Alejandro Ferrero In memoriam

  • Elvira Ruiz Vivanco
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¿Hay que morir para que se nos reconozca? ¿Cómo puede uno tener un lugar en el área cultural o en el ámbito universitario? ¿Por qué se cobija el arribismo oportunista y se soslaya el talento cultivado? ¿En qué momento se cambió la letra dramática de envergadura por panfletos u obritas de ocurrencia? ¿Dónde quedó el empuje artístico del teatro universitario, para darle coba al lugar común y al teatro chatarra? Es lamentable que se solapen prácticas escénicas de quinta y, que, a quienes son los pilares de la teatralidad poblana, se les condene al abandono y al olvido. Ingrata desmemoria, que menoscaba el legado artístico de maestros de la talla de Alejandro Ferrero.

De verdad, qué pena, que se tenga que pagar un precio tan caro, para ser merecedores de la mirada institucional o de la atención de los colegas integrantes de esa movediza comunidad teatral poblana. In memoriam, Alejandro Ferrero, con quien tuve el gusto de compartir la escena del Teatro Universitario Ignacio Ibarra Mazari, durante la temporada de El último viaje de Simbad, en la que interpreté al conflictuado personaje Susana, con el Grupo de Teatro “La Cuchara”; obra ganadora de la Muestra Estatal de Teatro, y que dio de qué hablar en la Muestra Regional de Teatro de Morelia. Tiempo después, Alex Ferrero, me dirigió en una obra de Maurice Maeterlinck, Peleas y Melisanda, donde interpreté a esta entrañable protagonista, trastocada por los ecos poéticos simbolistas.

Alejandro Ferrero con su modestia, era un ejemplo genuino de entereza ética y sabia contención, y, cuando te daba una observación, por de medio venía un caudal de conocimiento procesado y vuelto enseñanza, para transitar mejor el arte escénico. Recuerdo sus notas en el camerino. Sus actrices lo adoraban. Su parsimonia, su templanza, lo sutil de su eficacia, te conminaba a hacer bien las cosas. Y, ¡qué riqueza de lenguaje! A mí me fue bien con él. Con el “último viaje”, nos faltó pañuelo para enjugar las lágrimas de técnicos, actores y público, que vieron casi todas las funciones de la temporada, pues también dimos funciones en otros lares. Ahora viene a mí su mirada fulminante, cuando alguien no era preciso en lo que le tocaba realizar. A Ferrero le gustaban las cosas bien hechas, y el teatro era para él, el campo de juego para dar cuenta de sus obsesiones entretejidas en la urdimbre afanosa de su sardónica dramaturgia, a veces fársica, otras veces melodramática, pícara, bufonesca, tragicómica u ominosa; pero nunca carente de un humor inteligente y oscuro.

Ferrero, fue discípulo de Hugo Argüelles y de Sergio Magaña en la Escuela de Arte Teatral y, reconocía el influjo dramatúrgico de otro grande, Juan Tovar; aunque lo mismo revisaba a Constantine Cavafy que a Pessoa, o a Tadeusz Rozewicz con su Fichero o Archivero; entre muchos autores fundamentales de la literatura mundial. Alex Ferrero era un gran lector y cinéfilo de corazón. Fue becario del FONCA estatal, autor premiado estatal y nacionalmente por la SOGEM y el Instituto de Cultura de la Ciudad de México, con la obra Samarcanda, ganadora en el 2001 del “Tablado Iberoamericano”. Su obra creativa ha sido publicada por el compilador y también dramaturgo Ricardo Pérez Quitt, por el destacado novelista Pedro Ángel Palou García, por la entonces Secretaría de Cultura de Puebla y en revistas y libros de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Que este breve pasaje por los recuerdos sentidos, que nos deja el esencial dramaturgo poblano Alejandro Ferrero, hagan hincapié en lo elemental que es valorar en su tiempo a nuestros talentos del teatro. Maestros forjadores de una poética, que sí apostaba por un teatro que valiera la pena. Por un teatro sostenido en el discurso meditado, potente, fiel a los principios de una literatura dramática íntegra. Dramaturgia que sí tenía algo que transmitir a su audiencia, y que en su congruencia era agraciada. Teatro Universitario con recursos financieros limitados, pero con una fuerza radical en sus contenidos y oronda en sus formas. ¿Qué orfandad? ¿Quién sacará del hoyo del solipsismo y la mediocridad, a esa “compañía titular de teatro”? ¿Quién dará pie con bola, para hacer un teatro coherente con los tamaños de la máxima casa de estudios? Cuántas gestiones más habrán de pasar, para que a los teatristas se les dé su lugar y que, no se permita más la colocación de charlatanes en los espacios donde tendrían que estar los creadores escénicos con formación y trayectoria. No es tolerable, que los mínimos apoyos estén en manos de NO teatristas, y que los pocos artistas teatrales, se consuman en múltiples ocupaciones, para poder hacer teatro o, lo que es más grave, exiliar en el propio poblano domicilio a nuestros creadores.

Descanse en paz Alejandro Ferrero.