy una niña migrante y yo quiero que nos escuchen: ¡ya basta de violar nuestros derechos humanos!” […] “Tengo derechos, metas y sueñosQuiero estudiar para tener un futuro. ¡No somos animales! ¡No somos pollos para que nos dejen encerrados y quemarnos vivos! ¡Ya basta!”, clamó acompañada de una multitud que decidió protestar de manera pacífica en Ciudad Juárez.

Ha pasado poco más de una semana desde el incendio en el Instituto Nacional de Migración (INM) de Ciudad Juárez que terminó con la vida de 40 migrantes. Las huellas de la tragedia, sin embargo, siguen presentes en un sitio que ahora es velado a lo lejos por decenas de personas centroamericanas que lo único que ven es un cuarto tiznado y algunos tenis regados en el pavimento.

Yonaiker Pérez, de 19 años, es otro de los jóvenes que aguarda cerca del INM y que no ha dejado de idear un plan para llegar a la tierra prometida estadounidense. La gorra, los tenis y la ropa puesta son todo lo que le quedan de su natal Venezuela. “Taciturno” relata que conoce bien las instalaciones del INM de Ciudad Juárez a lo que refuta que se trata de un albergue.

“No jodas, chamo, ¿eso cómo va a ser un albergue?” […] “No, no, eso es muy parecido a un penal. Los custodios no van armados, pero igualmente son muy agresivos con nosotros”, relató, contradiciendo al dicho del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre que las instalaciones federales del INM son “un albergue”.

“[No] quiero clavarme en pensar qué hubiera pasado si esa tarde me hubiera agarrado a mí la Migración por estar pidiendo en un crucero. Yo lo que quiero es seguir lo más rápido que pueda con mi camino”, son las palabras de Yonaiker recogidas por el citado portal.

“Todo México es muy peligroso para el migrante”

Además de Yonaiker hay muchos otros migrantes que deambulan la frontera casi dejando al azar su destino. Algunos duermen y esperan lentamente en las casas de campaña que instalaron o en el suelo, improvisando con ropa una suerte de almohada que pueda servir para recostarse ‘cómodamente’.

Mientras unos descansan, otros discuten si es el momento adecuado para entregarse en la Puerta 36. No parece un mal destino para muchas y muchos que llevan tiempo sin respuesta de la autoridad estadounidense para acudir a El Paso, Texas, donde son analizados cada uno de los casos de solicitud de asilo. Dicha puerta no es más que un espacio en la valla fronteriza donde las y los migrantes se entregan de manera voluntaria solicitando el refugio; nada les garantiza la suerte de ser aceptados.

Pero es que es eso o tratar de cruzar de forma ilegal nuevamente ahora con alguno de los coyotes que abundan en Nuevo México y en la ya temida ciudad de Reynosa, Tamaulipas. Oír el nombre de la entidad tamaulipeca impone una especia de respeto por su fama de terror que han sembrado los grupos del crimen organizado que también prometen cruzar gente por cuotas excesivamente elevadas.

“Yo he conocido Tijuana y Lechería, ahí por la Ciudad de México. Son lugares peligrosos. Bueno, todo México es muy peligroso para el migrante. Pero Tamaulipas y Piedras Negras [Chihuahua] es lo más peligroso que he visto acá”, dice Jorge, otro migrante oriundo de Venezuela, pero de 27 años. Jorge llegó a México tras una breve aventura como mesero en Chile. Su único propósito es acudir a El Paso para reunirse con un hermano.

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“Nosotros somos migrantes, ¿oíste? No tenemos planes más allá de esta nocheEstamos improvisando”, dice Jorge a Yonaiker, un chiste entre migrantes que parece causar gracia en momentos donde no hay abrazo o consuelo ni de su patria ni de la ajena y donde la frontera ya no es ajena, sino vecina, una vecina inconquistable.

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