El aguinaldo bajo la lupa feminista
- Stefania Tapia Marchina
Mientras algunas personas hacen planes –hasta meses antes– sobre lo que harán con su aguinaldo, este no es el caso para la mayoría de las personas trabajadoras. Es bien sabido que en México la tasa de informalidad laboral es bastante alta, con un promedio nacional del 54%, con estados como Oaxaca, Guerrero y Chiapas oscilando entre el 76 y 81%.
Esto excluye a la mayoría de la población trabajadora de las famosas “prestaciones de ley”, entre ellas, el aguinaldo. A esta desigualdad se le suman las brechas por ingreso, el 67% de los hombres y el 72% de las mujeres ocupadas en México ganan como máximo dos salarios mínimos (1), y para rematar están las diferencias en el acceso al empleo entre mujeres y hombres que son aún más profundas.
A pesar de los grandes avances de las mujeres en todos los ámbitos, a la fecha sólo el 46% se consideran “ocupadas”, mientras este es el caso para el 76% de los hombres –un 30% más– . Sumémosle a ello que, en términos relativos, el doble de mujeres trabajadoras están ocupadas a tiempo parcial comparado a los hombres (1). Si de por sí la mayoría de la población trabajadora en el país enfrenta condiciones complicadas, con reducido acceso a seguridad social y aguinaldo, estas brechas se agravan en el caso de las mujeres.
Se vale preguntar cómo es que en pleno 2024 siguen siendo tan marcadas las diferencias de género en el empleo, ¿no habíamos alcanzado la igualdad desde hace tiempo? Los avances políticos, sociales y económicos de las mujeres son innegables, hemos pasado de votar por primera vez en 1955, alcanzar la igualdad jurídica en 1974, a tener una presidenta al mando en 2024. Pero en lo que respecta a la economía, hay un tras bambalinas que poco se discute en los círculos cotidianos y que representa la barrera más grande para alcanzar la igualdad entre mujeres y hombres en el trabajo.
Esa barrera es el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado de los hogares. Sí, planchar, lavar, cocinar, ir al mercado, cambiar pañales, alimentar, ayudar con las tareas, y un sinfín más de actividades. De acuerdo con el Instituto Mexicano de la Competitividad (IMCO) el 69% de las mujeres que no trabajan por un ingreso se dedican de manera exclusiva al hogar (2). Cuidar, sobre todo menores y personas adultas mayores, es uno de los trabajos más intensivos de la humanidad, no cierra a las 6 de la tarde, ni en 25 de diciembre. En México, las mujeres dedican en promedio 40 horas a la semana a estas actividades, mientras los hombres sólo 16 (3).
Mientras todas y todos tenemos las mismas 24 horas del día, cómo las repartimos cuando existen responsabilidades de cuidado y domésticas en los hogares tiene sello de género. Aunque hemos avanzado en muchos otros ámbitos, poco ha cambiado en esta distribución del tiempo en las últimas décadas. Los estereotipos de género, el naturalizar que cuidar, limpiar y cocinar es “cosa de mujeres”, porque “así nos hizo Dios” y viene con el “instinto materno”, obstaculizan aún más la necesaria conversación de quién, dónde y cómo cuida.
No se trata solo de una decisión de ser ama de casa o trabajar, sino también de cómo hacer compatible el trabajo con el cuidado. Las mujeres que generan ingresos suelen enfrentar una doble jornada, llegando a sus hogares a continuar realizando actividades domésticas y de cuidado, buscando opciones laborales flexibles, remotas, a medio tiempo y/o de autoempleo para hacerlo compatible, siendo más vulnerables a la informalidad, a tener menores ingresos y menos probabilidades de ascenso que los hombres.
Cuando visibilizamos la demanda de tiempo que implica el trabajo doméstico y de cuidado, que es justo eso, un trabajo, es mucho más evidente por qué persiste la brecha de participación laboral entre mujeres y hombres. Las amas de casa no reciben aguinaldo, ni prestaciones, más que de manera indirecta en los casos donde el cónyuge tiene un trabajo formal, mientras que las mujeres que trabajan y cuidan pagan un doble precio de tiempo.
Hablar del aguinaldo bajo la lupa del feminismo nos trae necesariamente a poner en el centro de la discusión que las mujeres y los hombres no trabajamos en igualdad de condiciones en un escenario laboral de por sí difícil y desigual, a lo que se suma la falta de reconocimiento a lo que aportan las mujeres que cuidan.
De acuerdo a cálculos del INEGI, si se pagará el trabajo doméstico y no remunerado, realizado en 97% por mujeres, añadiría un 24% al Producto Interno Bruto (PIB), más que lo que aporta la industria manufacturera y el comercio, que equivalen al 22% del PIB cada uno (3). Más allá del valor monetario, los cuidados son relacionales y afectivos, tienen un valor social que no se puede medir en términos económicos, todas y todos necesitamos de cuidados en distintas etapas de nuestra vida, la reflexión es quien los da y a qué costo.
Para que el aguinaldo y las prestaciones laborales sean una realidad para más mujeres en igualdad de condiciones, necesitamos construir un México donde el trabajo de cuidados deje de ser invisible y se redistribuya entre los miembros del hogar, el gobierno y las empresas. Con cambios cotidianos y voluntad política, en conjunto podemos tumbar las barreras que perpetúan las desigualdades, construyendo una sociedad más justa para todas y todos.
Referencias
(1) INEGI. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. 3T 2024.
(2) IMCO. Datos y Propuestas para la Igualdad 8M. 2024.
(3) INEGI. Encuesta Nacional de Uso del Tiempo. 2021.
Opinion para Interiores:
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Doctora en Estudios del Desarrollo Global, es especialista en temas de género, desigualdades, economía y políticas públicas. Además de académica, es consultora para organismos internacionales como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y cuenta con amplia experiencia en el diseño e implementación de programas sociales.