Julio Scherer y Jacobo Zabludovsky, el antagonismo periodístico en México

  • Oscar Barrera Sánchez
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El periodismo mexicano en el siglo XX, y hasta la fecha, tienen dos referentes únicos: Julio Scherer García y Jacobo Zabludovsky Kraveski. El primero, sin temor a equivocarme, uno de los principales artífices del periodismo comprometido con el ideal de la objetividad, la verdad y el análisis crítico frente al poder institucionalizado, y más cuando este último ha sido un lastre en México y Latinoamérica. El segundo, también sin ningún miedo a errar, el ejemplo del oficialismo y servilismo ante el poder presidencial, institucional y de los poderes fácticos, empresariales y financieros, nacionales e internacionales, principalmente norteamericano.

Tal parecería que el gran mito fundacional de la culpa mundial, posterior a la Segunda Guerra Mundial, entre alemanes y judíos, se reproduce en el periodismo mexicano contemporáneo. Julio Scherer, de origen alemán y educado en esa cosmovisión en el Colegio Alemán, además de recibir educación jesuita, reconoció la importancia del periodismo para la construcción de la democracia en el país. Siendo director del diario Excélsior, en el agónico 1968, denunció los abusos del poder priísta de la época, lo que le valdría en una serie de “castigos” por parte del gobierno de Luis Echeverría Álvarez, quien propició su salida de la publicación el 8 de julio de 1976, por “comunistoide”. Su salida marcó un hito en la forma de hacer periodismo en el país. Cuatro meses después, el 6 de noviembre de ese año, el primer número de la revista Proceso salió a la luz, como un tipo de trabajo periodístico de investigación y comprometido con la sociedad. Julio Scherer y su equipo de colaboradores, además de construir una de las dos alas del periodismo contemporáneo mexicano, le dio a este oficio un verdadero carácter de cuarto poder.

Del otro lado, siguiendo con la lógica paradójica y mítica, Jacobo Zabludovsy. Él, descendiente polaco-judío, creó un trabajo periodístico que buscó en todo momento legitimar el poder presidencial, institucionalizado, priísta, y socavar todo intento de llevar información verdadera a la sociedad. Con el impulso de la única cadena televisiva privada por muchos años, Televisa, Zabludovsky se erigió como el periodismo que servía al poder. Durante su trayectoria ocultó el asesinato de estudiantes en 1968, al igual que restó importancia a la persecución de organizaciones civiles y grupos armados en el país; combatió al propio Excélsior, de Scherer, desde su noticiario, 24 horas; falseó los datos sobre los desaparecidos en el sismo de 1985, ante la imposibilidad del gobierno por dar respuesta a la sociedad convulsionada por dicha tragedia. Además, evitó informar sobre la corrupta Dirección General de Policía y Tránsito, de Arturo Durazo Moreno, la Guerra Sucia contra grupos guerrilleros en México; fue uno de las figuras que denostó, sin ningún miramiento, al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y legitimó el fraude electoral de 1988.

Este 2015, la muerte se los llevó a ambos. Al primero lo sintieron quienes buscan tener una nueva historia para el país y para Latinoamérica. Al segundo lo recuerdan quienes quieren negar la historia de este país.

Como en ese mito fundador de nuestra culpa moderna, a Zabludovsky le rendirá tributo el poder político, económico y mediático. Si la historia oficial lo desea no pasará a ella como el periodista de la ideología, de la enajenación, del poder; quien podía estar con Dios o con el Diablo; quien pudo ver una tarde soleada entre el olor de la pólvora y la sangre; al que le faltó cosmogonía, como lo notó Salvador Dalí; el que estaba preocupado por cuándo se rasuraría Ernesto Che Guevara a su entrada en la Habana en 1959. A él lo santificará su amo: el Poder.

Al de origen alemán se le recordará como un pilar del periodismo comprometido, como un hombre que recomendaba dormir menos y escribir más; como un periodista que hizo frente al poder; a uno de esos personajes que lucharon para que algunos podemos escribir.

Picaporte

A Grecia le debemos un respiro con olor a dignidad. Quizá el rumbo no puede ser claro para ellos, pero han dado un aliento a la humanidad. Gracias, Grecia.

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Oscar Barrera Sánchez

Doctor en Ciencias Sociales y Políticas por la UIA. Comunicador y filósofo por la UNAM y teólogo por la UCLG.