Violencia por todos lados

  • Abelardo Fernández
En la propia soledad, en la angustiante y desaforada libertad de quedarse solo y sin alguien más.

Por Abelardo Fernández

 

Hay violencia por todos lados,  violencia en las calles, en las escuelas, en los hospitales, en las casas. La violencia como forma de relacionarse aparece como forma de dominación, incluso,  increíble, como forma de libertad o de felicidad.  Violencia en las relaciones amorosas, reproches, reclamos, despedidas, renuncias, desdichas y sinsabores por doquier, el amor se ha dejado de construir en el compromiso, en el respeto, en la lealtad, en la esperanza de que será para siempre y para todos los años que quedan por vivir. Violencia entre Madre e hijo, demandas incomprendidas, reclamos interminables, denuncias de inconformidad y desabasto de cariño y de comprensión, una vida que está hilvanada a la otra como si por mandato se tratara, el cariño es entonces una costura imposible de abrir y romper, parece algo de lo que jamás nos salvaremos: las relaciones de reproches son cargas enormes que llevamos en las espaldas y de las que poquísimas veces nos lograremos salvar. Hay violencia en la calle, en el ruido de las máquinas y en el aire que respiramos, violencia en las turbinas de aviones a los que jamás hemos subido y chimeneas de fábricas en las que se hacen productos que jamás hemos consumido. Hay violencia en el cemento de todas partes, en la cantidad irracional de negocios que ponen por todos lados penando en un futuro que no hacen más que llenarlo de violencia insospechada. Hay violencia en la textura de las voces de los que se dicen ser felices, hay un montón de violencia en la felicidad por cierto. En los recuerdos, en las voces que nos persiguen, en los pasos lentos de quienes recorren plazas comerciales que encontramos dentro de nuestros sueños, hay violencia en el agua, en la lluvia, en la nieve, en las caminatas para salvar la vida, en los que se vuelven guías espirituales o guías de montaña o guías turísticos, hay violencia en quién nos quiere vender algo, cualquier cosa, una crema para las manos, un curso de mercadotecnia, un libro de prosperidad y otro de meditación, hay cantidades de violencia infinitas en las historias que cuentan los maestros y las monjas, las historias que cuentan los abuelos están atascadas también de violencia pero la ocultan para sanar ellos mismos su corazón de recuerdos violentos.

Cómo es posible que violencia y libertad sean lo mismo, que éxito y violencia, que prosperidad y violencia sigan coincidiendo. Los hijos exigen a sus padres como pajaritos que no se quieren salir del nido, como cachorros que no se mueven hasta volverse adultos y seguir pidiendo derechos de cuando eran cachorros, la violencia está en las paredes, en los corredores, en las sombras de las ventanas que tapan la entrada de la luz, en el canto de un tipo tatuado de miseria y remordimiento, violencia en la pintura y en el teatro, en la literatura, en el cine, en la televisión, violencia contra el poder y contra el no poder.  Los traficantes de violencia no dejarán de maltratar a la humanidad, se dedican a exportarla en pacas enormes que se van guardando en barcos y bodegas a los que llaman contenedores. La violencia política como estrategia de negociación, la violencia incisiva e indiscriminada que amenaza al mundo sin misericordia alguna, la violencia de las amenazas y de las posibilidades: hay violencia en las palabras, en las sílabas, en las vocales y en las consonantes, violencia en el paladar y la lengua de quien las pronuncia. La violencia que migra de uno a otro, la violencia de los migrantes, la de los traficantes de los migrantes, la violencia arremolinada del sufrimiento y de la hambruna, ¿qué vamos a hacer con tanta violencia, con tanta desmesurada y violenta circunstancia de vida?

Violencia en la propia soledad, en la angustiante y desaforada libertad de quedarse solo y sin alguien más. Violencia íntima en la cueva oscura y profunda de la que no hay quien nos haga salir, ni siquiera a saludar a nadie, violencia de género, degenerada y degenero haciendo violentas las cosas, te grito, te pego y te insulto sólo porque te quiero, también por eso te uso como se me da la gana y vierto violencia en tu cuerpo como vierto líquidos seminales y fluidos vaginales, sexo violento con golpes, humillaciones, cinturones, látigos, ungüentos demoniacos para el dolor: la violencia como camino al placer, a la realización, a la concordia, ¿qué carajo es eso? La violencia no tiene nada que ver con el erotismo, nada, absolutamente nada, el erotismo no es una búsqueda prosaica de lo asqueroso, es el encuentro con lo imposible para vivirlo de manera compartida. Lejos del erotismo nos freímos en la violencia como ajos en el aceite. La violencia lo seca todo, lo vuelve inhóspito y desértico, la violencia del mundo de los likes y los me gusta. La pérdida de la interlocución, del encuentro, de lo que antes sabíamos que se llamaba la relación. La violencia del exceso inmoderado de información que nos vuelve analfabetos una y otra vez, la violencia que tiene toda esta información contra el verdadero conocimiento.

La pornográfica violencia de escribir esto tan violento para todos ustedes. Saludos

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Abelardo Fernández

Doctor en Psicología, psicoterapeuta de Contención, musicoterapeuta, escritor, músico y fotógrafo profesional.